Magda Lago Russo

tapa del libro Almafuerte, Obras completas


Entreteniendo a la soledad
                                                                      
Cuando se encuentra acongojada busca refugio en la biblioteca  para descargar su  alma, pues los libros son por ahora los únicos que tranquilizan su espíritu y le quitan los pensamientos tristes Al entrar la envuelve el olor tan particular a papel antiguo, junto con el aroma de la madera que por años ha mantenido su fuerte estructura.
La biblioteca construida por su padre junto a la casa es un amplio salón, cuyas paredes  están recubiertas con vastos estantes con libros dispuestos en dos filas de forma prolija.
El orden es el alfabético, por autor y numerado, todo registrado a su vez en gruesos cuadernos  forrados de cuero.
El escritorio con un portarretrato donde se destaca una joven mamá, con la infaltable flor de todos los días, varios sillones y  por doquier fotos autografiadas de los personajes que  pasaron  por  una de las editoriales más famosas de la época y de la cual sus padres eran los  dueños.
Es un placer  poder tener entre sus manos los ejemplares que guardan un mundo irreal y sin embargo a veces muy parecido al actual, algunos de cuyos autores pudo conocer durante las galas literarias que se organizaban.
Ella las esperaba como una fiesta, algo inusual para una niña de doce años,  le gustaba ver los preparativos, se colocaban las sillas tapizadas de terciopelo rojo, en forma de abanico en la gran sala que la propia editorial poseía, en un costado se abría el piano de cola donde alguien ejecutaba música de autores clásicos: Debussy, Chopin y a veces algún vals de Strauch, que le encantaba.
Por lo general, se realizaba una o dos por año y otra extraordinaria si visitaba el país algún escritor reconocido nacional o internacional.
Recuerda que en una de las primeras que asistió se comentó la publicación en Buenos Aires de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, que por muchos años fue una de las obras más leídas y vendidas.
Le impactó el título, porque desde siempre  la asusta la soledad, para su mente de niña,  cien años de soledad eran inmedibles,  nadie puede resistirlos.
Tenía trece años, cuando Pablo Neruda llegó a Punta del Este con su  esposa Matilde, la musa inspiradora de sus poemas de amor  hasta sus últimos días, fue todo un acontecimiento, pues se realizó una gala extraordinaria, con invitados selectos, como Mario Benedetti, que ya era un escritor consagrado,  Eduardo Galeano un joven escritor del momento, cuyas obras recorrieron el mundo y muchos años después, en la época oscura en la que se hundió el país, se exilió en Argentina y España.
Otra asidua concurrente, era la poetisa Idea Vilariño que ejercía sobre ella cierta fascinación, parecía irradiar amor de todo su físico menudo y su rostro anguloso rodeado de cabello muy negro que contrastaba con su piel  blanca y tersa.
Ya de mayor pudo leer algunas de sus poesías  de amor por lo general atormentado, que  le dejaban encogido el corazón.
En el día de la gala con Neruda, todos leyeron trozos de sus obras y él finalizó con un poema muy pedido, el número veinte.
A la mañana siguiente le pidió a su padre que se lo dejara leer, aunque no entendía por ese entonces de amores contrariados, aunque retuvo siempre en su mente la primera estrofa:
”Puedo escribir los versos más tristes esta noche”…
En este momento, está sola y ya no es la niña que espera ansiosa las galas literarias.
Para mitigar en parte, esa soledad que la rodea, toma un libro al azar, su autor Alejandro Casona, lo abre en cualquier página y lee: “Tengo sed y cansancio, me aniquila el dolor, del camino sin rumbo, me agarrota el pavor, no se cierran mis párpados.¡No puedo más Señor!
Eso le ocurre a ella  parece que todo tiembla a su alrededor, no hay equilibrio. Vuelve a releer y la última palabra resuena en su mente ¡Señor!
Ya ni recuerda la última vez que recurrió a Él, era tan feliz, ahora se da cuenta, de lo egoísta que fue, porque no sólo se pide a Dios sino se le debe agradecer lo bueno que nos va  dando en la vida..
Se acuerda de Dios, cuando fallan los humanos y pierde a su  madre. ¿Cuánto hacía que no rezaba?  Desde que era una adolescente y concurría al colegio de monjas. ¿Tenía derecho de rogarle a Dios después de tanto tiempo, de tenerlo en el olvido? Creía que no. Es un tema  no resuelto para ella, no desea hacerlo ahora.
Sigue  hojeando  otros libros, ahora es Tagore que la detiene.
Cada mañana al despertar, recuerda que aún has de llenar la mejor de tus páginas, la que dirá lo mejor que tú puedas dejar en el libro que estás escribiendo con tu propia vida.”
Al terminar de leerlo, lo vuelve a su lugar. Ya más tranquila piensa que cada día, se va escribiendo la historia de cada uno  en el libro que no  se puede abandonar en la biblioteca.
Hoy había escrito  otra del suyo.    


(c) Magda Lago Russo
Montevideo

Uruguay

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