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Mostrando las entradas etiquetadas como Cecilia Vetti

Vaciándome - Cecilia Vetti

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                                             Me largué a llorar, y fue mi llanto como un vértigo empujándome a la nada y al todo. Era justo en ese momento que lograba vaciarme de él.       Poco a poco, el llanto fue dejándome despojada de tanto rencor. Entré en un silencio cómplice. A veces el silencio tiene música, y uno se adentra en él, sólo para pensar que aún queda algo: uno mismo.      Al haberme liberado del odio, también perdía   mi condición de víctima. La lástima es como un vestido que se lleva hilvanado con la mirada de los otros.      Ahora estaba sola, enterrada en un muro de lamentos sin ecos.      Salí al aire, me pareció distinto. Era un aire puro, sin cargas neblinosas ni vestigios de ausencias. Quise beberlo con avidez, con esa sensación de...

Una visita singular - Cecilia Vetti

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                                                 Detrás de la ventana de ese comedor antiguo, escuchó un ruido seco sobre el cantero del jardín. Un ruido que no era un alboroto de grillos, ni de un gato travieso. Era un ruido tembloroso como si alguien estuviera acercándose. Dejó sobre la mesa el libro de Borges. Se había aficionado a Borges como a una droga diaria, una suerte de manía literaria. Esas lecturas le llenaban el alma, voces tan antiguas como reales. Los libros de su biblioteca se quedaban quietos añorando una mano que los sacara de tanto abandono. Cada vez que terminaba un cuento, se decía: ¿cómo lo escribió? Yo nunca podría hacerlo, y dejaba su cuaderno de notas sobre la mesa. Soñaba con Borges, quería intentar sus pasos lentos ayudados por el bastón. N...

Volando - Cecilia Vetti

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Por un momento el desasosiego se apoyó en mi hombro y lentamente fue haciéndose recuerdo. Tal vez esperaba que esa sensación no me dejara, tanto de alborotados estaban mis sentimientos. Si los sentimientos se pierden sin que podamos grabarlos, en un tiempo son todo y después una nada. Los sentimientos vuelan a cualquier lugar y ya nunca más serán nuestros. Había perdido en una espesa bruma, el sudor que me cubría al llegar a la escuela, con ese olor a tiza y desesperanza que tanto aborrecía. La tiza siempre molestó la sequedad de mis manos y mi olfato , con ese polvo inútil que me sabía a exigencia, a encierro, a n ú meros esquivos que se escapaban de mis maltrechas neuronas. Ahora ni siquiera puedo comprender ese malestar que me llevaba a la náusea, tan solo por la presencia de la profesora de matemáticas. Una mujer flaca como una vara de mimbre, apoyándose en nuestros miedos para alagar su vanidad de docente intachable. ¡ Fidelidad a los números ! ¿ C ómo se puede tener fide...

Mis tíos - Cecilia Vetti

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              Mis tíos eran muy machos allá por el 1900, siempre pegaban a sus mujeres. Era una herencia del padre que resplandecía en cada hijo. Mi abuelo Agustín, golpeaba a la abuela María en la madrugada, porque no podía hacerle un huevo frito entero e impecable. Inevitablemente se rompía ante los ojos adormecidos de la abuela, corriendo por la sartén como una sombra amarilla. Mi abuela se quedaba quieta viendo venir la trompada sobre su ojo titilante. Por la mañana, trataba de ignorar el ojo violeta, se miraba al espejo y sonreía complacida. El macho la había   compensado con una noche de alborotado amor. Mis tíos heredaron esa manera de tratar a las hembras. Eran admirados en el barrio como verdaderos machos. Hasta que un día, tío Pancho, casado legalmente con Catalina, se quedó dormido en la casa de Tania, su amante de los martes. Cuando él se acercó, Tania tomaba un mate amargo cerca de la ventana cerrada. Todo a media luz y sin ...

Mariposas en las manos - Cecilia Vetti

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         Mi abuela teje, tiene mariposas en las manos. Las hay de todos colores, revolotean en su entorno dándole forma a las prendas. Preciosas prendas que mi abuela teje con una pasión extraña. Sentada en una silla baja, con las piernas  abiertas, teje casi sin  mirar, atisbando todo lo que le dice el silencio. Se entera de los nacimientos y muertes del pueblo, nada  pasa sin que ella lo sepa. Su oído se escapa y capta todo lo que sucede aún más allá de los sauces del río. Los colores de la lana tienen alma y consignas. Se entienden con la abuela a las mil maravillas, con esa mezcla de pasión escondida en las cosas. El rojo   sabe a   la sangre   de un hombre que murió en el pueblo. Algunos dicen que murió de muerte natural, pero la abuela asegura que   lo mató su mujer. El verde cuenta del andar de los campos y el amarillo, de los girasoles presumidos. El gris es como el llanto de una anciana que está sola. El lila tie...

