Ahora soy Chévere - Araceli Otamendi
En mi otra vida me decían Nijinsky, soy
o era el gato de la bailarina,
Diana.
Me había ido por ahí, a deambular por
el barrio, como siempre, a tener
aventuras, correr por los techos, nunca
creí que no volvería a verla. Desde
las terrazas podía ver muchas cosas, me
resguardaba de los autos, podía
observar mejor la calle. Además
esquivaba los peligros que tienen los
gatos, podía
escudriñar a veces en las ventanas.
Llegué a la mañana, cuando las luces de
los carteles luminosos se
apagaron y
encontré que la casa era un despelote. Busqué un poco de
comida, esas bolitas con gusto a
pescado que ella me dejaba en un plato,
ella decía balanceado. Buscaba a Diana,
como siempre, estaría
acostada en la cama o en un sillón,
pero no estaba. Sospeché algo cuando
sentí olores raros en el departamento.
Olor de personas distintas, escuché
voces en el pasillo. Diana se había
muerto cuando dormía, la encontró una
vecina, casi no podía caminar, era muy
vieja y estaba muy enferma.
La vecina, lo sé muy bien, después vino
por mí, me codiciaba, como a todo
lo de Diana.
Me escapé enseguida, no vuelvo más ahí,
me quedé en la calle, ando por
el barrio, un barrio viejo, donde
muchas personas transitan, cerca de una
estación. Hace poco encontré un cine,
escuché música y me metí ahí
adentro.
La mujer de la boletería me tomó
cariño, enseguida me dio algo para
comer.
Aproveché para entrar a una sala
oscura, y me senté en una butaca suave,
aterciopelada, en la pantalla se
veía a un bailarín, daba vueltas en el aire,
como Diana en su juventud. Y escuché
voces que decían: ¡Nijinsky! es
¡Nijinsky! y aplaudían, me
acomodé más en el asiento. Entonces era
cierto, lo que decía Diana, Nijinsky
había estado en Buenos Aires, y
además de bailar se había
casado en esta ciudad, antes de enfermarse.
Las escenas del film lo registraban.
Un día de mucho frío, de golpe, no pude
volver más al cine: estaba
cerrado y no lo abrieron más.
Empecé a deambular por la calle, me
corrieron algunos gatos, les hice
frente, les gruñí, les mostré las uñas,
pero había algunos bastante más
grandes que yo y me fuí. Corrí, corrí
por la calle, y de pronto pasó algo
increíble, un chico joven, me levantó en sus
brazos, y como llovía me llevó
a su casa. Enseguida me ofreció leche
en un plato, la tomé, estaba buena.
Hacía días que no comía. La casa del
chico me gustó. Era más chica que la
de Diana, mucho más pequeña, y se
escuchaba música de salsa y de
merengue. El chico que me llevó a su
casa se llama Juan y baila y canta
cuando llega. Y a todo lo que yo hago
dice la misma palabra: - Chévere.
Un día me dijo: - No soy de aquí
¿sabes? Pero igual chévere.
Así, que chévere, chévere, de
tanto decirla se me ha grabado el nombre.
Ahora, soy Chévere.
(c) Araceli Otamendi
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
imagen: Araceli Otamendi, S/T, tinta y lápiz acuarelable, (fragmento)
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