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Mostrando entradas de 2009

Santiago Cabanes Gabarda

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La habitación del poeta*   Suciedad y miseria, paredes amarillentas, descolchadas, sucias y enmohecidas, donde, pegados como sellos, aparecían algunos coloridos carteles anunciando funciones de teatro y algunos recortes de prensa; la única ventana, siempre entreabierta, ofrecía el espectáculo desazonador de un patio interior de ladrillos rojos, en el que se acumulaban oscuros charcos de agua de lluvia...; olor dulzón y espeso, a humedad y tisis, y una única puerta sin cerradura que comunicaba con el patio superior del edificio, donde se encontraban los baños compartidos.        Entre los escasos muebles que se permitía en aquel lugar, destacaba la cama ancha y de patas alargadas, de sábanas descosidas y mantas escasas, que se adueñaba indecentemente de casi un tercio del espacio disponible, y que resaltaba a la vista por su colchón grueso y rasgado. También un carcomido y viejo arcón de madera de roble, de aire señorial y distinguido, con una cerradura de hierro negro y oxidado,

DCF

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Buceo literario Estábamos todos en silencio, yo, miraba la copa de grapamiel… y me recordaba el frío que hacía afuera, vos, tenías la vista perdida en mis ojos, dulces de licor, y sentados en una mesa, tres niños pequeños devoraban muzarellas… haciendo uso de sus manos, enchastrándose el pantalón, limpiándose la boca con sus mangas y chupándose los dedos, mientras sus padres discutían afuera. En ese momento entró ella al bar. Traía consigo una cartuchera de lata, con muchos lápices de colores y varios papelitos sueltos; pasó con toda su adolescencia junto a nosotros; yo levanté la vista, vos te prendiste un cigarro; me llamó la atención esa flor roja, que le prendía en el pelo a la altura de la sien y la seguí con la mirada, vi cuando se sentó en una mesa, aislada, abrió su latita, y comenzaron a salir palabras; yo apuré el trago, vos fumabas, y los niños seguían a sus anchas cuando le hice la seña al mozo, pa´ que me traiga otra grapa:      -¿Por qué camina usted así? –Le pre

Daniel Campodónico

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La velocidad de tu tiempo* Y como Icaro…        Ángela, venía con alas incluidas, por eso volaba siempre hacia el sol naciente, aquel que se ve por la mitad. Quería llegar, verlo al completo y viajaba tan rápido, que el tiempo, no le podía alcanzar.        Ella siguió avanzando, más y más, con fuerza batía sus alas, viendo allá abajo, pasar el mar. Pero el sol jamás despuntaba, no crecía, ¿curioso?, ¡siempre está igual!        Ángela comenzó a cansarse… y se quejó; allí un diablillo le dijo al oído: “nunca vas a llegar”, entonces se quejó más, y para exorcizar a esos demonios, ella, convocó a Satán. Este llegó ciego, y a cicatrices cerró su boca; ya no se puede quejar. A cambio: enlenteció sus alas.        Ahora el sol trepa, el tiempo le pasa; pronto, callada, morirá . (c) Daniel Campodónico http://cuentistasami.blogspot. com Daniel Campodónico es uruguayo vive en Montevideo, Uruguay *cuento preseleccionado en el Concurso de cuento Revista Archivos d

José Angel Salas Andrés

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Mujer otoño* Mírala bien. Es ella corriendo hacia el invierno. Tierra desnuda de hierba. Árboles desnudos de hojas. Tallos desnudos con piernas vagabundeando por un bosque de corcho. Corriendo entre ensaladas y huertos silvestres. Entre metástasis y simbiosis insufribles. Cometas, estrellas. Grupos de novas y más estrellas. Susurrando el ocre murmullo de las hojas esparcidas hasta el tobillo. Crujiendo. Partiéndose las secas. Doblándose las recién caídas. Doblándome yo. Partiéndose ella conmigo. Una canción que silba. Suena a espacio dormido. A pesadumbre. Duermes. Duermes siempre que yo intento mirarte. Te digo "hola" y tú... asesinas las horas en duermevela. Atraviesas por las rendijas de tus persianas la luz. Que es un balance de la primavera. Savia. Clorofila amnésica. Añades más frío que calor intentas retener. Los frutos secos, secándose, agujerean la mollera de unos cuantos: de mí. De ti. Aunque sigues durmiendo, cuando te despiertas corres. Muy rápido. Como e

