Lamento por Manuel Araya* - Reinaldo Edmundo Marchant
Reinaldo Edmundo Marchant La cara del formidable arquero Manuel el Loco Araya recordaba indefectiblemente a los grandes poetas malditos. Alguien que ignore que fue futbolista, al encontrarlo a quemarropa, de inmediato pensaría que resucitó Edgar Allan Poe, Arthur Rimbaud o Paul Verlaine, sin sospechar que tenía al frente a un excéntrico guardameta, que moraba bajo tres largueros, lugar predilecto para contemplar los movimientos de los atletas, meditar sobre las desdichas, escuchar el vocerío que bajaba de las gradas y observar el ímpetu que ponía un niño al agitar la bandera de su club preferido, gritando a plena máquina de pulmón : -¡Loco eres mi ídolo! A nadie le importaba el vocerío del menor: los arqueros no nacen para ser aplaudidos. Nunca se convierten en figuras a seguir. Están para contener la desgracia de un gol, esa ignominia que los deja de rodillas o masticando el sabor amargo de la burla. En las estadísticas resaltan quienes se