Mis tíos - Cecilia Vetti
Mis tíos eran muy machos allá por el 1900, siempre pegaban a sus mujeres. Era una herencia del padre que resplandecía en cada hijo. Mi abuelo Agustín, golpeaba a la abuela María en la madrugada, porque no podía hacerle un huevo frito entero e impecable. Inevitablemente se rompía ante los ojos adormecidos de la abuela, corriendo por la sartén como una sombra amarilla.
Mi abuela se quedaba quieta viendo venir la trompada sobre su ojo
titilante. Por la mañana, trataba de ignorar el ojo violeta, se miraba al
espejo y sonreía complacida. El macho la había
compensado con una noche de alborotado amor.
Mis tíos heredaron esa manera de tratar a las hembras. Eran admirados en
el barrio como verdaderos machos.
Hasta que un día, tío Pancho, casado legalmente con Catalina, se quedó
dormido en la casa de Tania, su amante de los martes. Cuando él se acercó, Tania
tomaba un mate amargo cerca de la ventana cerrada. Todo a media luz y sin
ruido. No vaya a ser que los vecinos chismorrearan y le sacaran la honra a la
pobre mujer.
–A su hombre se le sirve el primer mate– le dijo en tono de mando, y
allí nomás le largó el bofetón. Ella se tocó la boca y un hilo rojizo comenzó a
brotarle. Él le dio una palmada en el trasero y se rió con ganas.
Tania se acercó a la hornalla y retiró la pava. El agua cayó sin prisa
sobre el mate espumoso.
Tío Pancho se estiró sobre el acolchado azul y esperó. La voz de ella
sonó cerca, casi como un murmullo. Nada
parecida a la de Catalina.
–Al macho de los martes se le sirve primero. – dijo Tania volcando el
mate en la oreja de Pancho. Él dio un aullido que no se parecía a nada. Los gritos salieron por el balcón y
recorrieron la calle. Corriendo, corriendo, como lo hacen los machos.
(c) Cecilia Vetti
Banfield
Provincia de Buenos Aires
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