Carlos Meneses

                                                       

EL  VIAJERO




        Viajaba sin darse pausa. De un avión a otro. Igual  con trenes y autobuses. Siempre al llegar al nuevo destino se preguntaba: ¿de quién estoy huyendo? Sus respuestas eran oscuras o no las había. Cuando llegó a Roma se sorprendió preguntándose: ¿soy un fugitivo? Procuró borrar esa pregunta de su memoria. Estando en Alexandría , la interrogación fue otra: ¿quién soy? Hubo respuesta, lo hizo temblar.




                                                   EN EL  CIRCO


   Ladraba a la perfección. Rugía como el rey de la selva. Relinchaba como un caballo de pura sangre. Su domadora, sin soltar el látigo, lo premiaba con un beso. Cuando terminaba el trabajo se iban  a casa. El zurriago pasaba a manos masculinas. El trabajo del hogar a las femeninas.



                                                SOLO EL  MAR


    Le tenía miedo al mar. Lo veía siempre como un dios enfurecido. Le suplicó calma. Lloró arrodillada delante de esas aguas embravecidas. Quedó dormida y soñó que un mar manso como un cordero le besaba los pies. Despertó en medio de un laberinto de olas gigantes. Gimió, gritó enloquecida. La abrazo una ola, la besó otra ola. Una tercera  la dejó en la playa. Nunca más tuvo miedo. Nunca más volvió el mar por ella.




                                   FOTOGRAFO IMPERTINENTE


      El mismo día de su llegada vió cómo un enorme coche  atropelló a un hombre muy alto que quedó tendido en la calzada, estaba muerto. Corrió para tomar fotos. Su sorpresa y su susto le hicieron temblar el pulso, el hombre se fue recuperando lentamente, terminó de pie y siguió su camino. Alguien le hizo saber, que ese señor en adelante no tendría cinco vidas como los demás sino sólo cuatro. Se disponía a entrar en un restaurante  cuando unos pasos más allá un hombre y una mujer discutían acaloradamente. El primer puñetazo fue de ella. Los golpes siguieron y el hombre sangrando de la nariz terminó rindiéndose. Ambos contendientes debían tener estaturas cercanas a los tres metros. Ya instalado en el restaurante, un parroquiano hablaba solo, pensó que tenía un móvil en algún bolsillo. No. Descubrió que la propio oído era su teléfono  y que todas las personas que estaban en ese local tenían la misma protuberancia en una de las orejas. Hallándose nuevamente en la calle y dispuesto a hacer fotos, quedó enormemente impresionado cuando un hombre joven y delgado, cambió bruscamente en señor maduro y grueso, y al poco rato, en anciano de gran vivacidad en la mirada. No faltó quien le comunicara que todo ser humano tenía la facultad de variar su imgen, en el momento que quisiera, trocándola  por la de su padre o la de su abuelo. Y se sorprendió aun más cuando vio un hombre también de tres metros, elevándose como globo relleno de helio. Tuvo la explicación, se estaba probando un nuevo invento que eliminaba la fuerza de la gravedad en el momento en que se necesitara. Más le sorprendió la violencia de los niños, y cuando quiso fotografiar cómo un grupo de chicos de unos ocho años cada uno, golpeaban con palos a una anciana y le robaban la cartera.  Nadie intervino, a nadie le importó la pobre mujer sangrando y tirada en el suelo.   Hizo algunas fotos,  temblaba como si estuviera muerto de frío. Veinticuatro horas después decidió abandonar el futuro.

(c) Carlos Meneses*

*Carlos Meneses nació en Perú. Vive actualmente en España.


imagen: Jesús Rafael Soto, Tres blancas y rosada, 1972, Pintura sobre madera y metal, Col. María Cristina y Pablo Hening, cortesía Sicardi Gallery Houston (de la muestra en la Fundación Proa)






                                        

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