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Mostrando entradas de diciembre, 2009

Santiago Cabanes Gabarda

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La habitación del poeta*   Suciedad y miseria, paredes amarillentas, descolchadas, sucias y enmohecidas, donde, pegados como sellos, aparecían algunos coloridos carteles anunciando funciones de teatro y algunos recortes de prensa; la única ventana, siempre entreabierta, ofrecía el espectáculo desazonador de un patio interior de ladrillos rojos, en el que se acumulaban oscuros charcos de agua de lluvia...; olor dulzón y espeso, a humedad y tisis, y una única puerta sin cerradura que comunicaba con el patio superior del edificio, donde se encontraban los baños compartidos.        Entre los escasos muebles que se permitía en aquel lugar, destacaba la cama ancha y de patas alargadas, de sábanas descosidas y mantas escasas, que se adueñaba indecentemente de casi un tercio del espacio disponible, y que resaltaba a la vista por su colchón grueso y rasgado. También un carcomido y viejo arcón de madera de roble, de aire señorial y distinguido, con una cerradura de hierro negro y oxidado,

DCF

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Buceo literario Estábamos todos en silencio, yo, miraba la copa de grapamiel… y me recordaba el frío que hacía afuera, vos, tenías la vista perdida en mis ojos, dulces de licor, y sentados en una mesa, tres niños pequeños devoraban muzarellas… haciendo uso de sus manos, enchastrándose el pantalón, limpiándose la boca con sus mangas y chupándose los dedos, mientras sus padres discutían afuera. En ese momento entró ella al bar. Traía consigo una cartuchera de lata, con muchos lápices de colores y varios papelitos sueltos; pasó con toda su adolescencia junto a nosotros; yo levanté la vista, vos te prendiste un cigarro; me llamó la atención esa flor roja, que le prendía en el pelo a la altura de la sien y la seguí con la mirada, vi cuando se sentó en una mesa, aislada, abrió su latita, y comenzaron a salir palabras; yo apuré el trago, vos fumabas, y los niños seguían a sus anchas cuando le hice la seña al mozo, pa´ que me traiga otra grapa:      -¿Por qué camina usted así? –Le pre

Daniel Campodónico

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La velocidad de tu tiempo* Y como Icaro…        Ángela, venía con alas incluidas, por eso volaba siempre hacia el sol naciente, aquel que se ve por la mitad. Quería llegar, verlo al completo y viajaba tan rápido, que el tiempo, no le podía alcanzar.        Ella siguió avanzando, más y más, con fuerza batía sus alas, viendo allá abajo, pasar el mar. Pero el sol jamás despuntaba, no crecía, ¿curioso?, ¡siempre está igual!        Ángela comenzó a cansarse… y se quejó; allí un diablillo le dijo al oído: “nunca vas a llegar”, entonces se quejó más, y para exorcizar a esos demonios, ella, convocó a Satán. Este llegó ciego, y a cicatrices cerró su boca; ya no se puede quejar. A cambio: enlenteció sus alas.        Ahora el sol trepa, el tiempo le pasa; pronto, callada, morirá . (c) Daniel Campodónico http://cuentistasami.blogspot. com Daniel Campodónico es uruguayo vive en Montevideo, Uruguay *cuento preseleccionado en el Concurso de cuento Revista Archivos d

José Angel Salas Andrés

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Mujer otoño* Mírala bien. Es ella corriendo hacia el invierno. Tierra desnuda de hierba. Árboles desnudos de hojas. Tallos desnudos con piernas vagabundeando por un bosque de corcho. Corriendo entre ensaladas y huertos silvestres. Entre metástasis y simbiosis insufribles. Cometas, estrellas. Grupos de novas y más estrellas. Susurrando el ocre murmullo de las hojas esparcidas hasta el tobillo. Crujiendo. Partiéndose las secas. Doblándose las recién caídas. Doblándome yo. Partiéndose ella conmigo. Una canción que silba. Suena a espacio dormido. A pesadumbre. Duermes. Duermes siempre que yo intento mirarte. Te digo "hola" y tú... asesinas las horas en duermevela. Atraviesas por las rendijas de tus persianas la luz. Que es un balance de la primavera. Savia. Clorofila amnésica. Añades más frío que calor intentas retener. Los frutos secos, secándose, agujerean la mollera de unos cuantos: de mí. De ti. Aunque sigues durmiendo, cuando te despiertas corres. Muy rápido. Como e

Helmut Jaramillo Peláez

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De la Correspondencia entre Fantasmas*       En memoria de Paul Vlaes V C.    Esta es una de esas noches que no puedo dormir, solo quiero saber quienes son los habitantes de tus ojos. N.M    Hace mucho no están, hace mucho no hay puertas ni ventanas ni ojos ni   ladridos de madrugada, ni motores ni manos, ni luz, ni fé ... V.C.   Hace mucho que me esfuerzo en  ignorar tu fantasma desnudo atravesando el espacio entre la sala y la cocina, tu fantasma excitado lamiendo mis orejas y mis ojos.     Hace mucho que no tiemble tu alma montada en mi alma. N.M   Me he quedado sin voz para cantarte, susurrar dulcemente e insultarte, me que quedado sin voz en la memoria, acabo de  enfrentar mi infancia muda, colgada en  tendederos de montaña lluviosa, expuesta a vientos cargados de rencor. V.C   Alguien se acerca, alguien me percibe y me teme. Y su aliento me borra, me confunde con aretes de hojas de romelia, anillos de jazmines y  collares de lirios, me  pierdo en el aroma de un viej

Ignacio Raventós Cardús

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Peluquero a domicilio  *   Peino a señoras, afeito a ancianos, corto el pelo a niños y también me ocupo de que enfermos y discapacitados mantengan un aspecto pulcro, digno y aseado.      Soy peluquero a domicilio. Voy de casa en casa atendiendo a todo tipo de clientes que por uno u otro motivo no pueden desplazarse a una peluquería.            Viajo con mi maletín de útiles y mi espejo. De las tijeras, navajas, cepillos, peines, clips, pinzas y tirabuzones no tengo nada especial que decirte que tú no sepas.       De mi espejo, este espejo normal y corriente enmarcado en madera y con un base que lo mantiene en vertical, déjame que te diga que le tengo un especial cariño. ¿Que qué tiene de especial? Pues que nos proporciona, a mí y a mis clientes, momentos de gran satisfacción. Es el momento en que, acabado mi trabajo, me sitúo detrás de ellos y veo brillar sus ojos cuando se ven a sí mismos con la cara despejada, el cabello ordenado y bien peinado. Ese  instante es lo que hac