¿Está usted preso? - Jota Eme Salcedo Picón

 

 

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Cansado de los años, el carcelero de siempre, cubierto por su ya fofo y deslucido uniforme de camisa curtida de mil lavadas, y pantalones de fatigado azul, fustigaba su encorvada espalda abriéndole y cerrándole una vez más la vieja y pesada reja que, con su clangclang de años, lo saludaba. Su sonrisa, la del carcelero, el tiempo la fue mostrando cada vez más mustia y sumisa, hasta pincelarla como una mueca triste y sin remedio, resignada a aquel oficio de gotera eterna. El mismo calabozo, las mismas paredes desprolijas de cal, absurdas, sí, las mismas que a él, a Teotiro Bárcenas, lo admitían de nuevo, ignorando su reincidencia. ¿Está usted preso?

Era una de las grandes prisiones que había, diseminadas según una ignorada planificación. Es que los gobiernos centristas no dejan nada al arbitrio de otros. Moverlo todo desde un centro. Ahorro de tiempo, dicen. No sé. Noté sí, desde hace mucho, la relación habida entre ‘central’ y ‘control’. Ambas palabras son las mismas, lo único que pudo variar a lo largo del tiempo de uso, fueron las vocales. Las consonantes, su esqueleto, su estructura, quedaron igual.

Sin garantías

Yo me la pensaría y tal vez estableciera pequeñas prisiones en muchas partes, para albergar pocos detenidos. Porque los grandes monstruos son difíciles de mantener, de aplacar, de administrar, de organizar… Más que eso, se trata también de controlar las decisiones, especialmente las que hacen girar las bisagras en uno o en otro sentido. El noble Derecho penal queda allá, lejos en su discurso de garantías y jueces probos. Los tornillos se aflojan o se aprietan con el bisbís de las entregas, pasando de mano en mano.

¿Cuántos presos habrán oído ese chirrear de tono ascendente o descendente, según se abran o se cierren los goznes o bisagras de su insistente reja? Una reja resignada a los mismos entregados pasos de cada detenido, yendo adentro, donde la individualidad se pierde en la carcoma de la numeración y la estricta rutina que suelen tener los establecimientos penitenciarios. Misma indumentaria, mismo calzado, misma comida, mismas horas, mismas voces de mando, mismo desaliento. El tiempo que aquí no transcurre, sólo afuera, corteja al desaliento con su certeza de inútil jornada; o de infecundas noches, homogéneas en su siempre de hoy y de mañana, lacerantes y perfectas en su devenir de noria.

Acaso una trampa de cuando en vez, se abre para acelerar la acción. Y entonces asesinan a un interno; o secuestran algún pabellón; o toman las enfermerías; o hay huelga de hambre. O se amotinan. Y mueren varios. Y el forense no llega. Se demora en los feos pasillos de la burocracia que, aun sabiéndolo, corrompe los cuerpos tras la refriega…

Las almas ya vienen…

Empero, las almas no se corrompen. Ya vienen corrompidas, dispuestas a todo. El reincidente ataca al primerizo. El capo sodomiza al recién llegado, si se deja. Si no se deja y lo mata, entonces habrá nuevo capo. En algún país que no recuerdo, por cierto, el capo es llamado pran. Y quién sabe qué origen tendrá semejante término. El vocablo puede rastrearse en las jergas monstruosas y apretadas de la cárcel. ¿Y al pran, a la persona que lo es? A éste se le puede encontrar viviendo bajo una autoridad que nunca aparecerá, a la cual debe su existencia y sus privilegios gansteriles.

Veinte años atrás

Y de nuevo Teotiro estuvo aquí. Lo mismo que la otra vez, y que la otra, y que la otra… Desde la primera, cuando apenas tenía veinte años de edad. La reja, la de él, aquella primera vez, fue cerrada con firmeza y sin asombro, por el mismo sujeto. Pero con veinte años menos. Cabello aun oscuro, los pómulos firmes, el tórax recio y recto, sosteniendo unos buenos pectorales en una camisa blanca que completaba el pantalón azul, su uniforme. Lo dejaron en un pequeño calabozo que daba a una pared. Al menos me molestarán por un solo lado, se dijo entrando.

El mismo bloque que le sirvió de camastro aquella primera vez, le dio la bienvenida de nuevo. Un firme y macizo rectángulo – técnicamente un paralelepípedo -  hecho de concreto armado y cavillas, moldeado allí mismo y adosado al terco y silencioso muro del fondo. Sin jergón, estera, colchón o nada que pudiera parecer un elemento de confort, parecía aguardarlo siempre, con sus esquinas astilladas, sus pequeñas grietas y su brillo triste, extremado por el uso y el abuso de los cuerpos.

