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Mostrando entradas de junio, 2011

Elena Ortiz Muñiz

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Mi amigo el mimo Al llegar a casa me recibe con el rostro pintado de blanco; la sonrisa roja dibujada en su cara -una sonrisa que en ocasiones se me antoja tan forzada como mi existencia- pero sonrisa al fin; debajo de los ojos negras manchas; las cejas oscuras delineadas en perfecta curvatura, y sobre su cabeza, ese gorro deforme de color inexistente decorado con una despeinada y vieja pluma de ave en color bermellón. Es Étienne Decroux, gran actor y mimo francés…y mi único compañero en la vida. No es imprudente, es muy discreto y me escucha sin reproches. No tiene nada que ver conmigo…aparentemente. Yo soy un tipo rígido, tímido en lo personal, pero duro en lo profesional, incapaz de tener una relación estable, sin familia ni perro que me ladre. A pesar de todo vivo tranquilo conviviendo con el buen Decroux, converso con él, le cuento mis planes y a veces, solo a veces, salgo a la calle, y como él, personifico mi propia pantomima dramática. En esas ocasiones, me hago acompañ

Abel Espil

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La Margarita                        dedicado a Sara Owenn de Pistocchi La conocí de niño a la Tía Sara Owenn--hija de Galeses- . Le compraron a mi madre, una pequeña casa con un extenso parque, pocos árboles y ninguna flor. "Ya llegará el pájaro con una semilla en el pico y elegirá algún lugarcito" Siempre la Tía repetía estas palabras. Llego el día . Al fondo, en el medio del parque,creció lentamente una margarita. Era verano. Algunos de los chicos, asesorados por la Tía Sara, le poníamos -- al no tener sombrilla -- un enorme paraguas negro, que la protegía del fuerte sol. Al llegar el otoño, le cortábamos todos los pétalos, esperando los fuertes vientos. Con la primavera se puso hermosa, grande, erecta y muy blanca. Siempre estuvo en el mismo lugar. La Tía ,con un mate en la mano se acercaba por las mañanas a ella, se secaba la mano izquierda---en un delantal ajado y cansado---la acariciaba y al tiempo lo volvía a repetir. A la llegada del invierno, c

Amanda Pedrozo Cibils

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Amanda Pedrozo Cibils en las III Jornadas de Mujeres Escritoras en San Pablo, Brasil (2010) Eclipse -El ojo de Dios -dijo, mirando el sol rojo que sorbía las sombras, aún aquellas sedosas de los ojos de ella, su único amor que también sería el último (porque los vaticinios). Era tan fácil subir así los peldaños de piedras, con ella respirando a su lado como los pájaros, iluminada por las antorchas de aceite y él podía ver a refilones la piel rojiza y el sudor de su amada llorando sin sufrimiento entre los arañazos de fuego y la fascinación de los hombres, esa muchacha de caricias adivinadas que duraban más allá de la piel y que, ahora sí, en medio del sopor y el delirio del sagrado brebaje cantaba como una niña estremecida y sexual. Cuando el sol rojo se tragó de un soplo todas las sombras y ya era sólo un anillo de oro en la oscuridad el pueblo suplicó de rodillas al ojo de Dios y el aullido llegó hasta las caderas vírgenes d