Julio Picón Ponce
Taba Cué Tendría 7 u 8 años, no recuerdo bien la fecha, solamente los hechos, las circunstancias y el misterio. Frecuentemente acompañaba a mi abuelo hasta una chacra usufructuada en un paraje llamado Yvyra`i, donde tenía una pequeña huerta de batatas y mandiocas. Yo ayudaba, a pesar de mi corta edad, removiendo la tierra adyacente a los tallos y tubérculos. Mi abuelo, mucho más fuerte y vigoroso, se encargaba de arrancar de raíz las plantas de mandioca, lo que demandaba un esfuerzo importante. Siempre salíamos temprano, como a las 7, más o menos. Previamente nos devorábamos un majestuoso desayuno hipercalórico, con mate cocido y un revuelto de huevos y carne. Ese día, tomamos el arenoso camino que se extiende hacia el oeste, continuando la calle San Luís del Palmar sobre la que estaba mi casa. Yo iba montado sobre un caballo, viejo y manso, al que llamábamos “Moro”. Pasamos por el frente de la escuelita Bolaños y seguimos hacia nuestro destino, primero por otro camino arenoso y lue...