Un viaje particular - Araceli Otamendi



 

Marisa iba a cumplir por fin, eso creía, un deseo, hacer un viaje casi sin dinero y con una mochila y con un rumbo que podría cambiar.

Últimamente, después de la terrible pandemia de covid 19 que había asolado el planeta Tierra se consideraba una sobreviviente con suerte. Había sobrevivido a tantas cosas, sería mejor no enumerarlas para no remover tanto el pasado.

Tanto es así, que después de cumplidas todas sus obligaciones familiares, laborales , sociales, de cuidado, había planificado este viaje.

Siempre había vivido al límite, como si el dia de mañana no existiera, sólo el presente, como en una canción, parecía importar.

Primero iba a pasar unos días en el campo, cerca de la naturaleza, oliendo el pasto, la lluvia, el olor de la leña para cocinar por la noche, y el olor de los animales, algunos .Tal vez cantando canciones en un fogón.

Después iba a ver, si iba para el norte o para el sur y tal vez lo más logrado podría ser viajar en un plato volador y alejarse durante un buen tiempo de este planeta. Pero eso sí, con ánimo de volver y empezar una vida distinta, sin reproches ni admoniciones de ningún tipo. No tenía que rendir cuentas a nadie. Eso creía.

Y así, Marisa fue a la estación de trenes de Constitución, tomaría el próximo tren a la Provincia de Buenos Aires.

Conocía algunos lugares en el campo, hoteles nuevos en casas recicladas que la alojarían por unos días.

Iba a mirar el cielo por las noches, porque además de las estrellas ¿qué otras cosas se podrían ver?

Mientras el tren se alejaba de Constitución y el paisaje se arrimaba a las ventanillas y los pasajeros se dormían sentados, algunos viajaban de pie mientras escuchaban alguna canción con los auriculares,  pensaba, si ese era un viaje común o se convertiría en algo extraordinario.

Imposible saberlo ahora,  porque ni siquiera tenía consigo las monedas del I Ching. Tampoco las necesitaba.

¿Será cierto, pensaba, que uno puede viajar al pasado y no sólo al Sur, como Dahlmann, el personaje de Borges?

¿Y por qué no?

Las estaciones fueron pasando sólo se veía oscuridad, tal vez alguna nube, y los pasajeros fueron bajando de a poco.

Marisa veía llegar la noche casi de repente, quería estar a resguardo, no le gustaba pasar esas horas viajando en un tren. Y menos escuchando relinchos de caballos, gritos de pájaros, o de algún otro animal sin estar debajo de un techo.

En la próxima estación, se decía, me bajo y busco un lugar donde pernoctar.

Y así lo hizo, todo le parecía extraño, los grillos cantando con ese viento fresco, los perros ladraban, había oscuridad. Demasiada, pensaba.

En eso, una luz cercana, le mostraba el rumbo, tenía que llegar ahí, seguramente era un hotel o una hostería en algún pueblo de la provincia.

Cuando consiga dormir en una cama, me levantaré pasado el amanecer, se prometía.

Mientras caminaba, escuchaba algunos ruidos, pasos cercanos, algún grito, el canto de algunos pájaros.

No importaba, la sensación de extrañeza la acompañaba. La noche era azul oscuro y había algunas estrellas en el cielo.

Cuando llegó por fin al lugar de donde provenía la luz se encontró con una luminosidad insoportable a la vista.

Soy una persona común, del montón, soy sobreviviente pero no soy especial, soy alguien con alma provinciana, y experiencia cosmopolita,

en realidad no sé cómo explicarlo, se decia.

¿Y alguien iba a entender que quería decir eso?

- Si, nosotros, dijo una voz

La voz sonaba algo metálica, como salida de una computadora.

Marisa se sobresaltó un poco pero no se movió. ¿Era un robot? ¿La IA que se metía en todas partes?

-¿Quienes son nosotros? ¿quienes son ustedes?

Una luz fortísima se presentó en el lugar frente a Marisa, la voz habló nuevamente y dijo:

- Nosotros entendemos porque nosotros somos y vas a conocer otros lugares y otra realidad.

Marisa pensaba que había ido demasiado lejos, tomar ese tren a la deriva, sin saber adónde quería llegar, tal vez había sido un error.

La luz estaba ahí firme, Marisa también.

Era todo tan extraño, se dijo.

Pronto la voz hablando nuevamente:

te conocemos, sabemos lo que querés decir y también lo que querés hacer.

¿De nuevo la IA?

- Y qué es lo quiero, dijo ella.

- Querés un mundo mágico, un mundo de fantasía, lleno de colores y de aromas lindos, donde haya comida y mucha agua

- Eso ya lo tengo, dijo Marisa, pero quisiera que todo eso fuera para todo el mundo.

En ese momento la luz se volvía más intensa, tanto que cegaba los ojos de Marisa.

Era una situación rara, porque empezaba a desfilar su vida como en un film y las escenas se sucedían sin descanso. Era como si ocurriera todo adentro de un lugar pequeño, diminuto y a la vez real...

Estaba en un jardín lleno de árboles y plantas, había un jacarandá florecido y una planta de margaritas, un naranjo, una higuera, y muchas plantas con flores y Marisa se había empequeñecido y veía ahora todo muy grande.

Se pondría a regar el jardín. ¿Cuánto iba a durar esto? Encontró una manguera, la conectó a una canilla y

empezó a regar el jardín, a echarle agua a las plantas, a comer higos que sacaba de la higuera.

Había pequeñas luces entre las plantas y en el silencio de la oscuridad empezaba a escuchar unas voces, en principio hablaban muy bajo.

