Magda Lago Russo














Aprender a volar




Quedé parado frente a la puerta de mi habitación, sin animarme a entrar, después de varios meses, me parece que todo ha cambiado.
Despacio pasé y miré cada lugar como si lo viera por primera vez.
Sin embargo, todo está igual, la cama cubierta con la colcha de raso azul, sobre la mesa de luz la foto de la familia y la portátil ocre, en la pared el póster de mi cuadro de fútbol favorito y pegado en un ángulo el recorte del diario con el llamado a concurso para cantantes.
Sonrío al ver sobre la mesa escritorio un despliegue de revistas, abiertas en las páginas donde aparezco como ganador, obra de mi madre, casi seguro.
Me detengo un momento a mirarlas, en las primeras fotos tengo el cabello largo, mientras en las otras ya está recortado y una barba recién nacida rodea mi mentón.
Me acerco al espejo sobre la pared, casi no me reconozco los cambios de los meses pasados fueron rápidos, me parece estar frente a un desconocido, porque mi cuerpo antes agobiado, se alza firme y mi mirada no encierra la melancolía de otrora. Pienso que por obra de mi voz algo cultivada llegué a ser el ganador. A mi mente acude la noche de presentación ¡Qué nervios!
La evaluación final del jurado nombrándome¡¡ ganador!! Puse todo de mí, me enrosqué en el tema. Sentí que el “Aprender a volar” de Patricia Sosa estaba hecha para mí y las primeras estrofas eran mi desafío:”Duro es el camino y se que no es fácil, no se si habrá tiempo para descansar, en esta aventura de amor y coraje sólo hay que cerrar los ojos y echarse a volar”… Eso había hecho “echarme a volar”, para lograr mis sueños. Por obra y gracia del triunfo la melancolía por esperar que ocurriese algo, se fue disipando, mi mirada se tornó brillante, producto de la alegría que llevo dentro .
Cuando me anoté para el concurso, no me detuvo el descontento de mis padres, que habían pensado otro futuro sin entender que yo soy una individualidad y que decido sobre mi vida.
La velocidad de los acontecimientos me arrastró a una vorágine, de la cual he salido, por unos días, para volver al hogar, a los afectos, a los amigos, al entorno.
Me siento más tranquilo, me parece mentira tener un momento para mi solo. Mi vida está digitada día por día. Soy el nuevo artista hay que promocionarlo, mi vida casi no me pertenece.
Aprendí a que debo vivir cada uno de los instantes que me depara la vida, soy muy joven, no sé, cuan efímero puede ser el éxito.
Tampoco debo olvidar los valores morales provistos por mis padres, tratar que el éxito no me envuelva la mente y mi alma no se vaya transformando en un vacío.
Me voy acostumbrando y mi rostro es una sonrisa permanente, en el fondo me siento como una marioneta, me mantiene firme el reconocer que fui seleccionado entre miles que como yo deseaban concretar sus ideales.
En mi coexisten dos personalidades, la propia, la verdadera y el personaje que realizo frente al público. Todo se ha transformado en el mundo exterior, soy joven, no se aun si voy a ser considerado en el futuro una estrella o su brillo se apagará en cualquier momento, Aspiro a lo primero y me esforzaré en lo posible para que así sea.
Me recuesto sobre la cama, la casa está en silencio, me parece escuchar a lo lejos los ladridos de “Carpincho” mi perro, lo cual me lleva a mi niñez sin complicaciones. Por la ventana entreabierta el aroma de las flores envuelve el ambiente y parece que depura la mente.
En un momento, vuelvo a mi tranquila vida anterior cuando era tan solo un estudiante.
Pienso que siempre se entrega algo a cambio de la victoria, troqué una vida anónima, por el éxito, en el fondo no estoy arrepentido.
La nostalgia por momentos hace zozobrar mi sentido, sin embargo pienso en los sueños realizados y me distiendo.
Se que el pequeño mundo familiar será siempre mío, el lugar donde reposar con mis conquistas y fracasos. Una alegría nueva, me invade y me lleva a los escenarios con sus luces y a los rostros que aprueban o desmerecen.




(c) Magda Lago Russo







Montevideo - Uruguay

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