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Mostrando entradas de abril, 2019

Ahora soy Chévere - Araceli Otamendi

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En mi otra vida me decían Nijinsky, soy o era el gato de la bailarina, Diana. Me había ido por ahí, a deambular por el barrio, como siempre, a tener aventuras, correr por los techos, nunca creí que no volvería a verla. Desde las terrazas podía ver muchas cosas, me resguardaba de los autos, podía observar mejor la calle. Además esquivaba los peligros que tienen los gatos, podía escudriñar a veces en las ventanas. Llegué a la mañana, cuando las luces de los carteles luminosos se apagaron y encontré que la casa era un despelote. Busqué un poco de comida, esas bolitas con gusto a pescado que ella me dejaba en  un plato,   ella decía balanceado.  Buscaba a Diana, como siempre, estaría acostada en la cama o en un sillón, pero  no estaba. Sospeché algo cuando sentí olores raros en el departamento. Olor de personas distintas, escuché voces en el pasillo. Diana se había muerto cuando dormía, la encontró una vecina, casi no podía caminar, era muy vieja y estab

La mujer del circo - Araceli Otamendi

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La mujer ahora cuida un baño en el restaurant de una ciudad de provincia. Nadia   mira a la mujer cuando entra al lavabo y algo de ella le recuerda al circo que conoció en su infancia. Tal vez son los leones con su pelo brillante y rojizo; o tal vez la écuyère sobre el caballo y el traje de colores, dejándose llevar al galope. Antes de salir del recinto - un lugar casi inhóspito por lo antiguo y descuidado - Nadia vuelve a mirar a la mujer ya anciana. Algo, alguna chispa, algún fulgor en los ojos, quizás de los días pasados en el circo en sus años jóvenes, con   la cara ahora cubierta de una sombra gris como el guardapolvo que viste y   que ya no arranca   como en su juventud la risa o el asombro sino más bien la compasión. Espera el tintineo de las  monedas en un plato. Nadia se mira al espejo mientras lava sus manos con el agua fría. Y en el cristal ve el circo con sus luces, los equilibristas balancéandose en el   trapecio en lo alto, una   red

El viaje- Yessika María Rengifo Castillo

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Yessika María Rengifo Castillo  La última vez que recorrimos las calles de Praga estaban llenas de rosas y lirios. Éramos dos estudiantes de la facultad de medicina quienes anhelaban ir al África, y poner nuestro servicio a disposición de los chiquillos. Matías  estaba a punto de recibirse de médico, y su año rural sería cosa del ayer. En el hospital todos lo  ovacionaron era el médico que amaban, y yo me sentía muy orgullosa. Sería su esposa, y la madre de sus hijos en unos años, esos eran los sueños  que  construimos en nuestras épocas estudiantiles, y Matías los olvidó. Tan pronto se tituló se fue a Paris, y realizó una especialización en pediatría,  y todas las noches me recordaba  que me seguía esperando. Y yo, que era una ingenua seguía creyéndole… Me faltaban tres meses para titularme, y quería ir a París a celebrar los cumple de Matías. No me importó dejar mi trabajo de los sábados, y emprender mi viaje, él era el amor de mi vida y tenía que estar a su lado. Al llegar