Mi ojo - Cecilia Vetti

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           Mi ojo se convirtió en un centinela al que puse de guardia en el bosque de mi noche interior y me esforcé así en adiestrarme para vigilar lo que ocurría dentro de mí. Pasaban tantas cosas, me abrumaba la noción que tenía de ellas, preguntándome el por qué de los sinsentidos en el acopio de la rutina. ¿La rutina es mala?, me preguntaba. No, cuando se vuelve creadora y nos deja algo, pero cuando solo sirve para servir y contentar a los otros, cuando el tiempo es un enemigo insalvable y nos avisa que ya está, nuestro propio tiempo se va acabando. Es cuando el ojo impiadoso observa el acontecer de las cosas sin importarle nuestro deseo. Al mirarme en el espejo, mi ojo me dice cosas, no le hago caso, es un falso traductor de gestos… Tan dominante, tan cruel, que hasta puedo creerme maltrecha, y cuando todos comentan: ¡Qué bien te conservas!, quiero contarles que todas las noches me sumerjo en una bañera colmada con agua y vinagre a la ...

La claraboya - Cecilia Vetti

                       Todo es un temblor de estrellas agazapadas en el cielo de una claraboya oxidada. Una caricia corrosiva y sutil ha gastado los bordes de ese mundo de hierro. Por allí pasan las nubes demasiado rápido. Otras veces se quedan quietas en un tiempo de infinitos grises, enfriando el cuarto. También yo me enfrío, como si fuera una cama, una mesita de luz, el velador adosado a la pared. Me siento una cosa inútil que se va oxidando día a día. Alguna mañana la enfermera encontrará entre las sábanas, una figura ocre y desvaída. Al principio, la enfermedad me cayó como el latigazo de un verdugo. Un verdugo verdaderamente cruel, sin disimulos. Sabía llamar a las cosas por su nombre, esas que siempre le suceden a los otros. Cuando llegué a este hospital, pasé a ser un número, nada más que un número para diferenciarme. Mi rabia y mi impotencia me segaron. Ha pasado un tiempo, ...

Las lilas - Cecilia Vetti

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    Estaba solo en la habitación, pudo sentir ese aroma especial que se amparaba en lo perecedero. En ese momento las lilas del parque tomaban formas descabelladas como caballos alados bordeando los costados del ventanal. Se sintió cerca de Dios, tan cerca como si el murmullo de su propia alma lo abrazara. Cuando el jardín se cubrió de oscuridad, abrió la puerta de su habitación y salió al aire. El croar de las ranas y el canto de los grillos lo hizo creer que toda su existencia era obra de algo sobrenatural e inasible. Buscó su karma debajo del saco y se acarició el pecho, lo recorrió un temblor desconocido, era él y a la vez no lo era. Tenía la boca seca, se acercó a la fuente y haciendo un cuenco con sus manos bebió con avidez. El agua cayó a su alrededor iluminada por un rayo de luz. Pensó en Uriel, lo había abandonado como una cosa inútil, después de ser su amante durante cuatro años. Uriel era caprichoso y arrogante, siempre deseando un poco más de esos billete...

Una mujer y una calle - Cecilia Vetti

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En su cara llovía la tristeza y luego quedaba detenida en sus mejillas como no queriendo caer. Toda lluvia luego tiene un resplandor, me dije. Cuando parpadeó, sus ojos fueron un abrazo donde escondí mi propia pena. Los dos   estábamos solos en una calle que no tenía medida y en la que nunca podríamos transitar totalmente. La pensé así: una calle sin medida, porque al final una oscuridad la hacía parecer tenebrosa. Nos sentamos en una pared   baja que sabía a humedad y jazmines. ¿Qué se puede decir cuando no se sabe nada del otro? Cuando el otro es un puente para cruzar nuestra soledad. Las miradas alcanzan un siglo de parpadeos y preguntas. Toda la lluvia de su cara se había guarecido en un charco y desde allí nos miraba con curiosidad. No sabíamos que decir, solo nos quedamos quietos como si todo nuestro interior nos encomendara al silencio. Y el silencio nos unía convocándonos a un plano superior; individuos de una dimensión distinta. Porque el silenc...

La Coqui - Cecilia Vetti

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A la Coqui la fuimos a buscar una tarde de invierno. Hacía mucho frío. La abuela Eusebia me apretaba la mano con fuerza y su anillo se incrustaba en mis dedos. Su protección era un sufrimiento insoportable. La Coqui era hija del tío Mauricio, hermano menor de la abuela. Como hermana mayor siempre lo había protegido. Era el más buen mozo de sus hermanos, y también el más zonzo. Cualquiera lo podía engatusar entre sus piernas, decía mi abuela. Mauricio estaba muy enfermo, según mi abuela le quedaba poco tiempo. ¡Todo por culpa del cigarrillo! “Está condenado”, repetía ella.   Me quedé pensando por qué estaría condenado a una pena tan grande. Quizás era culpa del dios de los cigarrillos... no sé. Mi abuela decía que un monstruo le estaba destruyendo el hígado… ¡Manías de vieja! Mi papá la retaba, porque esas no eran cosas de decir. A mi mamá no le importaba, nunca escuchaba a la abuela, siempre se hacía la distraída. Decía que mi abuela era una vieja más mala que el d...