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Tomás Juárez Beltrán

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Chicles eran los de antes Mi abuela Rita decía que mascar chicles era bueno para los dientes, que ella jamás había tenido caries, que no usaba cepillo ni pasta dentífrica. Recuerdo que compraba sus gomas de mascar en una distribuidora del Mercado Sur y las escondía en su dormitorio, a resguardo de manos traviesas. Tenía un hábito curioso. Cuando terminaba de almorzar se sentaba en una vieja poltrona de madera y, durante un buen rato, mascaba un chicle doble “Zambomba” que luego guardaba adentro de un pañuelito para volver a usarlo a la noche. De esa manera, un chicle le duraba una semana. A veces me convidaba uno; otras veces yo los robaba. Así, durante años, me especialicé en inflar globos inmensos que explotaban en mi cara, siendo imposible quitarlos de la nariz sin recurrir al agua caliente. Debo reconocer que mi abuela era una persona muy buena. Yo era un mocoso insoportable. Sin embargo, ella me colmaba de privilegios: preparaba mi merienda para el colegio, mantenía mi ropa p...

Tomás Juárez Beltrán

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LA ALCANCÍA DEL AMOR Luego de cruzar las Altas Cumbres comencé a descender hacia Mina Clavero. El tráfico vehicular era lento, el calor insoportable. Después de un control policial de rutina doblé hacia a Nono y al llegar al pueblo detuve la marcha en una estación de servicio. Como la fila de automóviles que esperaban para cargar combustible era interminable, bajé de la rural con la intención de estirar un poco las piernas y caminé hacia un quincho de paja. Allí, sobre improvisados escaparates, ofrecían todo tipo de baratijas: jarrones de dudoso diseño indígena, gauchos de madera, llaveros con escudos municipales, ocarinas sin sonido y otras naderías. Cuando estaba a punto de regresar a la estación, sobre una tabla de algarrobo a pleno sol de la siesta, observé cuatro chanchitos de cerámica que enfilaban sus perfiles porcinos hacia el cerro Champaquí. Era curioso, parecían pertenecer a una misma familia. El más grande encabezaba la fila y tras él, de mayor a menor, se ubicaban los d...