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Mostrando entradas de diciembre, 2010

Magda Lago Russo

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Eugenio Daneri Nostalgia del pasado                                                                                         Esa mañana se levantó muy animada y pensó en   ir a su pueblo, su madre había muerto y en San Michael, no quedaba un solo pariente.   Sintió un impulso de volver a sus raíces, a su identidad. Cuando bajó en la estación, cada pasajero tomó su rumbo, todos pasaban a su   lado   indiferentes,   algunos solos, otros animados al encontrarse con algún familiar o amigo. Trató de orientarse y comenzó a caminar, en busca de un coche que la llevase cerca de la que fue su casa, lo encontró enseguida ya que los remiseros estaban atentos a los pasajeros que arribaban. San Michael   había cambiado muy poco, las mismas casas de madera todas iguales, en las cuales el paso del   tiempo había dejado su marca, ocultas bajo varias pátinas.     San Michael era un lugar de gente humilde que fue tomando las tierras para afincarse   donde poder formar una familia y darles a sus hijo

Washington Daniel Gorosito Pérez

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Nicola de María, Maschera dell amore  EL JAZMÍN DEL POETA   A  la memoria de Amado Nervo (México 1870-Uruguay 1919)  Aquella tarde, al igual que otras, Don Giusseppe cargaba su canasta de  jazmines en el brazo izquierdo. La rambla montevideana se extendía hasta  perder su serpentear en el horizonte. Era domingo, ese día tan especial añorado durante toda la semana. No con el  objetivo de las parejitas jóvenes que veía pasear alegremente de la mano y lanzarse miraditas provocativas y susurros al oído. Pero, ¿Qué hacía él ahí? Su pregón con acento siciliano,”jazmine, jazmine, jazmine, jazmine”; no sonaba extraño en un joven país que había abierto de par en par sus puertas a la inmigración. Por momentos la ciudad, se comparaba con la Torre de Babel. Chispazos llegaban a su mente de la pobre infancia insular, una adolescencia en los olivares trabajando a brazo partido. Luego, la gran decisión: ir a hacer “la América”. Los comentarios vertidos en las cartas por los ya idos, se

Lorgio Ángel González Dalmau

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Roberto Matta, La composición con tonos verdes Cayajabos* “Hay su misterio en  lo que un ser humano necesitado puede llegar a creer. Es el caso de Cayajabo.” Guido volvió a recorrer con la mirada su auditorio. Calculó que sería cerca de la medianoche aunque el velorio aún se mantenía nutrido porque el suicidio de Moncho, profesor  joven y simpática persona, lo había sentido todo el pueblo. Además, según Manuel, todavía Navaja estaba investigando en un video la causa del suicidio y la gente quería saber. Tendría tiempo y auditorio para otro relato si lograba que  Ruly y Bartolo, el aspirante a poeta, no le desviaran el asunto. “...Por estos rumbos las creencias en la santería, paleros y  babalaos, no son muy fuertes, dice el Historiador que predominó el Espiritismo de Cordón,  por la composición étnica, que la influencia del vodú haitiano es más al Este, para mí es como decir que había pocos negros en la zona. Pues eso de la brujería tiene sus cosas. Aquí se dio un caso con Cay

Ricardo Raúl Biglieri

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    Club Sportivo Barracas - Serie Los clubes (c) Alejandro Lypszyc  El club del barrio*           Para quienes peinan blancas canas o en algunos casos éstas ya se han marchado, cuantos recuerdos gratos nos trae este tema.           Mi club era el todos los habitantes que en un radio de cinco kilómetros circundantes, concurríamos a él porque enclavado en la llanura bonaerense era un “club de campo”, donde sus habitué era esos agricultores, toscas sus manos, pero amplias para dar en un apretón sincero, todo su afecto y la seguridad de que lo que se pactaba no había necesidad  de firmar un documento.           Producto de mi generación anterior que no escatimó esfuerzos para tener un lugar de reunión, luego de sus rudas tareas diarias, donde expresar sus recuerdos de una Europa que se debatía en guerras, de la cual habían huido a tiempo, o comentar las novedades de la zona, u  opinar sobre las próximas cosechas.  Allí en ese pedazo de esta bendita tierra volcaron todos sus esfuerzos

Julio Picón Ponce

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Taba Cué Tendría 7 u 8 años, no recuerdo bien la fecha, solamente los hechos, las circunstancias y el misterio. Frecuentemente acompañaba a mi abuelo hasta una chacra usufructuada en un paraje llamado Yvyra`i, donde tenía una pequeña huerta de batatas y mandiocas. Yo ayudaba, a pesar de mi corta edad, removiendo la tierra adyacente a los tallos y tubérculos. Mi abuelo, mucho más fuerte y vigoroso, se encargaba de arrancar de raíz las plantas de mandioca, lo que demandaba un esfuerzo importante. Siempre salíamos temprano, como a las 7, más o menos. Previamente nos devorábamos un majestuoso desayuno hipercalórico, con mate cocido y un revuelto de huevos y carne. Ese día, tomamos el arenoso camino que se extiende hacia el oeste, continuando la calle San Luís del Palmar sobre la que estaba mi casa. Yo iba montado sobre un caballo, viejo y manso, al que llamábamos “Moro”. Pasamos por el frente de la escuelita Bolaños y seguimos hacia nuestro destino, primero por otro camino arenoso y lue

Araceli Otamendi

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Alicia Carletti - Juego de cartas Leer este cuento trae suerte Leer este cuento trae suerte es el título de un cuento que empecé a escribir alguna vez. Antes del conejo rosado, antes… Cuando todo parecía igual que siempre… cuando las cosas parecía que iban a estar en su lugar como siempre.  Voy a hablar del conejo rosa, rosado, pequeño, peludo, suave ¿como Platero?. Es que la vida en los departamentos parece tan monótona. Pero, como decía, el conejo rosa vino a trastocarlo todo. A tal punto que no sé si escribo para desprenderme de la imagen de ese conejo. Todo empezó ¿empezó alguna vez? Con los nuevos vecinos. Sí, los del tercero ce. Cuando se mudaron no les presté atención. Los que vivían antes se fueron sin decir palabra, de la noche a la mañana. Un día me asomé al balcón y vi que el de al lado estaba vacío. Ni una planta, ni el perro, ni la nena que vivía ahí, y que tomaba sol de vez en cuando. Ni siquiera un chau, un adiós, un saludo a la distancia. Se habían ido y punto.

Susana Irene Astellanos

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Fernando Fader, La mazamorra Los ojos de la sierra*    Martina llegó con sus abuelos a San Luis, viviría con ellos en las afueras de una pequeña villa turística dedicándose a la elaboración artesanal, bien artesanal, de aceite de oliva, conservas de aceitunas y algún dulce que completara la oferta a los visitantes. La niña había quedado sola después de la muerte de sus padres y sus abuelos decidieron volver a sus pagos para criar mejor a su nieta, lejos de recuerdos tristes.    La villa, con vocación de gran destino turístico, tenía por entonces muy pocos habitantes, la mayoría aborígenes muy ajustados a sus costumbres y creencias ancestrales. Supo ser tierra de comechingones, dueños absolutos del terruño, compartiendo su riqueza sólo con los animales, algunos de ellos intimidantes y generadores de respeto. Juan era descendiente de esos primeros pobladores, conoció a Martina en una de sus largas caminatas en aquel verano donde el tiempo sobraba más que en otras épocas del año;