Una mujer y una calle - Cecilia Vetti
En su cara llovía la tristeza y luego quedaba detenida en
sus mejillas como no queriendo caer.
Toda lluvia luego tiene un resplandor, me dije. Cuando
parpadeó, sus ojos fueron un abrazo donde escondí mi propia pena.
Los dos estábamos
solos en una calle que no tenía medida y en la que nunca podríamos transitar
totalmente. La pensé así: una calle sin medida, porque al final una oscuridad
la hacía parecer tenebrosa.
Nos sentamos en una pared
baja que sabía a humedad y jazmines. ¿Qué se puede decir cuando no se
sabe nada del otro? Cuando el otro es un puente para cruzar nuestra soledad.
Las miradas alcanzan un siglo de parpadeos y preguntas. Toda
la lluvia de su cara se había guarecido en un charco y desde allí nos miraba
con curiosidad. No sabíamos que decir, solo nos quedamos quietos como si todo
nuestro interior nos encomendara al silencio. Y el silencio nos unía
convocándonos a un plano superior; individuos de una dimensión distinta.
Porque el silencio tenía palabras, voces, lamentos, gritos
atormentados y recuerdos, sobre todo recuerdos y todo lo que nuestra
imaginación quería darle.
De su cuello colgaba una cadena de plata con una A: (Ana,
Analía, Amalia) ¿A qué nombre pertenecerá esa letra? Me gusta Ana porque es tan
pequeño y frágil como ella. Señalo su colgante y lo nombro “Ana” Ella responde
con un gesto y yo me hago dueño de ese nombre. Los dos nos hacemos pedacitos de
nosotros mismos y nos fundimos en un sueño. Nadie se atrevería a despertarnos.
Casi con un murmullo, ella me cuenta un sueño triste y
recurrente. Yo le cuento otro grabado en la misma tela. Los dos venimos de una
infamia parecida. A ella le faltan dos dientes y yo todavía siento el ardor de
la electricidad en mis entrañas de hombre.
¿El horror deja marcas para toda la vida? Decidimos
abandonarlas sobre el charco, se irían secando poco a poco con el sol mañanero.
¿Quién se levantará primero de esta fuga de la realidad?
Ella fue más rápida y alcanzó corriendo el final de la
calle. Se perdió como esas cosas soñadas en la bruma. Me imaginé que era muy
duro compartir los miedos. Un miedo de dos se iría haciendo cada vez más
grande, insoportable y único.
Y me quedé allí, esperando un día distinto, llevando su
nombre como un trofeo ganado a la tristeza de una mujer: pequeña, frágil, a la
que le faltaban dos dientes.
Quise tocarla desde lejos, pero apenas pude besar la orilla
de su sombra.
© Cecilia Vetti
Provincia de Buenos Aires
Cecilia Vetti nació en el barrio de Boedo en la ciudad de
Buenos Aires pero hace 60 años que vive en Banfield. Su universidad literaria
fue estudiar en los talleres de Mirta Arlt y Mempo Giardinelli junto con los
que después fueron famosos escritores. Pertenece a la SADE de Lomas de Zamora. Dicta un taller Literario
en el Teatro Ensamble de Banfield desde hace 12 años.
Editó los libros La soga del tiempo (Faja de Honor de la
SADE 2002), Corredor de silencios, Sueño de alas azules, Acurrucada en la luz,
Disfrazada de sombra, El despojo, Los botones de mi cuerpo y el libro de poesía
premiado con la Faja de Honor de la SADE
2017 Entre las hojas. Su próximo libro es Caminando el después.
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