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Mostrando entradas de febrero, 2011

Liliana Díaz Mindurry

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Liliana Díaz Mindurry Último tango en Malos Ayres                                                       No me venga con que ya no se acuerda de la Francisca, usted justamente, si usted fue el primero que me habló de ella, el primero que me trajo al café Segundo, en la zona más vil del sur de Malos Ayres  (ese café bailable con orquesta de tango y puterío propio, ese café que parece redondo y que tiene un número cinco en la pared escrito con carbonilla por algún borracho sarnoso), el de las fotografías recortadas en forma de círculos –fotografías que debe haber tomado algún loco que ni siquiera sabe fotografiar ni para un álbum casero- ese café adonde usted me llevó precisamente, para que la conociera . Esa mujer absurda , me dijo. Rubia de nacimiento y no por opción, fea, con algo de bebida ordinaria. Algo torcido se le movía en las caderas con el tango, o la fatiga que trataban de disimular los labios, o la mueca de triste. Ahora creo que el encanto le venía de los dientes

José Pedro Casquero*

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Nostalgias de barrios*        Hablar del barrio es pintar nostalgias, colores, recuerdos, todo un telón de sueños. Es transitar avatares, caminos, asfaltos, sembrados de baches, cordones orillando ríos, embarcaderos de barquitos de papel. Pero mi barrio de hoy no responde a esa semblanza, se agachó ante la superioridad de rascacielos, se encandiló con el rojo de los semáforos. Hoy sueña con silencios y soledades que lo aíslen de los ruidos. Pero no todas son pálidas, no puedo ni debo, como decía mi tío Olimpio, pintar el diablo en la pared, porque hace cuarenta y seis años que el barrio es mío y es de buen cristiano ser agradecido. Me basta disfrutar de mi tilo que planté en la vereda, el ligustro, muchachito que llegó a la madurez bajo mi vigilancia, el jazminero y la flor pájaro, saludando a mi paso. Cada esquina de mi barrio me pertenece, es un mojón familiar, donde detenerme a descansar y charlar con los amigos. Es la parada obligada de un bus sin destino. Es el encuentro secret

Araceli Otamendi

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(c) Araceli Otamendi El perfume Adriana se había despedido, ya, del cuarto marido. El último. Dijo que no quería casarse más. Cuando la conocí, integraba un taller literario. Era mucho mayor que yo. Esa mujer, Adriana, me intrigaba. Escribía, sí, escribía, pero escribía sus historias. Me divertía escucharla. Yo tenía otra opinión de la literatura. Una de las historias que más me divirtió, al escucharla, fue la del cuarto marido. Tenía tanta experiencia, Adriana, para una mujer joven, como era yo, cuando la conocí. Parecía que se las sabía todas. De la a a la z. Se conocía todo el diccionario. Pasaron los años y nos hicimos amigas. Ya ninguna iba a un taller literario. Yo los había recorrido a casi todos. Ella, los había abandonado. Las circunstancias de la vida o la vocación, hicieron que yo siguiera escribiendo y ella siguiera contando sus historias pero ahora, en confidencia de amigas. Una de las historias de Adriana que más me divertía era la del cuarto marido. Y sí, tal vez,

Doménico Chiappe

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(c) Lisbeth Salas El primo Arturo Le volví a escribir a mi tía. Por aquí estamos bien y tú cómo estás, un formalismo para preguntarle por mi primo. Desde hace unos meses le escribo con cierta frecuencia para que me cuente qué tal le va a Arturo y ella siempre esquiva la contestación. Sus mails son concisos y sólo habla de sus nietos, los hijos de mi prima. Comienzo a sospechar. Nunca dice nada de él, pero yo sé que sigue viviendo con ella aunque ya se acerca a los 40. Hace unos años Arturo me escribió la última carta suya que he recibido. Siempre en papel y por correo postal, su letra temblorosa y sin comas me decía: Estoy harto de ver cómo la gente que me rodea en esta ciudad quiere ser auténtica pero todos usan zapatos. Pero luego me decía: nos hemos ido lejos y siguen persiguiéndome. Mi tía emigró con mis primos después de su divorcio. Arturo tenía 18 años y Elisa, 16. Yo tenía la edad de mi prima. Ambos tratábamos a Arturo como si fuera el hermano pequeño. Crecimos juntos

