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Mostrando entradas de junio, 2012

Gabriela Aguilera Valdivia

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Qué sabor tiene la carne En memoria de Lizzie Borden La bandeja de aislapol está sobre la mesa de la cocina, aún cubierta por el plástico que le ponen en los supermercados. Se ve roja, enrojecida más bien. Le echan colorantes para que los compradores se tienten y no vean el blanco de la grasa. Algo de sangre acuosa se ha escurrido hacia abajo y gotea de la mesa al suelo de cerámicas grises. Escucho. No hay más que el sonido de los pájaros y lejano, el motor de algún auto que pasa por la calle. El vecino más próximo vive a cuatro mil metros de aquí pero cerré el portón con candado y apagué la luz de la entrada, por si a alguien se le ocurriera pasar a saludarme e interrumpir mi labor. Desde una de las ventanas distingo el contorno borroso de la cordillera y desde la otra, la luminosidad de Santiago, muy abajo. Me saqué la ropa para facilitar mis movimientos. El sudor me baña por el esfuerzo que ha significado arrastrar al animal y colgarlo del gancho. Un animal muerto pesa

Gabriela Aguilera Valdivia

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Ecuación Lógica Al Zorro, cuyo tremendismo barroco enlaza tan bien con el mío Si un grupo de hombres estuviera en un bar una noche de viernes, después del trabajo, bebiendo cerveza, jugando unas partidas de cacho, mirando el televisor que está suspendido en la pared, levantándose por turnos para ir al baño y el garzón hubiera retirado vasos y ceniceros vacíos en mas de tres oportunidades. Si cerca de la medianoche entrara una mujer sola y se instalara en una mesa próxima a la del grupo de hombres. Ellos mirarían sus piernas largas, el vestido blanco ceñido, los pechos grandes y enmudecerían volteando la cabeza hasta constatar que pide algo al garzón y saca sus cigarrillos. “Puta”, dictaminaría uno y los otros asentirían, sopesando con los ojos a la mujer, que movería la cabeza para sacudirse el deseo que la agrede. Si esta mujer oliera el aroma bestial que emanan los hombres de la mesa y fingiera que no le importa, actuando como si estuviera acostumbrada a provoca

Gabriela Aguilera Valdivia

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Vine a cobrar lo que me debes Te he seguido y sé con quién sales, a qué hora vuelves. Escuché cuando detuviste el auto, el sonido de la puerta al abrirse, las llaves que dejaste caer en el pocillo rojo que está sobre el arrimo de la entrada. Después, tarareando, te metiste a la ducha. Creíste que firmando los papeles del divorcio todo se había acabado. Tienes que saber que no es así. Hay cuentas pendientes. Tú me debes demasiado. Estás obligada a pagarme y yo vine a cobrar esa deuda. Con ayuda de la pistola que descansa en el bolsillo de mi chaqueta. A pesar de que cambiaste las cerraduras, pude entrar. Yo entro a donde quiera. No me creíste cuando te dije que no importaba dónde te escondieras, que no importaba cuántas denuncias pusieras, cuántas órdenes de restricción llevaran mi nombre. Yo te iba a encontrar, te iba a tener frente a mí. Porque así quiero que sea. Abrí el mueble bar, me serví un trago y me senté a esperarte en el sofá blanco, recostado en los cojines. Tengo