Xabier Susperregui Gutiérrez
Lo que creo y lo que aprendí
En los cuentos saharauis, el animal más astuto y listo suele ser el erizo, Ganfud, al que muchas veces se acude para resolver conflictos entre los animales haciendo entonces las veces de juez. Cuando estas disputas se llevan a cabo entre personas, quien hace de juez es el llamado Cadí.
A un Cadí acudió en cierta ocasión un matrimonio, por una disputa que había surgido en su vida familiar.
Todo había empezado algunos días atrás, cuando al regresar de trabajar, el marido se encontró algo insólito, su hija cuidaba de los animales mientras que su hijo preparaba la cena junto a su madre. Enfadado, les pidió que dejaran lo que estaban haciendo y viniesen a hablar con él, después les dijo a modo de riña:
- En esta familia cada uno tiene sus labores; yo las de hombre, vuestra madre las de buena mujer y vosotros tenéis que ir aprendiendo para algún día ser un buen hombre uno y una esposa ejemplar la otra.
-Pero padre… -comenzó a decir la niña.
-¡No vale ningún pero a lo que os he dicho! Así, por vuestro bien espero que sea esta la última vez que ocurra algo tan lamentable como lo que he tenido que presenciar.
Los niños quedaron pensativos y fueron donde su madre a quien preguntaron qué le parecía aquella cuestión. La madre entonces les dijo:
-Una cosa es lo que aprendí y otra lo que creo.
Aquello fue suficiente para que los niños tomaran conciencia del sentir de su madre. Por eso, cuando regresó el padre al día siguiente, se encontró a su hijo llevando agua a la jaima y a su hija nuevamente cuidando de los animales, desobedeciendo así lo que les había pedido el día anterior.
No dijo nada entonces, pero aquello era la peor señal; pues el padre solamente callaba de esa forma cuando realmente estaba enfadado y muy pocas veces le habían visto así. Estuvo sumido en sus asuntos y en sus pensamientos hasta que se sentaron todos a cenar, fue entonces cuando pidió explicaciones:
-Creo que me debéis una explicación. Si no estáis de acuerdo con las cosas que digo, pues me lo hacéis saber, lo discutimos y tomamos una decisión. Ahora decidme; ¿por qué me habéis desobedecido?
-Creo que debes escucharles a ellos también –dijo la madre.
-Pues adelante, que digan lo que tengan que decir.
-Es muy complicado para nosotros también padre –comenzó a hablar el hijo.
-¿Complicado?
-Sí padre –dijo la niña-, en la escuela nos han pedido que empecemos a ayudar en casa haciendo todo tipo de labores, sin distinguir las que son de chica ni de chico.
-¿Eso os han dicho en la escuela?
-¡Si, padre! Nos enseñan que niños y niños somos iguales y debemos aprender por igual, sin diferenciarnos.
-¡Maldita sea! Llevarlos a la escuela para esto. Si se vuelve a repetir, deberéis dejar de estudiar. Sólo me falta venir mañana y encontrarme a mi propio hijo escoba en mano barriendo la jaima. ¿Tú que opinas, esposa mía?
-Una cosa es lo que aprendí y otra lo que creo -dijo la mujer.
Aquellas palabras dejaron desconcertado al hombre, que sin mediar palabra dejando el plato a medio comer, abandonó la cena y fue a dormir; o más bien a tratar de hacerlo porque estuvo mucho tiempo dándole vueltas al asunto, sin poder conciliar el sueño. Cada poco tiempo le venían a la cabeza las inquietantes palabras de su esposa que lo dejaban descolocado:
-Una cosa es lo que aprendí y otra es lo que creo.
Al día siguiente, de regreso del trabajo, fue a encontrarse el hombre con su hijo barriendo la jaima, tal y como deseaba que no hubiese ocurrido. Ese día no iba a haber discusiones, creía haber encontrado una fórmula para solucionar el asunto y estaba seguro de salir beneficiado. Cuando se hubieron sentado todos en la mesa, les dijo:
-Mañana, hijos míos, no iréis a la escuela. Esto que está ocurriendo en casa me está dando muchos quebraderos de cabeza. Yo respeto que tengáis una opinión, pero creo que estáis equivocados. Por eso mañana marcharé con vuestra madre a la ciudad y consultaremos al Cadí esta difícil cuestión. Por eso os pido que os hagáis mañana cargo de nuestras labores y al anochecer estaremos de regreso.