Helmut Jaramillo Peláez

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De la Correspondencia entre Fantasmas*       En memoria de Paul Vlaes V C.    Esta es una de esas noches que no puedo dormir, solo quiero saber quienes son los habitantes de tus ojos. N.M    Hace mucho no están, hace mucho no hay puertas ni ventanas ni ojos ni   ladridos de madrugada, ni motores ni manos, ni luz, ni fé ... V.C.   Hace mucho que me esfuerzo en  ignorar tu fantasma desnudo atravesando el espacio entre la sala y la cocina, tu fantasma excitado lamiendo mis orejas y mis ojos.     Hace mucho que no tiemble tu alma montada en mi alma. N.M   Me he quedado sin voz para cantarte, susurrar dulcemente e insultarte, me que quedado sin voz en la memoria, acabo de  enfrentar mi infancia muda, colgada en  tendederos de montaña lluviosa, expuesta a vientos cargados de rencor. V.C   Alguien se acerca, alguien me percibe y me teme. Y su aliento me borra, me confunde con aretes de hojas de romelia, anillos de jazmines y  collares de lirios, me  pierdo en el aroma de un viej

Ignacio Raventós Cardús

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Peluquero a domicilio  *   Peino a señoras, afeito a ancianos, corto el pelo a niños y también me ocupo de que enfermos y discapacitados mantengan un aspecto pulcro, digno y aseado.      Soy peluquero a domicilio. Voy de casa en casa atendiendo a todo tipo de clientes que por uno u otro motivo no pueden desplazarse a una peluquería.            Viajo con mi maletín de útiles y mi espejo. De las tijeras, navajas, cepillos, peines, clips, pinzas y tirabuzones no tengo nada especial que decirte que tú no sepas.       De mi espejo, este espejo normal y corriente enmarcado en madera y con un base que lo mantiene en vertical, déjame que te diga que le tengo un especial cariño. ¿Que qué tiene de especial? Pues que nos proporciona, a mí y a mis clientes, momentos de gran satisfacción. Es el momento en que, acabado mi trabajo, me sitúo detrás de ellos y veo brillar sus ojos cuando se ven a sí mismos con la cara despejada, el cabello ordenado y bien peinado. Ese  instante es lo que hac

Guillermo Bravo

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Carlos En un barrio de mi pueblo los ancianos jugaban campeonatos de memoria. Se sentaban todos juntos y uno gritaba una fecha muy alejada, a partir de esa fecha se ponían a recordar. Empezaban por los acontecimientos colectivos, que eran más fáciles, el derrocamiento de un general, una copa obtenida por el equipo favorito, Fangio ganando una carrera. Luego venía la parte que más nos gustaba a nosotros, la de los recuerdos particulares. Algunos ni siquiera podían recordar el nombre de su primera novia, pero otros eran capaces de narrar con detalle el primer encuentro, las manos, el color de pelo, los ojos celestes. Solía ir con mis amigos, comprábamos un helado y nos uníamos al grupo de espectadores. Carlos era nuestro favorito. Se acordaba todo mejor que los otros, se le notaba en la emoción que se colaba en su voz, en la profundidad de su mirada. A veces hacia un gesto, movía la mano como tocando cada una de las cosas de su memoria. Una tarde el hermano de un amigo contaba

