Recaló en Buenos Aires - Araceli Otamendi
"Hay que ayudar al poeta" Armando Buscarini La tarde de un bochornoso 12 de febrero, de un año del siglo XXI, entré a un bar de la Avenida Paseo Colón. Había un sol rojo en el cielo y nubes blancas con formas de animales, hacía demasiado calor para andar por la calle. Me senté cerca de una ventana, y puse los tres libros que traía, en la mesa. Uno de ellos, era de Armando Buscarini, el poeta bohemio y pobre que había sido concebido en Buenos Aires, hijo de una mujer española que había venido a buscar suerte a esta ciudad y un marinero italiano de apellido Buscarini, al que jamás había vuelto a ver. La camarera que atendía las mesas, una mujer joven, bonita, de pelo y ojos oscuros, vestida con pantalones negros, remera y un delantal rojo y negro, se acercó a la mesa. Pedí un café cortado y una jarra de agua con hielo. Ella miró los libros y sonrió. Hablaba con acento castizo,