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Mostrando entradas de septiembre, 2011

Diego Fernando Clavijo Gutiérrez

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El chico que corría tras el mirlo “Miráis una estrella por dos motivos: porque es luminosa y por que es impenetrable; Pues a vuestro lado tenéis una radiación más suave y un misterio más grande: La mujer. ” Víctor Hugo (Los miserables) Los fracasos amorosos son más comunes y reedificantes que los triunfos de la amistad. El chico que refiere esta historia, estaba falto de ideas. Agotó todas las posibilidades en su cabeza, la conquista se convertía en un asunto de imposibilidad demostrada. No bastaron flores, ni bombones, ni poesías ni declaraciones mundanas. Su amada quería amistad, todo intento por cambiar su opinión resultaba vano, cualquier iniciativa tomada se transformó en cenizas y las cenizas en frustración. Aquellas extrañas vivencias, demostraban es que los deseos más superficiales pueden cambiarnos la vida, empañándola cuando son imaginación y ennegreciéndola cuando son realidad. El par de amigos concluía un breve paseo de campo, en el cual él, padeció todo el camino ante el a

Pandora Coelho

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Albañil Marta estaba casada con un fontanero desde hacía quince años. Habían pasado muchas dificultades, pero siempre las han superado por el compañerismo que tenían el uno con el otro. Su hijo mayor, de trece años, ya era casi un hombre. Estaba muy orgullosa del adolescente que se había transformado, tan bello, trabajador y responsable. Ya su hija pequeña, de diez años, era la princesa de la casa, siempre dispuesta a ayudar a quien fuera. Marta trabajaba como administrativo en un grande hipermercado desde hacía diez años. Pero entonces llegaron las crisis y su despido fue inminente. Desesperada por conseguir otro trabajo, Marta se presentó a todo tipo de puesto ligado a su carrera de administrativa, pero con la situación actual del país, siempre ponían impedimentos. Hora era por la edad, hora por la experiencia, hora por su condición de madre y responsable de dos menores. Desesperada, se apuntó a un curso de albañilería, ya que, como administrativa le estaba siendo casi imposible la r

Juan Carlos Pérez López

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Un destello verde sobre la mar Su existencia ha llegado a tal punto que la mayor cota de igualdad a la que puede aspirar (o la que puede esperar) no es sino el silencio atronador. Ella está convencida de que al atardecer, cuando el sol sanguinolento se sumerge en la última línea del mar para aliviar sus heridas, el astro rey deja sobre el piélago marino, sereno y borroso, un destello remolón impregnado de esperanza, y con el que nos proclama que siempre habrá un nuevo amanecer, un lapso de tiempo renovado para canjear los malos augurios por expectativas resplandecientes. No duda de que si logra descubrir ese rayo solar - cree que es de color verde- su suerte se vestirá con un gabán de buena ventura. Ella está en la playa. Se saca los zapatos. Acaricia con los pies desnudos la arena mojada. Se estremece, pero se descubre reconfortada. Remoja su mirada en la espuma del oleaje, que se acerca remolona hasta ella para robarle, en su retirada mar adentro, los trazos del corazón que ha dibuja

Tamara Guirao Espiñeira

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Mujer emberà Las luces que surgen de repente en la selva forman parte de una conseja de animales, plantas y hombres que advierten de los peligros de aventurarse en las aldeas de cristal para huir de la monotonía y la tranquilidad de la selva. Aquella madrugada plagada de estrellas, bajo la rutilante luz de la luna llena, como en todas, él se despertó de pronto tan sobresaltado en la noche aciaga que sentía a voces el vacío inmenso de aquella dolorosa ausencia en el lecho conyugal desocupado a medias. Ella ya no estaría nunca jamás allí con Él por mucho que Él la soñase y era increíblemente duro despertarse de repente cada maldita madrugada para tener que cerciorarse de la existencia de su vacío. El poder quedarse dormido era inmensamente difícil sin el sonido monótono, acompasado y decreciente de su respiración inconsciente. Cada noche era aún mucho más eterna que la anterior y las pagaba todas juntas la mañana del día subsiguiente porque le encontraba por fin dormido, vencido por la d

Patrocinio Navarro Rodríguez

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La pequeña Sen Yui Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano, nació una pequeña niña llamada Sen Yui, la primogénita de una familia de campesinos pobres, muy pobres. Como era normal en aquella y en otras aldeas de la China rural y profunda, sus padres hubieran deseado tener un solo hijo y que este hubiera sido varón, pero nació una niña. El padre se mostró bastante malhumorado cuando comprobó que, después del parto, era una hermosa hembra lo que se dibujaba ante sus ojos. No pudo controlar su ira y culpó gravemente a su esposa de no haberle dado un hijo varón --No sirves ni para tener hijos—le reprochaba a su esposa--. Si lo hubieras deseado tanto como yo, me habrías dado un hijo varón. --Los dioses nos han sido favorables y nos han entregado una bella hija sana—respondía su esposa para aliviar su descontento. --Calla, ya pensaré lo que haré con la niña—contestó el padre Tras escuchar las palabras de su marido, la joven Fiyi, madre de Sen Yui, arropó a su hija fuertemente contra su pec

Andrés Bonvin

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A la par Cada mañana se dirige Ana a la elegida rutina, desde la mortecina soledad de su monoambiente hacia la luminosidad de su trabajo, excesivamente iluminado por los innúmeros “cascos” voltaicos que cuelgan como inmensas gotas de agua petrificada, conducida por el vibrante minibús que exhala su viciada combustión, tiñendo el aire con grisáceo polvo que se expande caprichoso. A su lado, legañoso y en silencio, va su marido. El tráfico, como para no perder la costumbre, se atora estúpidamente y se detiene, avanza unos metros y se detiene, como retando a los aún apacibles conductores a perder el sosiego y ganar la locura. Cubre una inmensa esponja de nubes aliadas el cielo que, acústico, devuelve cada insulto, cada grito y cada bocinazo que brota desde la tierra. Ana vio siempre esta imagen, que cíclicamente se repetía sin importar la estación, como cualquier atractivo paisaje que, aunque no conocía más que el de la ciudad, podría humano contemplar. Y cada día sonreía a la mañana, div

Ada Inés Lerner

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Una entrevista especial Caminaba yo por Perú hacia Avenida de Mayo. La noche se presentaba sombría con sus ráfagas de viento cuando me parece que lo veo en un barcito en una mesa cercana a la puerta. Está solo y quizás por eso me animo a entrar; debería lograr interesarlo en mis preguntas y conseguir el reportaje ¿y entonces? Todo el aplomo del primer impulso se desarma en mi interior. ¿Cómo abordar a un muerto célebre, a ese hombre, a ese escritor magnífico, que lee absorto frente a mí? No se me ocurre absolutamente nada. Busco apoyo en el respaldo de la silla y me enderezo un poco; me quedo mirándolo, sin poder articular palabra. Roberto Arlt, de él se trata, sigue concentrado en lo que hace. Repite la lectura, busca vaya a saber uno qué secretos. Todos los movimientos los hace con calmada precisión, con obstinación, tal como se adivina en sus labios finos y apretados. ¿Es esta una intromisión de la eternidad en la vida? ¿Desaparecerá de pronto? Periodista - Disculpe la interrupción