Elena Ortiz Muñiz

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OCASO El atardecer empieza a morir. Al abrir la puerta, advierte las sombras que han comenzado a cubrirlo todo. Avanza con pasos lentos que arrastra al andar, observa su figura encorvada proyectada en la pared. Prende la luz y su imagen desaparece. ¡Qué triste! ¡Qué callada vida la suya! Y pensar que en su juventud fue un hombre de éxito, de empresas, de triunfos. Todos querían estar con él. Gente que salía de todas partes pidiendo favores, suplicando por un empleo, una recomendación, una ayuda. Ayuda...como la que necesitaba él ahora. Y sin embargo, cuando por azares del destino se encontraba en la calle con alguno de esos jóvenes, ahora hombres maduros a quienes había ayudado, a veces sin conocerlos del todo, algunos volteaban el rostro y continuaban su camino disimuladamente. Otros lo saludaban brevemente, con cortesía...y lástima. Si supieran que lo único que necesitaba era platicar con alguien de cualquier cosa, de lo que fuera.  Y qué  de

Leonor Pla Manzanares

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EL REGALO*       Érase una vez existía un palacio en el lejano Oriente el cual se encontraba en medio del desierto. Nadie sabía su ubicación exacta y para llegar a él había que seguir a una estrella que sólo se mostraba a los puros de corazón.       En el palacio vivían tres sabios llamados Melchor, Gaspar y Baltasar, que permanecían la mayor parte del año recibiendo peticiones de todos los habitantes del mundo, pues se decía que eran unos poderosos magos. Ellos se dedicaban a recogerlas y entre los tres decidían si esos deseos se concedían o no. Al comienzo del año siguiente partían de su palacio con un pequeño séquito y sus camellos llenos de regalos correspondientes a las peticiones atendidas.       Cierta tarde todos los habitantes del palacio se hallaban muy atareados preparando la marcha de sus señores ya que había llegado la hora del reparto de regalos. Los presentes se amontonaban nerviosos en una gran sala a la espera de ser colocados en los camellos de los magos. S

Victoria Lozano Díaz

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Antillanca* Antillanca significa en mi pueblo, perla del sol. Así me llamó mi abuela el día que mi madre dio a luz en medio de araucarias, junto a un pozón de aguas calientes, cuyo vapor termal me salvó de no morir de frio aquella tarde otoñal. Mi abuela Millaray asistió a mamá en el parto que según los cálculos estaba pronosticado para 20 salidas más del sol. Alejadas de casa e internadas en la profundidad del bosque las dos mujeres avanzaron extasiadas por la senda que el olor de los pinos y la tierra virgen les dictó como natural destino. Cuenta mi abuela que mamá quiso lavar sus pies cansados en la orilla de la poza calurosa y que el relajo fue tal que se recostó y  apoyó la cabeza en la arenilla húmeda que bordeaba las piedras. Sin premonición cerró los ojos, abrió las piernas y comenzó a pujar. Millaray alcanzó a estirar los brazos y sujetarme la cabeza que ahí mismo bendijo lanzando salpicones de agua tibia, mezcla del agua densa y purificada

Juan Carlos Pérez López

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Salvoconducto  La suerte es un duende que buscamos en los sitios más insospechados. Nos acecha burlón. Quiere que lo atrapemos, pero es escurridizo. A veces, sin pretenderlo, lo dejamos escapar delante de nuestras narices. Mientras huye nos hace una pedorreta; nos sentimos desgraciados. Echamos la culpa de nuestras desdichas a la propia vida; no somos capaces de reconocernos como responsables de nuestro propio infortunio. Erramos destino; llegamos al desastre personal.       Intento agarrarme a la verdad del vino; me ahogo en mis propias mentiras. Como el Titanic, me he hundido al chocar mis cuitas contra los hielos que enfrían los tragos largos o cortos por los que navega mi existencia. Soy un náufrago dentro de la desolación de mi vida, de una vida que se ha ido a pique de manera lenta, pero imparable, de manera silenciosa, pero estrepitosa. Yo di rienda suelta a mi fatalidad. Todo lo demás compone un batiburrillo de excusas baratas que me ha costado caro.       Yo creía contr

