Patricia Schaefer Röder



























Rebeca

Le debo una visita a Rebeca; se lo merece. Lo haré este jueves; me tomaré el día libre en la oficina. La ocasión lo amerita. Le llevaré un arreglo de claveles rosados y blancos, sus favoritos. Sé que le va a encantar; lo prepararé esa misma mañana para que las flores estén lo más frescas posible.

Rebeca y Enrique acaban de anunciar que serán padres por segunda vez. Me parece que fue ayer cuando fui testigo de su matrimonio hace ya ocho años. ¡Cómo pasa el tiempo! Rebeca Fuentes es mi gran amiga desde la niñez. Nos criamos juntos, nos conocemos en detalle. Siempre nos mantuvimos cerca, aún después de haberse casado con Enrique. Prácticamente soy otro miembro de la familia; participo en todos los eventos y reuniones, y me tratan como a un hijo y hermano. Por mi parte, siempre que puedo ser útil me pongo a la disposición del que me necesite. Soy muy afortunado de pertenecer a ese círculo de gente tan especial.

A golpe de las cuatro de la tarde toqué a su puerta. Rebeca estaba sola con Miguel, su hijo de cinco años. Se alegró muchísimo por la visita, y sobre todo le encantó el arreglo de claveles que llevaba en los brazos y que casi no le dejaba verme la cara. Lo coloqué con cuidado en su dormitorio, como me pidió, porque ella pasaba el mayor tiempo ahí y así lo disfrutaría más.

Estuvimos charlando en la cocina mientras me preparaba un café y luego pasamos a la sala. Parecía un repentino salto atrás en el tiempo. De pronto estábamos merendando café con galletas, como hicimos miles de veces durante nuestra juventud. Era una especie de deja vu añejo que trae consigo un cargamento de recuerdos buenos y mejores, mezclados todos en la taza de la que bebía mi café.

-¡Qué bello te quedó este arreglo, gracias! –dijo Rebeca, mientras me abrazaba fuertemente.
-¿Y cómo querías que me quedara, si lo hice especialmente para ti? Tuve la mejor maestra y creo que aprendí bien de ella.

Rebeca sonrió y me volvió a dar las gracias. Ella me enseñó primero a manejar las plantas y después a trabajar las flores. A lo largo de muchos años aprendí innumerables cosas sobre las flores: desde las técnicas para cultivarlas hasta cómo mantenerlas hermosas durante más tiempo. A veces hacía arreglos complejos, en otras ocasiones las secaba para preservarlas. Agregándole un poco de colorante o unas gotas de esencia perfumada al agua, podía teñirlas de colores exóticos e incluso cambiarles su fragancia natural. No hay duda de que las flores son nobles; siguen vivas por varios días, transpirando al ambiente el líquido del que se nutren y regalando su aroma a pesar de haber sido cortadas de sus tallos.

Pasaron un par de horas y llegó Enrique.
-¡Enrique! ¡Felicidades por el nuevo embarazo! Les deseo mucha dicha y suerte con el crecimiento de la familia.
-Gracias. Y tú, Rafael, ¿cuándo nos das la sorpresa y te casas?
-¡Ja, ja! Eso será cuando al perro le salgan plumas.
-No hables así -dijo Rebeca-. Yo te conozco. El día menos esperado te apareces con una chica y nos cuentas que se casaron en secreto.
-Tal vez, -contesté, y desvié la conversación hacia algo más mundano. Les recordé que debían comenzar de nuevo con todo el proceso de los pañales. Eso les cambió la cara durante unos diez segundos. Todos nos reímos. Después seguimos hablando de mil cosas diferentes durante la cena y la sobremesa. Fue una velada muy agradable.

Mientras regresaba a casa me invadió una sensación de vacío y saturación a la vez; algo que nunca antes había experimentado. “Tanta charla me dejó algo aturdido”, pensé.

El domingo hizo un hermoso día de julio, perfecto para visitar a la familia Fuentes. El sol brillaba con fuerza resaltando los colores intensos de la ciudad. Desayuné bien, con calma, y me puse el traje oscuro que reservo sólo para ocasiones especiales.

Llegando, una cantidad inmensa de arreglos florales dejaba ver el gran número de personas que conocían a Rebeca. La variedad de flores parecía infinita: claveles, rosas, azahares, gladiolas, orquídeas, tulipanes, calas, nardos... La mezcla de aromas llenaba el aire limpio del fin de semana capitalino, inundando todo el ambiente. Rebeca siempre fue una con las flores y para mí son una pasión que compartía con ella, mi gran amiga.