De todos modos, Teotiro conocía todo aquello y sabía que detrás de la pared quedaba el gran pabellón de las duchas. Todas sin revestimiento alguno, caída la cerámica desde hacía varias administraciones. Una mugre corchada y gruesa saludaba a quienes tenían el turno del baño. Sin pantuflas, claro, pantufla vista, pantufla robada. Excepto las prendas de vestir de los pranes y luceros, todo peligraba allí. Hubo un tiempo de grifos y palancas. Hoy, una gruesa manguera negra, pasando por encima, a todo lo largo de los compartimientos, y donada por quién sabe, surtía de agua. Sí, suele haberla. Pero más era el agua que quedaba en el recorrido, que la que llegaba a los hombres. Demasiadas grietas, muy reseca ya aquella manguera.

Volvió

“¡Volvió, volvió, volvió, volvió!”, cantaron a coro algunos presos al verlo entrar; eran con quienes Teotiro había tenido más comunicación; eran quienes habían tratado de protegerlo de la jungla de barrotes. Otros rieron, burlándose del regreso, como diciendo: “te lo dije, güevón, te lo dije”, casi celebrando una apuesta.

Quiso ignorar a los otros presidiarios que tenía en frente y a los lados. Pero era imposible. Había que incrementar la alerta. Ya no estaba en las calles, robando, engañando, arrebatando, ocultándose. Ahora esto, todo esto, era su Aquí y Su Ahora, después de dar muerte a su compañero. Varias veces había escuchado la expresión aquella del tal ‘aquí y ahora’. La gente la decía ramplonamente y circulaba como cualquier moneda. A él le parecía curiosa, aunque no la entendía del todo. Pero a los tres meses ya estaba fuera.

Programas VS Hampa

Los resortes que mueven todo el sistema judicial se habían movido, aceitados por el dinero inmoral y la presión de un pez mediano; no tan gordo, que tenía intereses dentro de la banda de Teotiro. De cualquier modo, esa banda había penetrado el centro penitenciario y dos de los pranes pertenecían a ella. Tenía miembros fuera y dentro. Adentro jugaba duro la prevención inútil; jugaba adentro y jugaba afuera, como pitcher estrella combinando sus certeros lanzamientos. No había programas que le aguantaran más de un inning. Estos últimos resultaban derrotados uno tras otro, por su carácter fragmentario y discontinuo, jugando fuera de ranquin, se diría. El equipo de Programas Unitarios y Aislados, de jugadores de pequeñas ligas o ligas A, a lo sumo, VS el equipo Grandes Ligas del Hampa Organizada.

Salió libre a los tres meses, embutido en su irremediable tumbado – su tumbao - de ‘mírame y no me toques porque te jodo’. Recobró su puesto jerárquico en la banda; o, mejor dicho, reanudó su rol en ésta desde fuera, después de controlarla desde su protegido calabozo.

La mujer del pran

Adentro la vida es una apuesta. La vida es una apuesta, al menos aquí; siempre. No sabes si sales y no regresas, acribillado en las calles sin luces y sin dolientes. No sabes si entras en una madrugada de ahora y siempre, sin aviso, sin juicio. No sabes si adentro, tus debilidades te vuelven la mujer del pran mayor; o la amante de uno de los luceros… O te reciben matándote, liberándote del asedio que desde hace algún tiempo te tuvieran montado los de la banda enemiga, los de dentro. Es que tienen aquí su ‘personal’. Claro, orden es orden. Sí, malvado y escalofriante. Pero es un orden. “El caos es un orden no descifrado”, sentenció una vez Saramago.

No, no, las cárceles no son mixtas. Bueno, todavía. Aquí no, quiero decir. No encierran mujeres con hombres - ¿o sí? -. No sé, hasta ahora no, pero cuando un preso, en su máxima abyección y por necesidad, dada su debilidad física o falta de coraje se entrega sexualmente a otro preso, se dice entonces que se vuelve ‘la mujer’ de quien lo somete. Estas entregas no son esporádicas ni escasas. La víctima de estos vejámenes tiene que entregarse del todo, conviviendo con su victimario, quien lo sodomiza a su voluntad. ¡Lávate primero, no quiero ensuciarme! ¡Prepárame la comida, marica de mierda! ¿O quieres que te meta el revolver? ¡Vístete, vístete como me gusta a mí, lávate y vístete, que quiero hacerlo ya! La mujer o amante del lucero…

El lucero es el custodio o guardaespaldas principal del pran. Siempre está cerca. Es su asistente, digámoslo, su apoyo incondicional. No tanto, si tiene oportunidad de hacerse más grande y superarlo, no dudará en liquidar a su jefe y elevar su estatus carcelario. ¿Estatus? Claro, estamos en un mundillo aparte, en una ecología social donde sujetos y roles encajan en un sardónico tictac de vida y muerte sorpresiva; o esperada.

