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Cuentos breves - Krzysztof T. Dabrowski

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    Al psiquiatra   - Sentí un extraño desmembramiento. Yo era mi padre, mi hijo y un maldito ser intangible. Entonces una parte de mí murió, siendo mi hijo. Entonces renació. Mucha gente quiere algo de mí. Peticiones, quejas, insultos, súplicas, agradecimientos... y las cosas que hicieron por mí. ¡Locura! Siento que esto me supera... Doctor, ¿qué me pasa? - Me temo que eres Dios - dijo el psiquiatra. - ¡De ninguna manera! Si yo fuera Dios, no estaría tan cansado. - ¿Harías que todo desapareciera? - ¡Sí, doctora! ¡Excelente idea! Negro total, fecundado por el vacío. Hemos dejado de existir. ----- Caminata nocturna   África. Noche. Banbe se alejó de su tribu. Era soñadora y le gustaban los paseos. También creía que estaba a salvo, que los espíritus de sus antepasados la protegían. Cuando vio unos ojos hipnóticos empezó a dudar. Ella pensó que era una especie de depredador nocturno, pero a la luz de la luna, vio una criatura parecida a un humano. Los

El conjurado - Araceli Otamendi

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  Elina, que había sabido ser amiga y algo más del hijo fue esa mañana temprano a visitar al viejo.  Un sueño durante la noche anterior le anticipó lo que iba a pasar durante la visita.  Elina deslizó la traba del portón que daba al jardín y entró. Un perro atado ladró varías veces. Era un caserón antiguo en la Provincia de Buenos Aires, de esas casas grandes con jardín, galería y patio, frescas en verano, frías en invierno.  El viejo estaba sentado bajo la parra, medio en la sombra se podía ver la curva de su barriga y un poco el pelo blanco. Sostenía en una mano un libro. Algunos rayos de sol se filtraban entre las hojas. Las facciones de la cara del viejo eran casi las mismas de antes. La cara   era un espejo adelantado en años a la del hijo, un espejo que devolvía en la imagen lo que el tiempo podía hacer.  Hacía calor y las cigarras cantaban.  Sentado en una mecedora antigua, de mimbre, el viejo dormitaba, el calor era pegajoso.  Elina, que había llegado casi en puntas de pie se s

La invasión - Cecilia Vetti

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                                                           Desde mi cama pude ver como pequeñas olas traspasaban los resquicios de la puerta e inundaban el piso encerado. Pude oler ese aroma salado inundándolo todo, pero no me importó, hasta que me di cuenta que el agua llegaba  a la biblioteca. Mis libros elegidos siempre estuvieron en algún lugar del dormitorio, muy cerca del lecho, acompañándome.     Los ingleses, quienes dormían en el último estante, estiraban sus manos de palabras pidiéndome ayuda. Un idioma desconocido llegaba hasta mí. Todo era una babel de palabras, confundiéndome. Traté de memorizar esas hojas amarillas materializadas por algún traductor creíble, traté de divagar con los escritos y llevarlos a zonas más altas. No podía levantarme, mi cuerpo estaba estaqueado al lecho, bordeado de un mar infatigable. El acolchado permanecía seco, como el respaldo tapizado. Me sentí aliviada cuando pude ver todavía a salvo en el primer estante mis libros preferidos. Ello

En los primeros años tenía, cierta precaria noción de tararear “Massachusetts” de los Bee Gees…(Junio 2018)- Kim Bertran Canut

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  Los muchachos se divierten en el Billie’s, jugando a las máquinas del millón, escuchando discos del jukebox, fumando maría y tomando cerveza con grosella…Son los años 60’s. Hace calor, los críos bulliciosos, se mojan en la única fuente del vecindario. En los charcos de agua creados, beben los perros callejeros y crecen las malas hierbas (ésas que nunca mueren)…al mismo  tiempo cruza un viejo Moskvitch del 63…Un joven negro les mira desde la ventanilla de cristal, acribillada el sábado a la noche, cuando salieron a divertirse un poco por el barrio…llegaron de improviso los “Killers boys” con armas blancas y de fuego...y todo se disparó. El padre está tumbado en la cama fumando un cigarrillo, se quita la camisa…hace calor y la mujer observa desde la ventana abierta, con mirada resignada, viendo el guetto en el que habitan tantas familias inmigrantes como la suya, hacinadas en los suburbios de las grandes capitales… Familias cuantiosas de Harlem, Detroit (Ciudad del Estrecho) o del B

La belleza de mi infancia – relatos por Reinaldo Edmundo Marchant

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  (Buenos Aires) A continuación se pueden leer tres relatos del libro La belleza de mi infancia, de Reinaldo Edmundo Marchhant, recientemente publicado por Subterranis Editores.                                             PADRE     Si viniera mi padre y se sentara a mi lado, yo tomaría un lápiz y dibujaría sus rasgos, la forma de su rostro y el color de su cabello, para no olvidar un detalle de su estampa. De niño él fue un paisaje sin hojas. Alguien que no existía, aunque me decían que caminaba por este mundo. De sus manos nunca recibí un lápiz ni una goma de borrar, tampoco le escuché un consejo, pues al nacer se había marchado. ¡Si viniera mi padre mientras medito en esa bella infancia…! Si llegara incluso ahora, para acariciar mi espalda, clavara sus ojos en los míos, y deslizara su mano por las facciones de mi ausencia, estoy seguro que los años quedarían limpio. Cuando aquello suceda, lo miraré profundamente para no olvidar ningún fragmento de su lejana apariencia

Yakov - Kim Bertran Canut

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  Yakov solía comer todos los martes, poco más o menos, indisolublemente en el multirracial   Je T’Aime, café modernista de hipotético choque sociocultural con título de ostentosa realeza, sí, Yakov era un arquetipo forzosamente mediático y coercitivo…fácil de relegar, de estrías grotescas y amanerado…escapado de la viñeta de un cómic macabro, designando vacante la plana ambarina del esbozo, evadiendo el esferográfico de los aciagos designios del guionista y proyectante, calculadores del diseño comercial sin entelequia…no, Yakov no estaba dispuesto a que expiraran su caricatura a un insustancial magazín de exposición. Experimentaba un vino amontillado y un ardor en las mejillas…se deleitaba del escenario de ofrenda que la bienhechora existencia le confería. Se hallaba sentado en el anochecer de la barra del refectorio escuchando los Aventis que los sirvientes prodigaban entre risa y carcajada, mientras recogían efugios de una extensa y ruda jornada de labor. El ostracismo había trillad

Cuentos breves - Krzysztof T. Dabrowski

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  "El destino del perro" Fafik se acerca a su dueño moviendo la cola. Su dueño no se fija en él. Como siempre. Solía ser una buena persona, jugaba con él pero ya no. Fafik escucha su nombre. El hombre se lleva algo a la oreja, dice al aire:  - Extraño a Fafik. Tienes razón, el fin del luto. Es hora de una nueva mascota. Va al refugio. Fafik entra en el cuerpo de un perro de refugio y saluda a su antiguo dueño.  - Tomaré esta. Volviendo, el hombre le dijo al nuevo perro:  - Sabes, realmente me recuerdas a alguien. "El último viaje de Adam Ogorek" Adam Ogorek cumplió 30 años ayer. Tenía un doble motivo para celebrar. ¿Por qué? Porque también terminó de trabajar en una máquina para viajar en el tiempo. Al día siguiente, diez años en el futuro, se encontró con un espectáculo dedicado a la memoria de un científico que inventó la máquina del tiempo. El genio murió de un ataque al corazón poco después de que se completara la invención. Adam sintió un