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Mostrando entradas de mayo, 2010

Carlos Meneses

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Yo no soy Ingrid                      Tiró el bolso sobre la cama con movimiento fatigado. Se quitó los zapatos sin emplear las manos y descalza fue hasta la otra habitación que carecía de puerta y la  separaba de su dormitorio una vieja cortina amarilla. En el camino hizo rechinar la cremallera de su falda y quedó al aire un trozo de su muslo lleno y el perfil de su braga negra. Se soltó el pelo rubio que le llegaba a los hombros atado a la nuca con una cinta roja. El muchacho que estaba en la otra habitación dejó de leer un instante, la había visto correr la cortina pero no había respondido el saludo de ella . Levantó la vista con lentitud, parecía que sus ojos se hubiesen despegado con esfuerzo del libro que leía y luego  volvió a sumergirse en los centenares de páginas sobre Derecho Penal. La luz de un pequeño cenital caía de lleno como una enorme moneda de oro sobre la mesa, iluminando manos, ejemplar y papel para apuntes.       La mujer revoloteó sin prisas pero con agilidad e

José Chamorro Guerrero

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Procesión de la otra vida *   Tan satírica es la vida, los gorriones tirándole a los cazadores, la mansa oveja enamorada del lobo feroz, la blanca paloma sin el ramo de olivo, el circo romano sin sus gladiadores, que la mente crea a la loba para amamantar a Rómulo y Remo, que Bolivar en el Monte Aventino, jurando libertad para su patria, que la capilla Sixtina con sus campanas taladrando los oidos, Nerón tanto ama a Roma que la quema, que las murallas de Cartagena impidiendo el paso de la esclavitud, que el Pirata Barba Azul a golpe de remo surca los mares en busca de tesoros, que Galápagos se eterniza con sus tortugas centenarias, las ruinas del Partenón, clamando venganza a la vergüenza, que el Estrecho de Bering, nos conduce a una nueva generación, que el triángulo de las Bermudas, nos da la ciencia ficción, lo mismo que el Capitán Nemo con el submarino, o el Abate Faría que ciencia escala desde las cuatro paredes que le sirven de cuartel. Como llegan los conocimientos a torrente

Nora Tamagno

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Mandato Alguien me intimó fehacientemente a desnudarme, a despojarme de las ropas que más que abrigarme, me contaminaban el alma, y obedecí, como suelo obedecer a cada uno de los mandatos que me imponen, aunque me obstino en mostrarme insobornable y hacer mi voluntad. Eso, es definitivamente, mentira. Me desnudé en un instante, me deshice de las ropas que me estrangulaban y oprimían y entonces, me sentí aliviada. Alguien, con tono autoritario, me ordenó mantenerme alejada a prudente distancia de los sitios que frecuentan el dolor y la amargura, a pasar lejos, y de ser posible, apartando la mirada, apelando a la magia de los niños, tornándome invisible. Alguien me invitó a participar de la esperanza, a alegrarme con las breves alegrías que suelen pasar de minúsculas a mayúsculas cuando la relación se hace fraterna. Alguien me propuso soñar con colores de acuarelas, con trazos de crayones, con perfumes de magnolias, de lavandas, con susurros, alguien me sugirió adueñarme de otros s

Ana María Manceda

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Desde el árbol rojo*                   La luz rojiza fluye a través de las cortinas transparentes, iluminando de manera intermitente las perfectas caras de variadas y  exóticas muñecas dispuestas en el anaquel. Algo despertó a Helena, no tenía conciencia de la hora, el calor que irradiaba la calefacción hacía pesada la atmósfera. Aún medio dormida captó  la belleza que provocaba la luz en las imágenes de las muñecas. De pronto escuchó un llanto de persona adulta, sonaba único en el silencio nocturno de la ciudad. A los tropezones se fue acercando a la ventana, su grácil cuerpo de trece años recibía los flashes de la luz rojiza, como si en su andar un duende la fuera fotografiando.                Su cuarto queda en el primer piso de la casa  paterna, desde esa posición se observa el inmenso cartel luminoso que  se encuentra en el negocio de la acera de enfrente, dominando el paisaje urbano. La calle estaba mojada por la pertinaz lluvia invernal, pero lo que más le atrajo la aten

Magda Lago Russo

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El ocaso de una Diva Emily veía como la tarde se iba perdiendo detrás de los árboles del parque, se levantó para encender las luces de la casa. Le pareció  sentir un débil golpe de campana en la puerta principal, como por lo general sonaba fuerte pensó que era un juego de su imaginación, otro sonido más fuerte  no le dejó dudas. Alguien llamaba a la puerta. ¿Quién podía ser? Mientras razona se acerca a la puerta, sin preguntar nada la abrió con confianza. Su sorpresa fue máxima cuando se enfrentó a un jovencito.   -¿Qué  deseas? le preguntó con voz baja - Comida y descanso. Emily por primera vez no sabía que hacer, por su mente como en una película pasan los hechos de violencia que muestra la televisión, sin embargo la mirada del muchacho es límpida, aunque triste, sus ropas están aseadas, un poco arrugadas  como si hubiese estado recostado en algún lugar. No sabía por qué, le inspiró confianza y lo hizo entrar. - Ven, vamos a la cocina, algo encontraremos. El muchacho mira con deten