La puerta ce cerró…

“La puerta se cerró detrás de ti…”, dice un viejo bolero compuesto por el mejicano Luis Demetrio. La canción habla de amantes que se alejan, es decir, habla de uno de los temas más requeridos por boleristas y baladistas. Pero aquí, y en el gran mundo de fuera que le es atinente, la puerta se cierra detrás de quien cae. Y podría cerrarse también de quien, cayendo, es liberado. La puerta de la reincidencia es muy grande, un inmenso portón que pesado, abre sus alas, derecha o izquierda, ¡qué eufemismo!, dando lugar a una prisión de gesto mordaz que hiriente, nos habla de su enorme tamaño, capaz de poner en duda no solamente los planes (esta vez sí con letra ele), sino la finalidad misma de la pena.

¿Está usted preso?

Yo no sé de eso de los fines de la prisión. Yo veo todo igual, desde hace mucho. Pero he sabido, lo leí en alguna parte, que los sabedores distinguen, para la prisión, varios fines: que si para separar o aislar… Que si para castigar a quien hizo mal; he leído también de que sirve para expiar… Busqué en un diccionario esa palabra y vine a enterarme de que significa: purificar. ¡Ja! Me río de pensar en purificación, hablando de cárceles. Otros más optimistas aún, se engolosinan diciendo que la prisión corrige. Pues sí será. Yo tendría que ir preso y ver.

El tiempo ha teñido el anciano hierro de los portones que, abriéndose, gimotean su falsete, cantan o apenas tararean su burla al sistema. De cualquiera. De cualquiera. El delito es una constante, un continuo de mirada fija, vacía.

¿Qué haré yo desde aquí, desde que comencé esta rutina, encerrando a la gente? ¿Eso servirá? Claro que sirve, para retirarla un rato de las calles, para que la gente crea que…

- ¡Vigilante número 14A, vigilante número 14A! – repitieron los altoparlantes internos. No era con él, no era con el fatigado Adolfo – así se llamaba el viejo – pero la cacofonía acartonada de los parlantes lo sacó de sus cavilaciones. Y entonces comentó, murmurando su antigua frase:

- ¡Otro, otro que traen a la cana!

La fosa y el péndulo

Los incrédulos muros no repitieron nada, ningún eco. Pero la imagen reiterada de los brazos de detenidos y presos, negros o azulosos de tatuajes, por fuera de las jaulas, a través de los barrotes, colgando, o de manos entrecruzadas, la imagen en conjunto, con sus burlas y gritos, supieron recordar aquello de la culpa, la maldita – o bendita – culpa que hablaba a todos, a internos y a guardias, a gente de fuera, a quienes eran autoridades y a quienes no lo eran, que ésta, la culpa, sostenía todo proceso penal, como un péndulo que va y viene justificando el castigo o liberando a los inocentes de responsabilidad alguna.

La fosa y el péndulo, dijo una vez Edgar Allan Poe, descendiendo el péndulo en su movimiento, como tiempo inefable, sobre el delincuente; o sobre el penado. Claro, sobre el penado, el que pena… ¿Qué parte de la palabra pena no entendieron?

Jota Eme Salcedo Picó

(c)Mérida, Venezuela 

Septiembre de 2025

Jota Eme Salcedo Picón (Jesús Manuel Salcedo Picón), Caracas, Venezuela, 1959.

Profesor jubilado de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. Historiador y Doctor en Ciencias Sociales, especialidad en Criminología y maestría en Ciencias Políticas. Amplia experiencia de enseñanza en educación superior y en manejo de proyectos de investigación científica en sus áreas de especialidad. Enseñanza de redacción de textos científicos para publicación en revistas especializadas. Ha dirigido seminarios sobre penas alternativas a la prisión y sobre el delito en la literatura universal. Publicaciones en revistas especializadas del área y en revistas literarias electrónicas como Letralia y Letrarium. Tiene publicado El control social en perspectiva histórica, en dos ediciones. Creador y administrador del blog salkedus.com sobre literatura y música.

  

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