Así fue; muy temprano cogieron los dos camellos y marcharon hacia la ciudad, donde al mediodía se entrevistaron con el Cadí. Le expusieron entonces la cuestión y el juez así le dijo:
-Conozco una historia que es casi igual a esta. Cierto día, la loba le dijo al lobo que ella se encargaría de cazar y que él cuidase el hogar y protegiese a los lobeznos. Al lobo en principio no le pareció mal y menos al ver la buena caza que había logrado su esposa. Así ocurrió que durante algún tiempo fueron turnándose las tareas y todo marchó estupendamente. Pero ocurrió que pronto empezaron las burlas del resto de animales, que al ver al lobo se metían con él diciéndole que el lobo feroz se queda cuidando de los lobeznos. Finalmente el lobo no pudo soportarlo más y le dijo a la loba que a partir de entonces cada cual haría lo que tenían por costumbre y que él sería quien iría de caza.
Entonces el hombre, dirigiéndose a su mujer, le dijo:
-Lo ves, ¿te das cuenta cómo tenía razón?
-¡Espera! No te equivoques –dijo el Cadí. El lobo es lobo y por mucho que pretendamos enseñarle, morirá siendo lobo. Pero nosotros somos humanos y sí podemos aprender. ¿Eres humano o acaso eres lobo?
El hombre salió del lugar enfadado y sin decir nada montó en su camello y comenzó el camino de regreso. La mujer iba por detrás y en el largo trayecto no mediaron palabra. No podía quitarse de la cabeza la historia que les contó el Cadí, ni tampoco las palabras de su mujer, de que una cosa era lo que creía y otra lo que aprendió. Al llegar, se encontró aquel hombre con su hijo escoba en mano, barriendo la jaima y le gritó:
-¡Dame esa escoba ahora mismo!
Después de acercarse y ya con voz más conciliadora, añadió.
-Dame la escoba que hoy debo de hacer yo esta labor. Tú puedes ayudar a tu madre con la cena.
En los cuentos saharauis, el animal más astuto y listo suele ser el erizo, Ganfud, al que muchas veces se acude para resolver conflictos entre los animales haciendo entonces las veces de juez. Cuando estas disputas se llevan a cabo entre personas, quien hace de juez es el llamado Cadí.
A un Cadí acudió en cierta ocasión un matrimonio, por una disputa que había surgido en su vida familiar.
Todo había empezado algunos días atrás, cuando al regresar de trabajar, el marido se encontró algo insólito, su hija cuidaba de los animales mientras que su hijo preparaba la cena junto a su madre. Enfadado, les pidió que dejaran lo que estaban haciendo y viniesen a hablar con él, después les dijo a modo de riña:
- En esta familia cada uno tiene sus labores; yo las de hombre, vuestra madre las de buena mujer y vosotros tenéis que ir aprendiendo para algún día ser un buen hombre uno y una esposa ejemplar la otra.
-Pero padre… -comenzó a decir la niña.
-¡No vale ningún pero a lo que os he dicho! Así, por vuestro bien espero que sea esta la última vez que ocurra algo tan lamentable como lo que he tenido que presenciar.
Los niños quedaron pensativos y fueron donde su madre a quien preguntaron qué le parecía aquella cuestión. La madre entonces les dijo:
-Una cosa es lo que aprendí y otra lo que creo.
Aquello fue suficiente para que los niños tomaran conciencia del sentir de su madre. Por eso, cuando regresó el padre al día siguiente, se encontró a su hijo llevando agua a la jaima y a su hija nuevamente cuidando de los animales, desobedeciendo así lo que les había pedido el día anterior.
No dijo nada entonces, pero aquello era la peor señal; pues el padre solamente callaba de esa forma cuando realmente estaba enfadado y muy pocas veces le habían visto así. Estuvo sumido en sus asuntos y en sus pensamientos hasta que se sentaron todos a cenar, fue entonces cuando pidió explicaciones:
-Creo que me debéis una explicación. Si no estáis de acuerdo con las cosas que digo, pues me lo hacéis saber, lo discutimos y tomamos una decisión. Ahora decidme; ¿por qué me habéis desobedecido?
-Creo que debes escucharles a ellos también –dijo la madre.
-Pues adelante, que digan lo que tengan que decir.
-Es muy complicado para nosotros también padre –comenzó a hablar el hijo.
-¿Complicado?
-Sí padre –dijo la niña-, en la escuela nos han pedido que empecemos a ayudar en casa haciendo todo tipo de labores, sin distinguir las que son de chica ni de chico.
-¿Eso os han dicho en la escuela?
-¡Si, padre! Nos enseñan que niños y niños somos iguales y debemos aprender por igual, sin diferenciarnos.
