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Mostrando entradas de mayo, 2011

Liliana Heer

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 Liliana Heer  Hamlet & Hamlet  (fragmento) Aquí estoy padre, sin barba y con la cabeza descubierta, intimidado por no llevar sombrero. La moda y la moral esparcen huellas, expresan el intento de confinar antagonismos. Más aún, el juego de las estaciones prolonga sus contornos fundiendo pompas con ruinas. Make me a mask. Acabo de llegar y no por barco, lo digo solamente para verter algún contraste. Nunca se te hubiera ocurrido abandonar Elsinor, lo que equivale a oír: Nunca habría dejado estas tierras para buscar a nadie. Los aparecidos no son grandes viajeros, permanecen unidos al dominio, merodean, se esconden, vigilan. La corporeidad de los objetos penetra en ellos poco a poco, convierte el paisaje en origen, prolegómeno de un destino manso, inexorable. Como si la esencia de lo propio fuese un gigantesco ombligo que hace girar la escena del mundo en las manos, y el ímpetu de posesión permitiera recortar inquietudes, expandir las ansias mutilando cu

Magda Lago Russo

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El hijo pródigo Ella piensa que no importa la edad, siempre debe haber una caricia que escape de las manos para esconderse en los cabellos, la cara o la espalda encorvada sobre los libros o el trabajo. Esta vez como siempre le demostrará, que ha pesar de los años pasados, tiene miles de caricias guardadas entre los dedos, marchitos quizá y las volcará en él. Vuelve después de años y a pesar de la comunicación cotidiana, no es lo mismo tenerlo frente a sí. Al mirar sus ojos, sabrá de los años de desilusiones, angustias y alegrías Con sólo mirarlo, aguzando los sentidos, descubrirá una arruga prematura o un rictus desconocido. Sabe todo, su instinto de madre se lo dice, aunque se lo oculte, las lágrimas de los primeros meses, la nostalgia, el desarraigo. A la distancia ella ha sentido lo mismo, nunca lo manifestó en los mails casi diarios no quería que supiera de su dolor. Deseaba que la recordase altiva sin lágrimas, sonriente igual al día que lo despidió en el aeropuerto, au

Araceli Otamendi

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Entre tumbas, cartas y recuerdos de Gardel De vez en cuando revolvía entre los papeles viejos: cartas, documentos, antiguas facturas pagas, fotografías familiares amarillentas. Era un exorcismo que me servía para tomar nota de los recuerdos, a la espera de que algún acontecimiento, algo los evocara y me pusiera a escribir, así, la historia que jamás me había atrevido a escribir, hasta ahora. Y así fue como encontré la fotografía de la tumba de Gardel en el cementerio de la Chacarita bordeada de flores rojas que los visitantes a diario le arrojaban. ¿Por qué la tenía ahí guardada en esa carpeta entre tantos papeles? A mi abuela le gustaba Gardel, lo había conocido en el pueblo de ella, allá en Rojas, en la Provincia de Buenos Aires donde también nació Sabato.  Donde mi abuela tenía el hotel y el Zorzal pasaba por ahí en sus giras  junto a Razzano. Además de admirar a Gardel, porque ¿quién no?, si cada día cantaba mejor, como decían, mi abuela conocía algunas historias del cementerio.

Cecilia Alejandra Alarcón

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El cuaderno azul Hace unos años falleció mi bisabuela. Ella fue quien me enseñó todo sobre la creación del mundo; nada sobre adanes y evas, nada de grandes explosiones, la historia que me contó fue otra, no sé si real pero llena de magia y poderes exquisitos. El día de su muerte, mientras todos se ocupaban de dividirse los bienes, me metí en su habitación secreta, donde ella solía ser libre y dibujar hasta que le sangraran las manos. Era un cuarto muy oscuro si permanecías con los ojos abiertos, pero al cerrarlos – ese era el secreto – se llenaba de colores, de luz y de innumerables pájaros parlanchines que enseñaban desde la filosofía griega hasta dibujar nubes. Sabía que ahí mi “nona” (así me gustaba decirle) guardaba un pequeño cuadernito teñido de azul gastado que al abrirlo inundaba con una increíble luz sepia; una luz usada pero bellísima al fin. Allí guardaba sus dibujos más preciados y la historia del hombre, una historia que según ella le había sido transmitida por un d