Claudio Simiz
Claudio Simiz Un día perdido La Blanca ve cómo el hombre, bajo y muy abrigado, cierra la puerta lateral del edificio de oficinas, atraviesa la calle, y con raudo paso inicia el cruce diagonal de la plaza. La media mañana ha despoblado de chicos los canteros, algunos jubilados los reemplazan en los bancos, rodeados de palomas solícitas. En el centro está el carrito, estratégicamente ubicado. La Blanca da una última vuelta a la garrapiñada en la olla de cobre, y con disimulado cuidado inyecta el líquido transparente en la brochette de frutillas bañadas en chocolate. Bolsita de celofán, justo a tiempo. - Fresquita la fruta, Maestro, recién hechita… El hombre no se detiene; con un gesto le indica que está atacado del hígado y redobla el paso. La Blanca sabe que es su golosina preferida, se encoge de hombros, se quita el delantal, guarda cuidadosamente la fruta envenenada en el bolsillo y parte, con paso casi tan rápido como el de él, pero en sentido c