Araceli Otamendi
Elsa ¿Había un gato encerrado? Seguramente sí. Aunque nadie podía asegurarlo. Miré por la ventana, la inundación había llegado a los autos y el auto estaba casi flotando. Me acerqué al vidrio y lo vi, estaba en la luneta trasera: el gato estaba en el auto, maullaba como un condenado. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? El silencio de la noche no se había interrumpido hasta ese momento. Llamé entonces a mi vecina, Elsa quien se ofreció a acompañarme a rescatar el gato. Elsa era la única persona a la que yo conocía en ese edificio al que me había mudado hacía unos pocos días. Fue la única vecina que asomó la cara cuando llegué ahí y se presentó. Elsa era una mujer que había pasado por muchas cosas en su vida, buenas y malas, comentaba, y siempre estaba dispuesta a dar una mano a los demás, porque entonces, claro, los demás le podrían dar una mano a ella, cuando lo necesitara. Porque en la gran ciudad, es así, decía. Nadie se conoce con nadie. Nadie sabe quién sos vos ni...