Noemí Orella Fernández

ADAGIO* La peluca bien puesta, las pieles recién lustradas, los zapatos a estrenar. Nada diferenciaba a Doña Rosita del resto de ricachonas que colaboraban anualmente en el Rastrillo de Nuevo Futuro. Planeó hasta el perfume que se pondría aquel día. Las joyas también: las justas. Si bien el evento estaba destinado a recaudar dinero para los pobres, cuando perteneces a cierta clase social no puedes prescindir del oro ni del qué dirán antes de salir de casa. Volvió a su mansión de Conde Rodezno -aún a sabiendas de que llegaría tarde- porque se le había olvidado cepillarse los dientes. Todo en ella debía deslumbrar, y su nueva dentadura, implantada con titanio a sus débiles encías -herencia de una familia pobre-, no debía revelar lo podrida que se sentía por dentro. Mauricio hubo de esmerarse en la conducción para robar unos segundos a chronos y que su señora no llegase tarde al día más especial del año. Una impecable azafata la recogió a pie de calle y la acompañó al pabe...