Esos árboles, ese jardín le resultaban conocidos, las voces también.

¿Qué decían? ¿Hablaban de cosas cotidianas? También se escuchaban los ladridos de un perro, ¿tal vez Renzo?

A medida que iba escuchando más y más las palabras la luminosidad aumentaba, como si alguien hubiera iluminado ese jardín para ella.

Cuando las voces se tornaron más cercanas también pudo oír su propia voz, hablaba con voces familiares, queridas, ella misma estaba ahí en la escena y hablaba. Toda la escena ocurría delante de sus ojos, como en un sueño. Un niño con un disfraz se le acercó y le tiró papel picado a los ojos, ahora estaba vestida de bailarina, disfrazada ella también.

El jardín era de color oro, como si alguien lo hubiera pintado o el mismo sol estuviera ahí.

¿Pensaba salir de ese lugar?

Se quedaría ahí todo el tiempo que fuera necesario, unos segundos, unos minutos, unos días...

¿Tenía algún apuro en salir de ahí?

El sonido de los grillos la acompañaba. Había manzanas doradas en el suelo. Marisa se detuvo y tomó varias entre sus manos.

Después vio que había estrellas cerca, colgaban de los árboles como lámparas, estiró un brazo y tomó una y la dejó muy cerca, para que iluminara más el jardín.

Nunca supo cuánto tiempo había pasado en ese estado, en esa luminosidad, escuchó el sonido del tren a lo lejos, como una llamada.

Es hora de irme de aquí, se dijo y salió del jardín, mientras caminaba con pasos firmes nuevamente hacía la estación...

Y emprendia el regreso, el tren se acercaba, escuchaba el rechinar de las vías, el silbido de la locomotora,

cuando el tren se detuvo subió y se acomodó en un asiento.

Era de noche todavía y durante el viaje empezaba a ver a través de los vidrios a muchas personas que corrían, algunos artistas de circo, payasos y magos, pequeños animales adiestrados, pájaros de plumas multicolores sobrevolando la escena.

Un viento fuerte arrastraba polvo, llenaba de tierra las caras, todo el paisaje se había vuelto extraño.

Reconsideraba el viaje, la rara experiencia vivida, y ahora esto, un paisaje en movimiento, un viento que parecía atrasarlo todo.

Sabía que estaba de vuelta, sabía que todo era distinto. Y tampoco era la misma. Tal vez se había quedado dormida, ¿estaría soñando?

Ahora llegaba a un desierto, una larguísima extensión de arena y una luminosidad insoportable.

Cuando intentó entrar en ese desierto vio que caimanes enormes se acercaban reptando, mostraban los dientes... Marisa corría, escapaba, había que irse lejos de ese lugar.

Volvía a esperar en una estación de tren, la máquina se acercaba y subió.

 

 

Caminó unos pasos por el vagón, había poca luz, y se sentó en el primer asiento vacío.

Miraba las caras de otros pasajeros, iban callados, algunos cansados dormían, le parecía que tenían un aire espectral. Enseguida las luces se apagaron y el tren cambió la velocidad, iba demasiado rápido.

Por las ventanillas aparecían caras desfiguradas, ¿eran reflejos de los mismos pasajeros? un brazo desprendido de un cuerpo intentaba entrar, risas monstruosas se escuchaban cada vez más cerca...

las luces del tren se prendían y se apagaban continuamente.

¿Dónde estaba ahora? ¿hacia donde iba? Una araña gigante se balanceaba sobre las cabezas de los pasajeros, era más grande que la escultura de Louise Borgeois. ¿Qué era todo eso?

El tren seguía a toda velocidad, no se detenía en ninguna estación.

las luces se apagaron y el desfile de monstruos continuaba.

un hombre con la cara cubierta y un hacha en la mano corria por el tren, los pasajeros se aterrorizaban.

El tren se había llenado de murciélagos, bichos horribles con la cabeza hacia abajo miraban a las personas y mostraban los dientes, parecían a punto de atacar.

¿cómo salir de ahí?

Algunos pasajeros se incorporaron e intentaron entrar en la cabina del tren  la entrada estaba trabada. A los golpes lograron derribar la puerta.

El maquinista, caído: estaba muerto.

El tren estaba a punto de chocar, uno de los pasajeros se sentó en el lugar del maquinista e intentaba frenarlo, una fuerte sacudida hizo que el tren se detuviera en el medio del campo, no había ninguna estación.

Los primeros en abandonar el tren fueron los murciélagos, la araña gigante yacía muerta en el piso alguien, algo, tal vez algún veneno la había destrozado.

Enseguida bajaron los pasajeros, y se encaminaron hacia el pueblo cercano del que sólo se veían a lo lejos algunas casas. Mientras caminaba hacia el pueblo, veía la inundación, más abajo, las casitas de los perros flotando, los camalotes.

 

La luz del amanecer ahora se había tornado brillante.

Ojalá, ojalá, todo haya sido un sueño, pensaba.

Había que seguir en el camino, ¿pero cuál? Desde el pueblo empezaban a llegar algunos habitantes sobrevivientes de la inundación.                                                                                

Eran los que venían a socorrer a los pasajeros del tren, porque algunos habían sobrevivido a la catástrofe de la inundación y ahora había que ayudar a otros.

© Araceli Otamendi

Ciudad de Buenos Aires

https://revistaarchivosdelsur.blogspot.com/p/araceli-otamendi-escritora-y-periodista.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lamento por Manuel Araya* - Reinaldo Edmundo Marchant

La vida es un milagro* - Fabián Ramella

Desarme - Araceli Otamendi