Magda Lago Russo



















Sueños sólo sueños…


Tendido de espaldas sobre el pasto húmedo, rodeado por la negrura de la noche, veo pasar las etapas de mi vida.
La niñez de pies helados por la escarcha tempranera y el cuerpo aterido.
Camino varios kilómetros para llegar a la escuela, donde otros como yo, se juntan alrededor de la maestra, que comparte mate cocido y pan, calmándonos así, el hambre y el frío.
Con la misma prisa que apuro el jarro, trato de captar todo lo que la maestra nos enseña.
Mi instinto me dice que gracias a ello voy a poder recrear mis horas, conocer otros lugares, saber como viven detrás de los cerros.
En mi adolescencia, cuando en mi cara la barba despunta, sueño con irme aunque la tierra me aferra con sus invisibles raíces, permanezco atrapado a ella.
He nacido en la pradera de un país del norte, en una de las pocas familias que errantes por varios meses, en democrática elección decidieron quedarse, en el lugar.
La comarca es apacible, las montañas la separan de la ciudad, los árboles doblan las ramas hacia el río, que corre sin descanso, cediendo la transparencia de sus aguas.
El bosque cercano, ofrece la madera para hacer las casas que entre todos mis mayores levantaron y a la que cada familia, le dio un toque personal.
En pocos años, se crea un pueblo donde las chimeneas humean en el invierno, dando calidez al entorno. Mientras los campesinos con sus cantos agradecen con alegría a la tierra que les ofrece sus frutos..
Vivo de mi trabajo, las buenas cosechas me aseguran el subsistir de cada día, mientras sigo fantaseando con irme para ampliar ese mundo en el que estoy inmerso.
Caen las hojas, nieva, brotan los árboles y el río rumorea en su cauce.
Año tras año, como en una postal el pueblo se muestra al mundo.
A pesar de todo, con mis ilusiones aferradas en la mente, las mañanas me ven camino al campo. Promediando mi vida formo una familia, mientras mis sueños se van quedando relegados poco a poco. El nacimiento de un hijo hace que deposite en él, las esperanzas y sueños no cumplidos. Cuando la vida se aquieta en la madurez, el hijo se va detrás de las montañas llevando las quimeras que pienso son las mías.
No quiero detenerlo, no deseo que se sienta atrapado por la tierra.
Comprendo que el apego al pueblo creado por mis ancestros me mantiene sujeto a él.
Me levanto, la noche se ha cerrado totalmente, una luna llena me saluda desde un cielo estrellado, siento a mi alrededor, el aroma de las plantas y del pasto húmedo, son las esencias del lugar donde viví todo una vida , y comprendí, entonces qué es lindo soñar, y que…los sueños …son.

(c)Magda Lago Russo



Montevideo



Uruguay

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