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Noche sin maquillaje- Araceli Otamendi

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Aprendí a maquillarme mirando a mi madre y a una de mis tías, cómo se pintaban delante de un espejo. Era toda una ceremonia y yo las imitaba. Primero fue en los juegos infantiles: sacar las pinturas de una cajita y embadurnarme la cara con base, los ojos con sombra verde, los labios pintados de rouge. También el rubor en las mejillas. A los dieciseis años aprendí a ponerme pestañas postizas, era todo un ritual. Los ojos me quedaban grandes como arañas además de sombra plateada y azul en los párpados. Yo era feliz así, con esa cantidad de pintura en la cara, me hacía sentir grande, me hacía sentir que pertenecía a esa familia de tantas mujeres que competían entre sí para ver cuál era la más linda, la mejor vestida, la más arreglada. Por consejo de una profesora de matemáticas nunca quise salir con ningún chico del club. Ella contó una vez que en los vestuarios el padre había escuchado cosas aberrantes de la mayoría de las mujeres del club, las decían los hombres y él n...