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Mostrando entradas de agosto, 2011

Eva Jungman de Abadi

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La venganza “Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas.” Stig Dagerman Como todos los atardeceres, Juana volvió a la orilla. Sabía que el viejo estaría, exactamente donde ella lo había dejado. De cara, frente al mar. Caminaba lento, disfrutando de la textura incisiva de la arena en sus pies. Pensó en lo curioso de aquella conjugación, en la extrañeza de sentir dolor y placer a la vez. Y pensó en lo que vendría. Estaba. El viejo estaba. Y la miraba llegar. Con movimientos estudiados, Juana apoyó la túnica y su traje de baño sobre el toallón descolorido. A pesar del rumor del agua, oía a los niños de la familia. No podía verlos, pero los imaginaba: corrían y gritaban entre los pinos. Eran muchos. Los hijos de los hijos de los hijos... Y recordó a sus primos y hermanos corriendo y gritando igual que ellos, esa tarde en que su abuelo todavía no era un viejo y ella todavía no era una mujer. Y el olor a alcohol. Y el cielo

Rosa María Fiocchetta

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El regreso Veinticinco años habían pasado desde el día en que la condenaron por dar muerte a su esposo violento. La llevaron a prisión y pocas veces alguien fue a visitarla en ese tiempo. Nadie la estaba esperando en la estación. Su madre estaría ya muy anciana ¿para que avisarle? Solo dos kilómetros...los caminaría. La valija con poca ropa casi no pesaba. Atravesó el pueblo sin que casi nadie le prestara atención. Era una suerte que la máscara del tiempo la hiciera irreconocible. Había cambiado mucho todo. Aspiró hondo. Un viento insistente y desapacible la acompañaba silbando, y las hierbas al salir del poblado se inclinaban como no queriéndola saludar, como agachándose para el lado contrario, como ocultando y arrastrando hasta las florcitas del campo. María, caminaba casi sin querer llegar a ningún lado. Pudo ver su viejo calzado lleno de polvo y tierra. Tuvo pena de si misma. Como no la tuvo aquella noche anterior al homicidio, cuando su p

Alcira Saldaña

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Frente al espejo A Alcira Andrade Canquel Por el camino de ripio anda un caballo al galope. -¡Aguante m’hijo, estamos llegando!—exclama el hombre que lleva las riendas. En la grupa, va ladeado un chico con la cabeza envuelta en un trapo. El rayo del sol les cae vertical a los dos sobre los hombros. -Tengo sed y me duele el ojo—dice el chico. -¡Ya, ya!—le contesta el hombre. El caballo a su paso va llenando de tierra los matorrales dispersos en la ladera del cerro a la derecha del camino. A la izquierda la meseta yerma. En una curva, el hombre ve aparecer el valle con las arboledas y los sembradíos. -El pueblo ¡Estamos salvados! Entran a Facundo. Es la hora de la siesta. Las casas tienen las persianas bajas y no hay nadie en la calle. Pasan al trote por el bar. -El bar Gardel está cerrado. En el Puesto tendrán agua. Se apean frente al Puesto Sanitario. Un perro y un ñandú salen a recibirlos del otro lado del cerco. El hombre golpea las manos

Andrea Paula Garfunkel

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Probablemente Probablemente, mientras busca con la mirada la numeración del edificio espiando por el rabillo de su anteojo, se detenga; cruce su brazo derecho sobre el bolsillo izquierdo de su chomba a rayas y tome los lentes de ver de cerca para cambiarlos por los de ver de lejos que lleva puestos; es probable también que verifique que esos números son los mismos que figuran en la dirección de la tarjeta que trae consigo y certifique, entonces, que ha llegado a destino. Es muy probable incluso que no sepa a dónde ha llegado ni por qué motivo se encuentra allí; que se mantenga inmóvil tratando de recordar mientras los transeúntes van de prisa hacia una y otra dirección perdiéndose en la vorágine del día a día, en una calle que, por fortuna, es peatonal porque si así no lo fuere, probablemente -casi tengo la certeza- un vehículo ya lo habría arrollado. Es muy poco probable -casi un absurdo de imaginar- que se percate que está si

Silvia Plager

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El Cuarto Violeta (novela- fragmento )* Capítulo uno — ¿Te volviste loca? ¿Qué vas a hacer en Islandia? Siempre odiaste el avión, el frío, perder tus funciones de ópera, tus plantas, tu, según vos —hizo un gesto despectivo—, amable rutina. Cuando construí cabañas en Ushuaia, me diste tu apoyo pero después dijiste que no me quejara si ibas a visitarme poco, que estaba bien que me abriese un camino pero por qué justo en ese helado culo del mundo. Y ahora vas a Islandia en vez de ir a las termas, como te sugerí. La verdad, mamá, quiero saber la verdad. Si hasta de finanzas están mal los islandeses. ¿No leíste lo del corralito bancario? Si no fuese por la crisis econó¬mica, la gente ni se acordaría de que existe Islandia, salvo los británicos que metieron allí sus ahorros. No me digas que alguien te aconsejó depositar ahí la magra herencia de papá… Ya sé, mamá, que a los argentinos se nos conoce más por nuestras calamidades que por nuestros logros y que Argentina