Araceli Otamendi -Una conversación cerca de Navidad



Una conversación cerca de Navidad

El agua seguía saliendo a cántaros ¿sería por eso que llamaba? Siempre tuvo intuición. Sonó el teléfono y atendí. La voz se oía lejana, era una voz diáfana, y a la vez parecía que contenía una risa. Hola, dijo. Hola ¿sos vos? ¿tanto tiempo? Sí, soy yo y estoy en París. Hace frío ¿no? Sí, hace mucho frío pero tengo encendida la calefacción. ¿Y vos cómo estás? En el balcón, pintando, digo, entre las plantas. ¿Por qué no me avisaste? ¿Por qué? ¿Ibas a venir? Estoy en París, pronto viajo a Buenos Aires, voy a estar en esa fiesta junto a vos, vos también vas a ir.  ¿De qué fiesta habla? Ah, ¿no sabías nada? lo dejo hablar, tal vez me entere de algo, tal vez haya alguna verdad en todo lo que me está contando. Mañana es Navidad, digo, ¿con quién lo pasás? No digas a nadie, dice casi en voz baja. Me quedo en casa solo pero ya armé el árbol. Ajá, digo. ¿Y cómo es ese árbol? Lleno de luces, con adornos plata y rojos como flores. Lo imagino con su soledad,  con un árbol tal vez hecho solo en su imaginación pero que él describe en detalle. Tal vez ponga el bolero de Ravel y coma pan dulce y tome champagne. Tengo ganas de contarle mis cuatro verdades pero me contengo. Basta con las mentiras de él. O tal vez sean verdades. Me habla como si estuviera vivo y en esa ciudad, me cuenta acerca del árbol y de cómo se ve París por la ventana, con los tejados cubiertos de nieve.  Y yo le cuento que las plantas del balcón están muy lindas y que había dos huevos de pájaro en un nido y hoy amanecieron rotos y tal vez comidos por un pájaro o algún otro animal. No me cuentes eso, dice. Decime qué estabas pintando. Manchas, sólo manchas de colores y tal vez algo... Qué suerte que tenés, contesta. Y yo solo aquí en París, armando todavía el árbol, afuera está nevando. La voz de él se desvanece casi. Antes de terminar la comunicación me cuenta un chiste con la ironía que él solo usa para esas cosas. Adentro está el árbol, dice. Cada uno vive su mentira, pienso. Cada uno se engaña y miente como puede aunque sea en el propio escenario de su imaginación. Me despido. El  teléfono se queda inerte, callado, mudo ¿el teléfono miente? Hace algunos minutos me parecía tenerlo a lado, la figura nítida se dibujaba y la voz de él, sus palabras, dibujaban el árbol. Ahora todo eso se ha desvanecido. Ahora sólo pienso en el árbol que él describió con luces y adornos para acompañarlo en esa Navidad tan fría. La noche continúa, apenas en penumbras llego a una casa vacía y silenciosa dónde encuentro a un niño ante la puerta ¿quién es él? pienso. Se acerca y me tiende la mano. Entramos a la casa juntos, es una casa vacía, deshabitada, una casa de paredes casi sin color, gastadas por el uso y los años. El niño me mira y no dice nada. Caminamos. En una silla en una esquina de la sala hay una manta. La tomo y se la doy al niño para que duerma abrigado. La noche es larga y hay que pasar las horas. Y así seguimos en la espera. A través de las rendijas de las celosías miro por la ventana. Pienso en la conversación anterior, llena de adornos y de luces, tal vez una mentira de él para llenar sus horas de vacío y soledad. Hay que pasar también por esa oscuridad de la casa, como él solo con su árbol, hasta que llegue el día, hasta que llegue la luz, hasta que se abra un nuevo día al amanecer.

(c) Araceli Otamendi

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