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Elena Ortiz Muñiz

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Mi amigo el mimo Al llegar a casa me recibe con el rostro pintado de blanco; la sonrisa roja dibujada en su cara -una sonrisa que en ocasiones se me antoja tan forzada como mi existencia- pero sonrisa al fin; debajo de los ojos negras manchas; las cejas oscuras delineadas en perfecta curvatura, y sobre su cabeza, ese gorro deforme de color inexistente decorado con una despeinada y vieja pluma de ave en color bermellón. Es Étienne Decroux, gran actor y mimo francés…y mi único compañero en la vida. No es imprudente, es muy discreto y me escucha sin reproches. No tiene nada que ver conmigo…aparentemente. Yo soy un tipo rígido, tímido en lo personal, pero duro en lo profesional, incapaz de tener una relación estable, sin familia ni perro que me ladre. A pesar de todo vivo tranquilo conviviendo con el buen Decroux, converso con él, le cuento mis planes y a veces, solo a veces, salgo a la calle, y como él, personifico mi propia pantomima dramática. En esas ocasiones, me hago acompañ...

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(c) Arthur Bispo do Rosario Nunca es demasiado tarde Era una niña cuando sus padres autoritarios la obligaron a casarse con ese hombre que la sometió con violencia, dureza y perversión en la intimidad, y con los puños cotidianamente. Desde los 16 años parió un hijo tras otro, a los 25 ya era una mujer amargada y sin sueños. Sus hijos abandonaron la casa odiándolo a él por tantos golpes e injusticias pero resentidos con ella por cobarde y sumisa. Termina de ducharse, al secarse observa en el espejo las arrugas de su rostro, las carnes flácidas,    las piernas varicosas, esos senos tan desfallecidos como sus deseos.     Mientras se viste lo escucha gritar: -¿Dónde estás maldita mujer? Se cepilla el cabello. Se dirige lentamente hacia la habitación. Lo mira postrado en cama, enfermo e inútil -¿Qué haces perra estúpida? Ven a limpiarme que otra vez estoy lleno de mierda    ¿A dónde vas?    ¡Regresa!    ¡Te lo ordeno! ¡Maldita Aur...

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Alighiero Boetti                                                 Elena Ortiz Muñiz EL TEJEDOR DE PALABRAS* Jamás olvidaré aquel día en el que el tsunami se llevó todo cuanto poseía. Cuando la ola gigantesca apareció alcancé a abrazarme de un árbol aunque la marejada me abatió sin piedad arrastrándome con una fuerza increíble. No sé cómo hice para mantenerme aferrada al tronco a pesar de que con su cruel y salado latigazo el mar lo había arrancado de la tierra y nos golpeaba sin misericordia ni compasión. En cuestión de segundos me quedé sin  hogar, fui testigo de cómo el agua se tragaba –literalmente- a mi madre y a mi hermanito que estaban tendiendo la ropa recién lavada frente a la casa. De mi padre, jamás tuve noticias otra vez. ¿Cómo puede nadie seguir existiendo después de una experiencia semejante? ¡Tenía tan solo 8 años de edad! Hasta ...

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OCASO El atardecer empieza a morir. Al abrir la puerta, advierte las sombras que han comenzado a cubrirlo todo. Avanza con pasos lentos que arrastra al andar, observa su figura encorvada proyectada en la pared. Prende la luz y su imagen desaparece. ¡Qué triste! ¡Qué callada vida la suya! Y pensar que en su juventud fue un hombre de éxito, de empresas, de triunfos. Todos querían estar con él. Gente que salía de todas partes pidiendo favores, suplicando por un empleo, una recomendación, una ayuda. Ayuda...como la que necesitaba él ahora. Y sin embargo, cuando por azares del destino se encontraba en la calle con alguno de esos jóvenes, ahora hombres maduros a quienes había ayudado, a veces sin conocerlos del todo, algunos volteaban el rostro y continuaban su camino disimuladamente. Otros lo saludaban brevemente, con cortesía...y lástima. Si supieran que lo único que necesitaba era platicar con alguien de cualquier cosa, de lo que fuera.  Y qué...

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EL ESCRITOR Tan sólo deseaba a través de sus letras ser inmortal...afamado....querido. Ponía el alma entera cada noche para hacer los más bellos versos que lo colocaran en un plano irreal. Flaco, desgarbado, con el pantalón zurcido y rezurcido y la misma camisa lavada y relavada caminaba ojeroso y cansado con sus obras bajo el brazo todas las mañanas hasta las oficinas de correo, pegaba los timbres correspondientes y las enviaba a las editoriales de costumbre. De regreso en casa, desayunaba pan duro y café más aguado que negro. Mientras sorbía pensaba que su vida podía cambiar en cualquier momento...y cuando fuera un escritor bien remunerado tomaría café con leche y pan recién hecho para el desayuno...mientras tanto, solo quedaba aguantar lo duro, lo aguado, lo negro, lo rezurcido y lo relavado. A veces, el cartero aparecía golpeando la puerta de su apartamento y sacudiendo sus emociones con la imagen de una esperanza envuelta en sobres de papel bond. Los abría con desesperación par...