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Mostrando las entradas etiquetadas como cuentos

Desarme - Araceli Otamendi

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  Marita había pasado una noche de perros, casi sin dormir. Primero fueron los duendes, o los fantasmas, esos que andan por la cocina y abren las puertas de los armarios para que de pronto salte algún paquete de fideos secos, de arroz o de galletitas y se estrelle en el piso. El susto por el ruido no pasa a mayores pero la desvela. Es entonces cuando se pone a pensar temas para un cuento, o le aparecen, se le ocurren, alguien, no sabe quién, le dicta al oído: Etelvina, la araña dañina , La guerra twittera , o La soledad de los trapos . Cualquier título viene bien para empezar a escribir. Etelvina es una araña que camina despacio pero acecha...teje su tela y sus ojos se mantienen abiertos... La guerra twittera, táctica y estrategia de unos contra otros, quiénes son los unos y quiénes son los otros, le recuerda al film Los unos y los otros de Lelouch, Jorge Donn bailaba el bolero de Ravel … La soledad de los trapos , puede ser la soledad del vestuario en un camarín, cua

El conjurado - Araceli Otamendi

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  Elina, que había sabido ser amiga y algo más del hijo fue esa mañana temprano a visitar al viejo.  Un sueño durante la noche anterior le anticipó lo que iba a pasar durante la visita.  Elina deslizó la traba del portón que daba al jardín y entró. Un perro atado ladró varías veces. Era un caserón antiguo en la Provincia de Buenos Aires, de esas casas grandes con jardín, galería y patio, frescas en verano, frías en invierno.  El viejo estaba sentado bajo la parra, medio en la sombra se podía ver la curva de su barriga y un poco el pelo blanco. Sostenía en una mano un libro. Algunos rayos de sol se filtraban entre las hojas. Las facciones de la cara del viejo eran casi las mismas de antes. La cara   era un espejo adelantado en años a la del hijo, un espejo que devolvía en la imagen lo que el tiempo podía hacer.  Hacía calor y las cigarras cantaban.  Sentado en una mecedora antigua, de mimbre, el viejo dormitaba, el calor era pegajoso.  Elina, que había llegado casi en puntas de pie se s

Allende, la leche y yo*- Reinaldo E. Marchant

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tapa del libro Allende, la leche y yo Reinaldo Edmundo Marchant (centro) con Manuel Silva Acevedo Premio Nacional de Literatura 2016 (derecha) y el diputado Daniel Melo en la presentación del libro  Salvador Allende fue un amigo que conocí, siendo un niño, en un masivo encuentro de campaña política que se realizó  en el Teatro de San Miguel, hacia  fines  de los años sesenta. La noche anterior, mi madre me pidió que la esperara a la bajada del micro, en el paradero seis de Gran Avenida, frente de donde luciera la famosa efigie del guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara, a eso de las seis de la tarde.  A esa hora ella quedaba libre de su labor de empleada doméstica. De ahí caminaríamos hasta el popular acontecimiento, que movilizaría  a miles de adherentes. En el lugar, además, se hallaban mis cuatro hermanos mayores. Lo que mi madre no sabía era que los viejos del barrio también habían invitado a un grupo de muchachos que jugábamos en el club de fútb

Sin palabras - Araceli Otamendi

Sin palabras (en Homenaje al Día del Periodista) Así me sentía, así estaba: sin palabras. El auto pasó a buscarme a las seis. Sí, a las seis. Era un remise alquilado, dispuesto para mi a las seis de la mañana. ¿Qué iba a hacer entre las seis y las once, cuando llegara el avión? Llevar las revistas a las radios y a los canales de televisión. En eso había quedado con él. Si salía bien, festejaríamos con champagne. Si salía mal, tal vez comeríamos un sándwich en algún lugar. El avión llegaría a las once, había que ir a Ezeiza. Esperaría una hora, tal vez hora y media antes, aburriéndome en el bar hasta tener la confirmación del horario. Mientras, camino al aeropuerto el conductor me contaba su drama; su mujer y sus hijos estaban lejos, de vacaciones, en la playa. Cuando ella llegara, porque no la veía hacía dos meses se iba a separar. Para eso había hablado ya con un abogado. Ella no sabía nada, los hijos tampoco. ¿Qué disparate se le había ocurrido? No podìa estar lejos de el

Araceli Otamendi - Guten Tag*

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Guten Tag* Guten Tag  fue lo que me dijo la mujer sentándose frente a mí, en el barco al que subí aquella tarde gris de un domingo de octubre en el puerto de Hamburgo. La neblina empañaba los vidrios de las ventanas sumándose a ella el aliento de casi quinientos pasajeros. Me embarqué sin saber el rumbo que seguiría porque lo que me importaba esa tarde era acortar las horas que me separaban de Martín. Sentada frente a mí la mujer anciana me miraba, le sostuve la mirada. Le calculé la edad, tenía la piel muy arrugada, estaría cerca de los ochenta años. Observé su pelo blanco bien peinado cubierto por un sombrero marrón, hacía juego con su impermeable de buen diseño, no le restaba atención al aire serio, casi severo de la mujer. Las manos juntas como los dedos entrelazados ofrecían una imagen caprichosa tal vez imaginada por un escultor. Me distraje mirando al hombre que vendía los boletos y luego los reclamaba, con su uniforme azul y esa cara de piedra cuyos músculos se movían