Noemí Orella Fernández

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ADAGIO* La peluca bien puesta, las pieles recién lustradas, los zapatos a estrenar. Nada diferenciaba a Doña Rosita del resto de ricachonas que colaboraban anualmente en el Rastrillo de Nuevo Futuro. Planeó  hasta el perfume que se pondría aquel día. Las joyas también: las justas. Si bien el evento estaba destinado a recaudar dinero para los pobres, cuando perteneces a cierta clase social no puedes prescindir del oro ni del qué dirán antes de salir de casa. Volvió a su mansión de Conde Rodezno -aún a sabiendas de que llegaría tarde- porque se le había olvidado cepillarse los dientes. Todo en ella debía deslumbrar, y su nueva dentadura, implantada con titanio a sus débiles encías -herencia de una familia pobre-, no debía revelar lo podrida que se sentía por dentro. Mauricio hubo de esmerarse en la conducción para robar unos segundos a chronos y que su señora no llegase tarde al día más especial del año. Una impecable azafata la recogió a pie de calle y la acompañó al pabellón 9A e

María Jesús López Martín

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El pájaro, Afrodita y un pastel de chocolate *       Un pájaro ha pasado por mi ventana. Me ha mirado de frente. Ha piado a voz en grito. Se ha girado así sin más, me ha dado la espalda y se ha ido. Me ha graznado con el pico abierto y la mirada de reírse.        ¿Será posible, digo yo mientras escribo, que un pájaro abra el pico y me grazne a la cara mientras ríe? Que yo sé seguro que reía. Si se le veía en los ojos de pilluelo sabio grajo que grazna y rebuzna frente a mi ventana.        Y luego yo, ¿qué hago? Me quedo sola y pensativa, nada más. Me quedo sola contando los pelos que se sueltan de mi cola y cuando caen, me los como despacito después de haberlos utilizado como hilo dental. Luego me agarro el brazo y me lo mezo porque estoy sola y un pájaro cuervo me ha rebuznado desde su pico desmesurado abierto de par en par. Y que sus ojos sigan riéndose en mi recuerdo… Qué lamentable. Qué extraño. Qué encerrona de mí misma a mí misma desde mí misma. Y nada más, ya digo.       

O´Kanny Blandón Mariscal

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Después del invierno vienes tú *     Después del invierno viene el invierno. Eso me lo dijo un viejito mendigo tiritando en su esquina cuando le ofrecí mi chaqueta y él me alargó su botella  de vino. Preferiría no creerlo pero no tuve argumentos en su contra. Si me gustaría que supieras, pequeña Rosalía, que con los años los ojos de tu muñeco de trapo le vuelven un testigo ciego. Hay bastantes brujas y forajidos y veneno en muchos de los platos. Las monedas que menos valen son de chocolate. No quiero que nunca tengas miedo. No quiero que hoy te sientas sola. La vida puede ser maravillosa como una nave llena de caramelos o despertarse con una risa. Si vivieras conmigo, Rosalía, no habría monstruos bajo la cama pero si pelusas como gatos. Llenaríamos veinte globos con butano y nos iríamos volando por la ventana hasta el parque mas cercano.     Cuando me pongo a pensar en la playa los recuerdos se vuelven amarillos, el sol, la arena, las caras de la gente, los polos, quizás de limó

Oscar Raúl López

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Buenos pensamientos*                 La pared me parece enorme, increíblemente grande, pero me resigno. Me acomodo el birrete, subo las escaleras y me dispongo a pintar. No van más de cinco pinceladas cuando un bocinazo me hace girar, me doy cuenta que es lejano y decido seguir, pero en ese momento me detengo y veo que soy dueño de un paisaje distinto.       Las casas del pueblo se ven totalmente diferentes desde aquí arriba. Las chapas ahogadas en  óxido contrastan con las nuevas, luminosas. Las copas de los árboles aparecen redondas, corpulentas, llenas de vida, con el tráfico incesante de los pájaros que las sacuden, las modelan, las despiertan con su música.       Sigo en mi observación minuciosa hasta que la presencia humana me detiene. El cartero ha llegado a la puerta de los Ruiz con su vieja bicicleta azul. No golpea, busca apresurado en la gran cartera de cuero depositada en el canasto sobre la rueda delantera, hasta que da con el sobre indicado. Sin bajarse, se incli