José Chamorro Guerrero



EL CABALLO   


Voy tras de ti, generación pasada, como decía mi taita, arreboles colorados aguaceros endiablados, mi mente es una tempestad de ideas, salen las estrellas que se cuentan a millares, negros nubarrones cubren mi semblante, las cuerdas de la guitarra solitaria que suenan, buscando a la mujer amada, al pie de la ventana, el tartamudeo del pilluelo pronunciando las vocales, el cabestro retorcido que cuelga tras la puerta, como recuerdo del cuerecito de novillo que hace buen chiquillo, la madre con su arrurú  que busca el ceno, el padre que pila la cebada en el caquero, el chisporrotear del palo de aliso en el fogón, el ruido del roer de las ratas comiéndose el corazón del maíz, la fila india de las hormigas llevando el doble de su peso, para asegurar su sustento en tiempos de las vacas flacas, las abejas llegando repletas de néctar de las flores para fabricar la miel, el zumbido característico de la chicharra agarrada al árbol de capulí, el croc, croc, de la echada marrana dando de amamantar  a sus diez cochinitos, el gato, que mientras soba su cuerpo sobre las piernas, runrunea hilando la trama de nuestro destino, el cabeceo del abuelo en el cucho, con su respiración libre de contaminación ambiental, el rápido movimiento de los labios de la abuela rezando su oración, mientras en sus manos la agujeta, va teniendo un mundo de ensueños y añoranzas.
Cuando todo es silencio, se escucha a la lejanía el golpe de los cascos del caballo sobre  el empedrado camino, todos se levantan, se desperezan y salen a sentarse en el corredor, a ver mirar al caballo blanco, de una estatura sorprendente no propio de los animales de esta naturaleza, colocada la jáquima en la cabeza de la cual cuelga un pedazo de soga en la punta deshilachada porque con sus enormes patas, como platillo, la golpea a su acompasado paso militar, la cola moviéndose a los lados, pasa sin pena ni gloria, y los visores, regresan a la casa, a seguir el sueño de sus urdimbres de mimbre, como esto ya se ha hecho común y no causa ningún susto, antes por el contrario da gusto de tan lindo animal, digno de Bolívar para recorrer los caminos en busca de la paz, pero una noche de todas aquellas, Luis ya es un mocetón, salta del andén y con sus manos y un arre caballo, dicho a todo pulmón trata de asustarlo, y éste le responde con movimientos de cola, ellos se quedan viendo como el animal pasa por encima de las copas de los árboles de eucalipto, hasta perderse en el socavón de la noche, pero la leyenda cuenta, que era un tesoro en busca de un dueño, más como no quisieron aceptarlo, la familia, por el susto, visión se extingue del dominio del pueblo.  

             © José Chamorro Guerrero
                  Cundinamarca
                   Colombia

imagen: Fernando Fader, óleo, detalle

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lamento por Manuel Araya* - Reinaldo Edmundo Marchant

Aurora - Araceli Otamendi

Carlos Mario Mejía Suárez* - Adán y Acelia