Araceli Otamendi -Una conversación cerca de Navidad

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Una conversación cerca de Navidad El agua seguía saliendo a cántaros ¿sería por eso que llamaba? Siempre tuvo intuición. Sonó el teléfono y atendí. La voz se oía lejana, era una voz diáfana, y a la vez parecía que contenía una risa. Hola, dijo. Hola ¿sos vos? ¿tanto tiempo? Sí, soy yo y estoy en París. Hace frío ¿no? Sí, hace mucho frío pero tengo encendida la calefacción. ¿Y vos cómo estás? En el balcón, pintando, digo, entre las plantas. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué? ¿Ibas a venir? Estoy en París, pronto viajo a Buenos Aires, voy a estar en esa fiesta junto a vos, vos también vas a ir.  ¿De qué fiesta habla? Ah, ¿no sabías nada? lo dejo hablar, tal vez me entere de algo, tal vez haya alguna verdad en todo lo que me está contando. Mañana es Navidad, digo, ¿con quién lo pasás? No digas a nadie, dice casi en voz baja. Me quedo en casa solo pero ya armé el árbol. Ajá, digo. ¿Y cómo es ese árbol? Lleno de luces, con adornos plata y rojos como flores. Lo imagino con su soledad,

Magda Lago Russo

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 Sueños sólo sueños… Tendido de espaldas sobre el pasto húmedo, rodeado por la negrura de la noche, veo pasar las etapas de mi vida. La niñez de pies helados por la escarcha tempranera y el cuerpo aterido. Camino varios kilómetros para llegar a la escuela, donde otros como yo, se juntan alrededor de la maestra, que comparte mate cocido y pan, calmándonos así, el hambre y el frío. Con la misma prisa que apuro el jarro, trato de captar todo lo que la maestra nos enseña. Mi instinto me dice que gracias a ello voy a poder recrear mis horas, conocer otros lugares, saber como viven detrás de los cerros. En mi adolescencia, cuando en mi cara la barba despunta, sueño con irme aunque la tierra me aferra con sus invisibles raíces, permanezco atrapado a ella. He nacido en la pradera de un país del norte, en una de las pocas familias que errantes por varios meses, en democrática elección decidieron quedarse, en el lugar. La comarca es apacible, las montañas la separan de la ciudad, los árboles do

Araceli Otamendi

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Flores rojas para Sebastián "Soy, en gran medida, la misma prosa que escribo. Me desarrollo en fragmentos y párrafos, me convierto en puntuaciones y, en la distribución desencadenada de las imágenes, me visto, como los niños, de rey con papel de diario, o, en el modo como creo el ritmo de una serie de palabras me corono, como los locos, de flores secas que siguen vivas en mis sueños ". "Jamás desembarcamos de nosotros. Nunca arribamos a otro, a no ser convirtiéndonos en otros a través de la imaginación sensible de nosotros mismos ". Fernando Pessoa Flores rojas para Sebastián. Lindo título para un cuento pero ¿quién es Sebastián? ¿por qué flores rojas?. La cara de Almodóvar viene a la memoria. Tal vez una película, un guión, no sé. Y para colmo no conozco a ningún Sebastián. El nombre me gusta. Ahora, ¿cómo unir el nombre, a Sebastián, el barco donde estoy y el director de cine? Navego a la deriva, me dejo llevar por la corriente más profunda, más impetuosa, donde s

María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena

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¿Cómo no buscar a Jesús? Hacía mucho tiempo que ya nada lograba emocionarme, hasta ese día. Caminaba descalza por las arenas blandas de aquella orilla correntina- mezcla de tierra y ladrillo picado- mientras desataba recuerdos y cansancios apilados en algún rincón del corazón, tratando de encontrar la magia de una sonrisa que lavara las heridas del alma, cuando el horizonte me devolvió otra imagen: La de un pequeño que jugaba más allá... Acerqué mis pasos hasta él, que ni siquiera los advirtió –o al menos eso me pareció- y me acuclillé a su lado. Los dos mirando al frente. Los dos atrapando las luces que cabalgaban en la cresta de las aguas, cedidas por la redonda luna del Taragüi... Ambos en silencio por bastante tiempo. De pronto sentí necesidad de saber y hablé, aún mirando las aguas que ya me devolvían luces y sombras… -¿De dónde sos amiguito?- -No tengo amigos yo- , me respondió con voz transparente, casi vacía. Vengo a buscarlo -¿Al río? ¿A estas horas y solo? -Sí. A estas horas

Oscar Armando Bidabehere

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No lo sabes " El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un instante" Octavio Paz El aromo está en flor. Dueño y señor. Semeja un pavo real, verde pálido, agitando su plumaje, orlado con guirnaldas amarillas. Es invierno. Julio. Los árboles de hojas caducas, en su muda desnudez, llevan la desolación de la intemperie sin fin. Desarraigado, atravesando vaivenes laborales donde la monotonía ha estado ausente, después del naufragio, mi cansado cuerpo ha encontrado refugio en las inmediaciones del arroyo Tapalqué, al pie de suaves elevaciones que prologan las Sierras Bayas, de donde emana una energía telúrica que imanta a quienes deambulan entre su bosque de fresnos y las estribaciones rocosas, a pesar de las heridas, que en su roja cresta, le propinan los mazazos del hombre. Me hallo transitando, quizás, la curva final, viendo crecer lo que he plantado, dándole guarida a los pájaros, lejos de caza