Mariposas en las manos - Cecilia Vetti
Los colores de la lana tienen
alma y consignas. Se entienden con la abuela a las mil maravillas, con esa
mezcla de pasión escondida en las cosas.
El rojo sabe a
la sangre de un hombre que murió
en el pueblo. Algunos dicen que murió de muerte natural, pero la abuela asegura
que lo mató su mujer. El verde cuenta
del andar de los campos y el amarillo, de los girasoles presumidos. El gris es
como el llanto de una anciana que está sola. El lila tiene un perfume especial
a violetas y a nostalgia de otros tiempos. El blanco solo puede ser llevado por
una novia feliz, eso dice la abuela.
Nunca teje prendas negras,
deja la oscuridad para el después, según afirma. Algunos dicen que ella es bruja,
que la embrujó una gitana que pasaba por el pueblo y al observar la mirada
color miel de mi abuela, le confió esos poderes tan especiales.
Mi abuela nunca miente, le dice a cada uno lo que quiere
saber y aún lo que quiere ocultar. Delató a la viuda del hombre envenenado y
salvó a una niña de morir avisándole a la madre que estaba enredada en una
manta rosada. Cuando tejía esa pañoleta tuvo un presentimiento y se cumplió. Ni
siquiera quiso acercarse a la casa de la
madre, solo con el pensamiento le dio aviso de lo que vendría.
Ayer comenzó a tejerme un chal
azul, como los sueños. Dice que ya soy señorita y que basta de rosados, que un
chico guapo me estará esperando en el portal de la escuela…Eso me avisó mi abuela.
Hoy está un poco triste porque
imagina que no llegará a terminar mi chal. Como un pensamiento mágico
desaparece el muchacho, las caricias y los besos de amor. ¿Podrás tejer un poco
más, abuela?, le digo. Ella niega con la cabeza y me mira con los ojos
nublados. Poco a poco comienza a destejer esa prenda añorada. La lana azul,
como un río chiquito recorre la habitación y se queda en un rincón…esperando.
Llegué un poco más tarde del
colegio y al abrir la puerta de su dormitorio, noté que las mariposas se habían
ido y mi abuela miraba a lo lejos con los ojos quietos. Sus manos caídas a un
costado del cuerpo no querían moverse.
En el respaldo de su silla, ha
quedado una mariposa blanca, parece de espuma y seda. Mi madre la ha guardado
en un costurero de madera, como un recuerdo o un anhelo.
Miro el camino, extraño. El
universo de esa habitación ha quedado vacío, no más predicciones, ni
habladurías de pueblo. Me miro en el
espejo de su cómoda, mis ojos son iguales a los suyos. Arrollo con cuidado la
lana azul, y comienzo a tejerme un chal a mi medida.
(c) Cecilia Vetti
Provincia de Buenos Aires
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