Las lilas - Cecilia Vetti
Estaba
solo en la habitación, pudo sentir ese aroma especial que se amparaba en lo
perecedero. En ese momento las lilas del parque tomaban formas descabelladas
como caballos alados bordeando los costados del ventanal. Se sintió cerca de
Dios, tan cerca como si el murmullo de su propia alma lo abrazara.
Cuando
el jardín se cubrió de oscuridad, abrió la puerta de su habitación y salió al
aire. El croar de las ranas y el canto de los grillos lo hizo creer que toda su
existencia era obra de algo sobrenatural e inasible.
Buscó
su karma debajo del saco y se acarició el pecho, lo recorrió un temblor
desconocido, era él y a la vez no lo era.
Tenía
la boca seca, se acercó a la fuente y haciendo un cuenco con sus manos bebió
con avidez. El agua cayó a su alrededor iluminada por un rayo de luz. Pensó en
Uriel, lo había abandonado como una cosa inútil, después de ser su amante
durante cuatro años. Uriel era caprichoso y arrogante, siempre deseando un poco
más de esos billetes malolientes que él le regalaba sin reparo. Sabía que para
Uriel, él era una consecuencia en el camino de su malvivir.
Seguro
que París lo había encandilado, ese fue su último capricho: un viaje a París.
Ahora, algún señor con fortuna cumpliría sus deseos.
Él
ya estaba lejos del apetito de la carne y no extrañaba las miradas ni las
caricias que ahora sabía fingidas.
Pisó
el barro con sus zapatos nuevos y pensó que ellos también quedarían oscuros en
un desierto de dudas.
Las
lilas seguían con insistencia queriendo embriagar sus sentidos, eran un vino tibio
escurriéndose entre las hojas.
Los
sueños siempre le anunciaban algo, saltaban a su alrededor al despertarse.
¿Cómo se puede mantener un sueño apretado en la memoria cuando un ser amado
está en él? Atraparlo, fragmentarlo, beberlo hasta la última gota del desamor.
Ese mismo desamor que nos está destruyendo.
Volvió
al dormitorio, la cama era un refugio y la almohada una amiga a la que le
contaba cosas. Única amiga fiel.
Cerró
los ojos y Uriel apareció entre las sombras de las cortinas que se mecían
llevadas por un aire distinto. Uriel se apoyó en su pecho y él se arqueó para
recibirlo con un quejido profundo que sabía a muerte.
Las
lilas ya estaban secas.
Provincia de Buenos Aires
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