-¡Maldita sea! Llevarlos a la escuela para esto. Si se vuelve a repetir, deberéis dejar de estudiar. Sólo me falta venir mañana y encontrarme a mi propio hijo escoba en mano barriendo la jaima. ¿Tú que opinas, esposa mía?
-Una cosa es lo que aprendí y otra lo que creo -dijo la mujer.
Aquellas palabras dejaron desconcertado al hombre, que sin mediar palabra dejando el plato a medio comer, abandonó la cena y fue a dormir; o más bien a tratar de hacerlo porque estuvo mucho tiempo dándole vueltas al asunto, sin poder conciliar el sueño. Cada poco tiempo le venían a la cabeza las inquietantes palabras de su esposa que lo dejaban descolocado:
-Una cosa es lo que aprendí y otra es lo que creo.
Al día siguiente, de regreso del trabajo, fue a encontrarse el hombre con su hijo barriendo la jaima, tal y como deseaba que no hubiese ocurrido. Ese día no iba a haber discusiones, creía haber encontrado una fórmula para solucionar el asunto y estaba seguro de salir beneficiado. Cuando se hubieron sentado todos en la mesa, les dijo:
-Mañana, hijos míos, no iréis a la escuela. Esto que está ocurriendo en casa me está dando muchos quebraderos de cabeza. Yo respeto que tengáis una opinión, pero creo que estáis equivocados. Por eso mañana marcharé con vuestra madre a la ciudad y consultaremos al Cadí esta difícil cuestión. Por eso os pido que os hagáis mañana cargo de nuestras labores y al anochecer estaremos de regreso.
Así fue; muy temprano cogieron los dos camellos y marcharon hacia la ciudad, donde al mediodía se entrevistaron con el Cadí. Le expusieron entonces la cuestión y el juez así le dijo:
-Conozco una historia que es casi igual a esta. Cierto día, la loba le dijo al lobo que ella se encargaría de cazar y que él cuidase el hogar y protegiese a los lobeznos. Al lobo en principio no le pareció mal y menos al ver la buena caza que había logrado su esposa. Así ocurrió que durante algún tiempo fueron turnándose las tareas y todo marchó estupendamente. Pero ocurrió que pronto empezaron las burlas del resto de animales, que al ver al lobo se metían con él diciéndole que el lobo feroz se queda cuidando de los lobeznos. Finalmente el lobo no pudo soportarlo más y le dijo a la loba que a partir de entonces cada cual haría lo que tenían por costumbre y que él sería quien iría de caza.
Entonces el hombre, dirigiéndose a su mujer, le dijo:
-Lo ves, ¿te das cuenta cómo tenía razón?
-¡Espera! No te equivoques –dijo el Cadí. El lobo es lobo y por mucho que pretendamos enseñarle, morirá siendo lobo. Pero nosotros somos humanos y sí podemos aprender. ¿Eres humano o acaso eres lobo?
El hombre salió del lugar enfadado y sin decir nada montó en su camello y comenzó el camino de regreso. La mujer iba por detrás y en el largo trayecto no mediaron palabra. No podía quitarse de la cabeza la historia que les contó el Cadí, ni tampoco las palabras de su mujer, de que una cosa era lo que creía y otra lo que aprendió. Al llegar, se encontró aquel hombre con su hijo escoba en mano, barriendo la jaima y le gritó:
-¡Dame esa escoba ahora mismo!
Después de acercarse y ya con voz más conciliadora, añadió.
-Dame la escoba que hoy debo de hacer yo esta labor. Tú puedes ayudar a tu madre con la cena.
(c) Xabier Susperregui Gutiérrez
Oiartzun- Guipúzcoa-
País Vasco
ESPAÑA
cuento finalista en el concurso Contra toda violencia hacia la mujer
Acerca del autor
Acerca del autor
Xabier Susperregui Gutiérrez
Desde hace varios años prepara una colección para escolares que se publica en idioma vasco y es coautor del primer volumen: Betiko jolasak (Juegos de siempre). Y autor de: Oiartzun haraneko kondairak (Leyendas del Valle de Oiartzun), Gure Atsotitzak (Nuestros refranes), Behin batean…alegia (Érase una vez…la fábula), Igarkizunen mundua (El mundo de la adivinanza) Ha publicado también un trabajo de etnografía sobre medicina popular: Medicina popular en Oiarztun y una biografía de un novelista guipuzcoano: Cosas de Ramón Zulaica. Este año publico otro volumen de la colección señalada antes: Sorginen liburua (El libro de las brujas) y en los próximos años se publicarán otros tres con cuentos del Sahara, Palestina e Irlanda.
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