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Cristina Rivera Garza

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Cristina Rivera Garza Simple placer, puro placer Lo recordaría todo de improviso y en detalle. Vería el anillo de jade alrededor del dedo anular y, de inmediato, vería el otro anillo de jade. Abriría los ojos desmesuradamente y, sin saber por qué, callaría. No preguntaría nada más. Diría: sí, muy hermoso. Lo es. Y pasaría las yemas de sus dedos sobre la delicada figura de las serpientes. Una caricia. El asomo de una caricia. Una mano inmóvil, abajo. Una mano de alabastro. Cruzaba la ciudad al amanecer, en el asiento posterior de un taxi. Iba entre adormilada y tensa, su bolsa de mano apretada contra el pecho. En el aeropuerto la aguardaba el inicio de un largo viaje. Lo sabía y saberlo sólo le producía desasosiego. No tenía idea de cuando había aparecido su disgusto por los viajes, esa renuencia a emprenderlos, su forma de resignarse, no sin amargura, ante ellos. Con frecuencia tenía pesadillas antes de partir y, ya en las escalinatas del avión, presentía cosas terribles. Una muerte sú...

Elena Ortiz Muñiz

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Mi amigo el mimo Al llegar a casa me recibe con el rostro pintado de blanco; la sonrisa roja dibujada en su cara -una sonrisa que en ocasiones se me antoja tan forzada como mi existencia- pero sonrisa al fin; debajo de los ojos negras manchas; las cejas oscuras delineadas en perfecta curvatura, y sobre su cabeza, ese gorro deforme de color inexistente decorado con una despeinada y vieja pluma de ave en color bermellón. Es Étienne Decroux, gran actor y mimo francés…y mi único compañero en la vida. No es imprudente, es muy discreto y me escucha sin reproches. No tiene nada que ver conmigo…aparentemente. Yo soy un tipo rígido, tímido en lo personal, pero duro en lo profesional, incapaz de tener una relación estable, sin familia ni perro que me ladre. A pesar de todo vivo tranquilo conviviendo con el buen Decroux, converso con él, le cuento mis planes y a veces, solo a veces, salgo a la calle, y como él, personifico mi propia pantomima dramática. En esas ocasiones, me hago acompañ...

Elena Ortiz Muñiz

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(c) Arthur Bispo do Rosario Nunca es demasiado tarde Era una niña cuando sus padres autoritarios la obligaron a casarse con ese hombre que la sometió con violencia, dureza y perversión en la intimidad, y con los puños cotidianamente. Desde los 16 años parió un hijo tras otro, a los 25 ya era una mujer amargada y sin sueños. Sus hijos abandonaron la casa odiándolo a él por tantos golpes e injusticias pero resentidos con ella por cobarde y sumisa. Termina de ducharse, al secarse observa en el espejo las arrugas de su rostro, las carnes flácidas,    las piernas varicosas, esos senos tan desfallecidos como sus deseos.     Mientras se viste lo escucha gritar: -¿Dónde estás maldita mujer? Se cepilla el cabello. Se dirige lentamente hacia la habitación. Lo mira postrado en cama, enfermo e inútil -¿Qué haces perra estúpida? Ven a limpiarme que otra vez estoy lleno de mierda    ¿A dónde vas?    ¡Regresa!    ¡Te lo ordeno! ¡Maldita Aur...

Elena Ortiz Muñiz

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Alighiero Boetti                                                 Elena Ortiz Muñiz EL TEJEDOR DE PALABRAS* Jamás olvidaré aquel día en el que el tsunami se llevó todo cuanto poseía. Cuando la ola gigantesca apareció alcancé a abrazarme de un árbol aunque la marejada me abatió sin piedad arrastrándome con una fuerza increíble. No sé cómo hice para mantenerme aferrada al tronco a pesar de que con su cruel y salado latigazo el mar lo había arrancado de la tierra y nos golpeaba sin misericordia ni compasión. En cuestión de segundos me quedé sin  hogar, fui testigo de cómo el agua se tragaba –literalmente- a mi madre y a mi hermanito que estaban tendiendo la ropa recién lavada frente a la casa. De mi padre, jamás tuve noticias otra vez. ¿Cómo puede nadie seguir existiendo después de una experiencia semejante? ¡Tenía tan solo 8 años de edad! Hasta ...

Cristina de la Concha Ortiz

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Miradas* Al ir de regreso a casa miré, ya se había hecho inevitable, tenía que hacerlo. Allí estaba, en su esquina acostumbrada. Me detuve para pasar el tope sin quitarle los ojos de encima. Atraía enormemente mi atención. Me miró indiferente con sus ojitos maltratados, su cara parecía enrojecida por la vestimenta o acaso por la displicencia que le causaba esa forma de vivir en medio de cajas y papeles, de latas y botellas, todo en perfecto orden colocado en su recoveco de la esquina de esa calle.       En un principio, cuando descubrí su existencia, trataba de no verla, después lo hacía de reojo, pues no podía evitarlo, escondiéndome del alcance de su vista, disimulando. Un día, me percaté de que a ella no le importaba.       Ahora, la veo cada vez que paso y eso es casi todos los días. Cruzamos las miradas y continúo mi camino. (c) Cristina de la Concha Ortiz Tulancingo - México *Miradas está publicado en el libro Historia de un...