Magda Lago Russo

El hijo pródigo Ella piensa que no importa la edad, siempre debe haber una caricia que escape de las manos para esconderse en los cabellos, la cara o la espalda encorvada sobre los libros o el trabajo. Esta vez como siempre le demostrará, que ha pesar de los años pasados, tiene miles de caricias guardadas entre los dedos, marchitos quizá y las volcará en él. Vuelve después de años y a pesar de la comunicación cotidiana, no es lo mismo tenerlo frente a sí. Al mirar sus ojos, sabrá de los años de desilusiones, angustias y alegrías Con sólo mirarlo, aguzando los sentidos, descubrirá una arruga prematura o un rictus desconocido. Sabe todo, su instinto de madre se lo dice, aunque se lo oculte, las lágrimas de los primeros meses, la nostalgia, el desarraigo. A la distancia ella ha sentido lo mismo, nunca lo manifestó en los mails casi diarios no quería que supiera de su dolor. Deseaba que la recordase altiva sin lágrimas, sonriente igual al día que lo despidió en el aeropuerto, au...