José Chamorro Guerrero



El Ángel de la Guarda

Un cielo esplendoroso acompasado con un azul que revelan un retazo de la mar y un sol radiante que se mira en las aguas, que tranquilas pero con poder recorren el camino hacia su destino, el verde de las plantas que recubren los peñascos del cauce y una que otra enredadera que se extienden sobre las aguas que las hacen bailar al son de las cascadas y de las piedrecillas al ser arrastradas por la corriente, llegan las aguas del Boquerón a un remanso formado artificialmente, con el fin de desviar el curso de una parte del agua, penetra en un socavón de unos treinta metros para luego aparecer y seguir su curso por una acequia recubierta de cemento y como la mente y el poder del hombre son inmensamente poderosos hacen que el agua se precipite en una cascada y  que al golpe sobre la pelton el molino muela y muela el trigo para sacar la harina.
Nos encontramos con un edificio construido sólido como las murallas de Cartagena en donde funcionan los Molinos Diana, con titulo de propiedad Isidoro Cordobés, un insigne personaje Ecuatoriano con títulos de nobleza adquiridos en su tierra y emigrante llega este lugar paradisíaco y apto para sus negocios y construye el edificio que hasta la actualidad produce la harina, en las tardes los incansables obreros se toman sus colas y se ríen con el juego del sapo, lo que los lleva apostar, para darle más interés al juego, unos pocos centavos, ya en la tarde, polvorientos, con el ceño fruncido y con el caminar del buey cansado van llegando a sus casas, en busca de un plato de comida y un lecho donde recostar su cuerpo fustigado por la fatiga y esto, el diario vivir, de un pueblo que solo aflora luces de recuerdo y pleonasmos de vida.
Isidoro, conocedor de la lucha del hombre por el mestizo drenaje, en otra parte de la edificación construye en una piscina, en donde puedan relajar sus cuerpos los obreros, que le producen muchas ganancias, y en donde por las mañanas de los días sábados y domingos dejaba dar rienda suelta a las triquiñuelas de los guapetones y chiquilines que cual néctar de vida se zambullen en el agua y nadan como renacuajos para ganar la otra orilla, es tanta la algarabía y la alegría de los escueleros y curiosos que no se han dado cuenta que el tiempo es implacable y ya las campanas de la Iglesia dan las doce del día, todo el  mundo sale corriendo a vestirse y emigrar hacia las casas donde les esperan unos suculentos platos de comida, que le dan nueva vida al cuerpo, y espíritu aventurero aquellos que nunca sintieron el ruido de los fusiles, que para los abuelos sólo es el recuerdo del trabuco de la guerra de los mil días, que sellara triunfo para uno de los partidos tradicionales, sobre el Puente de la Señora Ignacia, nombre que le daban los nativos a este puente, en donde se sellara otro cuento de la historia de Colombia, me olvidaba deciros que el puente está construido sobre el río Guaítara, carretera que conduce de San Juan a Puerres.  
Como en los molinos había maquinaria y objetos costosos, en la  imaginación del dueño solo podía caber el hurto, porque puedo asegurar que nos encontramos con una casta de gente que prefiere morir de hambre antes que coger lo ajeno, me estimo más, prefieren pedirle al dueño que le regale, que llegar al delito, además las tierras y los patrones , como las tenencias de las tierras son pétalos de naranjo, por lo que por lo menos la familia más pobre, cuenta con lo necesario para comer, con la huerta casera, los cuyes, las gallinas y huevos que luego son canjeados por la sal y la panela. Pero dejemos al dueño con sus jaquecas y sigamos el relato, contrata celadores con dos turnos uno de las seis de la tarde hasta las doce de la noche, y el otro desde esta hora, que para algunas mentes es la hora terrible, que a más de uno lo a tenido al filo de la imaginación volando por el espacio y posando en lugares nunca vistos, dejemos de fantasear y lleguemos al fondo del relato.
Uno de estos celadores era Eleazar Guerrero, hombre apuesto, de buena familia, de contextura fuerte de ojos azules y de voz cadenciosa, que llenaba los oídos de quienes lo escuchaban, si, el turno de la vigilancia le tocó a esta persona, de las seis de la tarde a las doce de la noche, quien con su escopeta al hombro como centinela daba vueltas por el edificio y de cuando el cuando bajo la ruana se daba unas chupadas al pati alzado, cigarrillos conocidos con ese nombre, para que no descubran su posición pero el todo es que le tocó entregar el turno y tomó el arduo y tortuoso sendero que conduce al pueblo, empotrado sobre la roca y abierto por mingas y penitencias que el cura imponía a los fieles creyentes de la palabra divina, cuando Eleazar llegaba a lo más difícil del camino, con una luna esplendorosa, se miraba el abismo y con el pensamiento puesto en la familia, se le presentó un perro blanco como copo de algodón, que comenzó a jugar con el metiéndosele entre las piernas, y él abstraído tratando le dar cacería a tan lindo animal, que llevaba en la frente una llamita amarilla saltona, el tiempo trascurre, desaparece la visión y él sin tener ningún temor, sino con la tristeza de no haber podido hacerse dueño de tan lindo animal, prosigue el camino, pero que sorpresa y susto se le presentan, el camino se había derrumbado y no había por donde pasar,  se hace la señal de la cruz, mientras sus labios musitan una oración, por haberte salvado la vida, sacando fuerzas de ésas que sólo los hombres sin inhibiciones puede tener, recurre a desviar y buscar salida para su dilema, la encuentra, baja por otro sendero a la quebrada Cutipaz y por sobre ella, salta el peligro y llega a la casa, más tarde de lo acostumbrado, la familia asustada del retardo, esperan ansiosos su presencia y todos quieren preguntar a la vez, una vez calmados, Eleazar, narra lo acontecido, se postran de rodillas y rezan un padrenuestro, porque el Ángel de la Guarda salvo de la muerte segura al señor de la casa.
Qué gloria es tener el espíritu tierno y  la mente inquieta sólo para los recuerdos y el masticar de la palabra que diluida en el alma se vuelve vivificante y es eterna de vida.
Recuerdos dan recuerdos, Eleazar tenía una hermana, Emma casada con Luis Chamorro, y de este matrimonio había un seminarista, que a igual que el  la poseía, llevaba la banda azul, fajada a su cintura y por un lado casi llegar al suelo en flecos, es Manuel, pero si de decir y sembrar las virtudes y los dones, este seminarista, una noche a eso de las ocho de la noche, saliendo de la iglesia, años más tarde de lo anterior, de rezar una oración, vaya sorpresa que se encuentra en el pretil de la Iglesia un perro blanco como copo de algodón y en la frente una lucecita amarilla que bailotea al viento, juguetea con el animal, hasta que éste desaparece y encamina sus pasos hacia su casa. Dije anteriormente recuerdos, traen recuerdos, me dirán que es esto, les contesto que esta familia estaba protegida por el Ángel de la Guarda, porque en la historia de la vida del posterior Sacerdote se va iluminar el sendero de estas esperanzas y  amabilidades del eterno para con él, los dejo con la inquietud de saber el resto, o quizás en otra parte de mi vida me acueste, con la mirada puesta sobre el tumbado, buscando los recuerdos y los plasme en un escrito que sólo hablen de Dios.   
© José Chamorro Guerrero
Cundinamarca
Colombia
 
 imagen: Alejandro Puente, Aguaray (de la muestra de Alejandro Puente en el MUNTREF)

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