Mi ojo - Cecilia Vetti

 


 

      Mi ojo se convirtió en un centinela al que puse de guardia en el bosque de mi noche interior y me esforcé así en adiestrarme para vigilar lo que ocurría dentro de mí.

Pasaban tantas cosas, me abrumaba la noción que tenía de ellas, preguntándome el por qué de los sinsentidos en el acopio de la rutina.

¿La rutina es mala?, me preguntaba. No, cuando se vuelve creadora y nos deja algo, pero cuando solo sirve para servir y contentar a los otros, cuando el tiempo es un enemigo insalvable y nos avisa que ya está, nuestro propio tiempo se va acabando. Es cuando el ojo impiadoso observa el acontecer de las cosas sin importarle nuestro deseo.

Al mirarme en el espejo, mi ojo me dice cosas, no le hago caso, es un falso traductor de gestos… Tan dominante, tan cruel, que hasta puedo creerme maltrecha, y cuando todos comentan: ¡Qué bien te conservas!, quiero contarles que todas las noches me sumerjo en una bañera colmada con agua y vinagre a la que le agrego alguna de mis absurdas utopías. Salgo a la vida sin salir de mis libros y mi escritura. Soy una renegada del sol y de las confiterías cómodas y alegres. Me refugio en esa imaginación que no me deja pausas. Sentada en un sillón o en mi cama, con diversas almohadas que soportan mi peso, me quedo pegada a la historia de un libro que me convierte en negadora de la realidad y de las caminatas que podrían darme más  eternidad.

Mi centinela me dice que me ha puesto medida, mientras pueda leer  y escribir, para contar historias y volcar en la poesía mis angustias.

Todo lo que me rodea se va envolviendo en un desapego de costumbres y gustos. Los cambios de la tecnología pasan por mi lado casi sin tocarme. Se pierde esa voz en el teléfono, la que quizás mañana no pueda oír. Extraño el placer de una carta, esas que mi hermano me escribía desde España. Podía imaginarlo y no verlo enfermo…

Cuando el tiempo gana con su avaricia de nuevas métodos, la pared de cristal se agranda y nos vamos alejando de los afectos más ciertos.

No podemos aggiornarnos, por lo tanto, no podemos pertenecer a esta época. El centinela en algún momento dice: ¡Basta! ¡Basta de servir, asentir, obedecer, y acoplarse a las nuevas costumbres, aunque ni siquiera podamos robar una caricia!

Los nombres de las cosas conocidas se escapan y sentimos que tenemos todavía tanto para dar. Pero el centinela dice ¡Basta!, y de alguna manera tenemos que acatar la orden.

Algunos sueños se han cumplido, otros quedaron en eso.

La noche recién empieza y los sueños nos llevan a lugares distintos, tan ciertos como la realidad del día.

(c) Cecilia Vetti

Banfield

Provincia de Buenos Aires

Cecilia Vetti nació en el barrio de Boedo en la ciudad de Buenos Aires pero hace 60 años que vive en Banfield. Su universidad literaria fue estudiar en los talleres de Mirta Arlt y Mempo Giardinelli junto con los que después fueron famosos escritores. Pertenece a la SADE  de Lomas de Zamora. Dicta un taller Literario en el Teatro Ensamble de Banfield desde hace 12 años.

Editó los libros La soga del tiempo (Faja de Honor de la SADE 2002), Corredor de silencios, Sueño de alas azules, Acurrucada en la luz, Disfrazada de sombra, El despojo, Los botones de mi cuerpo y el libro de poesía premiado con la Faja de Honor de la SADE  2017 Entre las hojas. Su próximo libro es Caminando el después.

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