Ángel Balzarino

EL RECUERDO DE JULIETA BAILANDO Y UN ACORDEON REPENTINAMENTE TRISTE Ya no es lo mismo. Aunque seguimos respetando la costumbre de reunirnos en la plaza a las seis de la tarde y don Batista sigue tocando su acordeón desvencijado, todo resulta distinto. Falta ella. Y no podemos sentir la excitación y el júbilo que nos había deparado el espectáculo a lo largo de tantas jornadas, ni los dedos del viejo se muestran ágiles y entusiastas sobre las teclas sucias, ni la música representa un bálsamo vital y gratificante. Nos cuesta aceptarlo, admitir sin protesta que por culpa de la intolerancia y el despecho de unas solteronas ya no podemos gozar del esplendor y la algarabía que Julieta lograba conferirle a las últimas horas de la tarde. Instintivamente aguardamos su regreso. Para seguir cumpliendo la cita iniciada cinco meses atrás, ...