Héctor Cediel Guzmán

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Ansío redescubrir el sabor de la vida ¿Será lo nuestro un Arco Iris?. Nunca sabré cual fué el principio, ni cual será el final. A veces comenzamos por el final y perdemos el reloj del tiempo. Cuantificar el amor no tiene sentido, porque un instante puede ser toda una vida y un segundo, la eternidad. Los enamorados siempre perderemos la noción del tiempo, estremecidos por las olas de los arpegios, de ese mar que nos devora poco a poco. Para nosotros todo es hermoso y fantástico como la bandera del viento, los focos de la noche o la pupila del sol de plata. Vive con la intensidad de las atmósferas rojas el amor, antes que desaparezca como la crin de una cometa fugaz; si crees que tu amor es muy grande, vive cada momento como si fuese el último. Lo bello evoluciona como todo en la vida y nada puede detener su carrera hacia el dejar de ser. ¿Quién soy yo? ¿Un perro vagabundo o un árbol caminante?. Me extasiaré contemplando y viviendo cada momento, para grabar los más hermosos momentos e

Araceli Otamendi

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Oscar Bony El cielo - Heaven ¿Cómo habría sido la caída? ¿Y a quién le importa? Descender sin tiempo ni cálculo, siguiendo una estrella o una flor, en principio, circulando despacio, después más rápido, en una cinta blanca, brillante y veloz, seguir el camino hasta el punto más alto donde la estrella o tal vez la flor estarían. El cielo. Heaven.  ¿Estarían? ¿Estarían, esa estrella y esa flor? ¿Y a quién le importa? La caída, el descenso fue en cámara lenta, todo se precipitaba y me veía caer, desde abajo, alguien miraba y corría, desesperándose.  Imprevistamente, abrí los ojos. Si me asomo a la ventana hay pájaros, pájaros enormes. Tengo la niña en mis brazos, es de noche. Noche sin estrellas, sin tiempo. Los buitres entran por la ventana, se precipitan, le pido a él a los gritos que mate a esos pájaros, buitres, y lo hace. Entonces me libero hasta … Viajo en tren, el camino es largo. Viajan tantas personas en los vagones. Una mujer indígena me pide ayuda. Me intereso en su nece

Magda Lago Russo

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Eugenio Daneri El mal incurable                                                                          Cuando salgo de la compañía, tengo que apoyarme en la pared, todo da vueltas a mi alrededor, no sé como me mantuve  sin derramar una lágrima. Mi mente no procesa, lo de la salud de Hernán no puede o no quiere entender, que su mal es irreversible. Así lo diagnosticó Enrique, el médico de la familia y amigo de la infancia de Hernán, que hoy se presentó en la empresa para decirme crudamente la verdad, dura y real. Tengo que serenarme, para reflexionar sobre el futuro que me espera, trato  de llegar hasta donde dejé estacionado el coche, en un momento me encuentro, sentada en el banco de una plaza, hasta que decido irme de allí. Tomo por una de las calles con menos tránsito a esa hora,  manejo sin destino, de pronto me encuentro en la rambla.  El aire fresco del atardecer me estremece a esa hora, el sol se pierde tras el horizonte como todos los días lo cual se transforma en un he

Araceli Otamendi

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Vuelta a  la Casa Tomada    El agua corre, llena la bañera y casi desborda. Está al límite, llena, entonces me sumerjo. El agua está tibia y causa placer estar ahí. Entonces veo figuras, recuerdos que aparecen y dibujan. Entonces me dejo ir, llevar ¿adónde? Entonces viajo. Tomo el colectivo y viajo, el ómnibus anda despacio, es día de semana y voy, es un día soleado y voy mirando por las ventanillas, los edificios, la ciudad gris, la ciudad me araña. Me dejo llevar porque los recuerdos son y están. Y estoy ahí. Yo estoy, estaba y estoy. Y entonces es un homenaje a mí misma. A la que fui y está, en el pasado que ahora es presente. Está, estoy. Ahí, como entonces, como ahora, estoy… Y me saludo cada vez que paso por alguna casa dónde viví, porque ahí quedaron mis recuerdos. Entonces me saludo a mí misma porque algo mío vive ahí… Pero las casas han sido tomadas, son casas tomadas como en el cuento de Julio … Poco a poco las han ido tomando otros… Entonces escribo, escribo para record