En los pasillos de la funeraria se escuchaban los comentarios típicos: “¡Pobrecita, tan joven y llena de vida!”, “¡Qué tragedia, además estaba embarazada!” “¿De qué murió?”, preguntaban todos al llegar, pero las respuestas eran vagas. Nadie comprendía cómo pudo sucederle algo así a Rebeca; morir de esa manera tan trágica e inesperada. Enrique, su esposo, había perdido el habla por el gran pesar que le invadía. Aun así, se estaba ocupando personalmente de su pequeño hijo de cinco años, que no terminaba de entender cómo su mamá se fue tan de repente y sin despedirse de él. La familia de Rebeca se hallaba dispersa por todo el lugar, recibiendo las condolencias de los amigos y allegados.

Entré en la capilla donde velaban a Rebeca y les presenté mis respetos a sus padres, a sus hermanos y a Enrique. Como amigo de la familia desde hace tantos años, era lo menos que podía hacer. Había visitado a Rebeca y Enrique tres días antes con un gran arreglo de claveles rosados y blancos para felicitar a la pareja por el nuevo bebé que esperaban. Curiosamente, habían colocado ése mismo arreglo dentro de la capilla, cosa que me conmovió. Los claveles estaban tan hermosos como el primer día; el ramo incluso parecía recién hecho.

Mientras saludaba a los que estaban en la capilla, me percaté de que la urna no tenía vitrina.
-¿Por qué no se puede ver a Rebeca? -le pregunté discretamente a su hermano.
-La pobre quedó irreconocible -dijo, mientras me acompañaba hacia el pasillo.
-¿Irreconocible? No entiendo; me dijeron que había fallecido a causa de una enfermedad. ¿Acaso estoy equivocado?
-No, Rafael. Lo que pasa es que tuvo una muerte rápida por una reacción alérgica de esas que le hinchaban la cara. ¿Recuerdas que de vez en cuando se le disparaba una alergia?
-Claro que recuerdo. Cuando eso pasaba, había que llevarla al servicio de emergencias más cercano. Allí le ponían oxígeno y le inyectaban medicinas por todas partes para evitar que se asfixiara. Era toda una pesadilla.
-Pues esta vez los médicos no pudieron impedir que sus pulmones colapsaran. La inflamación fue muy intensa y fulminante. Cuando llegó a la clínica ya no había mucho que hacer. Los médicos intentaron todo lo que estaba a su alcance, incluso una traqueotomía, pero ni siquiera eso funcionó. Fue horrible verla luchando por respirar y no poder hacerlo. Tampoco pudo hacerse nada por el bebé.
-No sabes cuánto lo siento. Debe haber sido terrible. Nadie se espera que una simple alergia pueda ser fatal.
-Lo fue. Al principio no pensamos que la reacción pudiera ser tan severa, a pesar de la taquicardia. Sin embargo, se le veía ya bastante mal camino al servicio de emergencias. No hay palabras que puedan describir el horror que sentimos...
-Me lo imagino. ¡Qué espantoso! ¿Y qué fue lo que ocasionó la alergia?
-Eso es lo que nadie sabe. Rebeca no tomaba ninguna medicina a la que fuera alérgica. Ella se cuidaba mucho cuando le recetaban un medicamento nuevo; antes de usarlo se aseguraba mil veces de que no le haría daño. Pero además, desde que supo que estaba embarazada, no tomó más nada nunca. Y ya estaba en el quinto mes... Según los médicos fue algo que comió, aunque me parece raro porque ella nunca fue alérgica a ningún alimento, sólo a los analgésicos como la aspirina y a todos los antiinflamatorios sin esteroides. Pero los médicos insisten en que tuvo que haber sido algo que ingirió durante el día y creen que fue el picante que le puso a la carne. En fin, ya no hay nada que hacer. Rebeca y su bebé murieron.
-Me imagino que los médicos sabrán lo que dicen. Las alergias son impredecibles; hoy en día todavía no se comprenden bien las causas que hacen que aparezcan o desaparezcan de repente.
-Creo que tienes razón. De cualquier forma, ya pasó.
-Es triste, pero es así... Se nota que Enrique está destrozado. Voy a ofrecerle un café.

Me acerqué a Enrique, que salía al pasillo. Como iba solo, no me fue difícil abordarlo.
-Ven, Enrique. Vamos a tomarnos un café.
Él asintió y nos dirigimos hacia la mesa donde estaban el café y el agua. Mientras le servía un café negro con poco azúcar, le comenté cuánto sentía lo ocurrido. Enrique escuchaba sin hablar, con la mirada un tanto perdida. Después de un rato, me miró a los ojos y, rompiendo su silencio, me dio las gracias.
-¿Por qué?
-Por estar siempre allí cuando más te necesitamos.
-¡Pero no faltaba más! -le contesté-. Para eso son los amigos, ¿no?
-Sí... Fue bueno que pasaras el otro día por la casa. Rebeca estaba tan contenta con las flores, que las puso en el dormitorio.
-Sí; ella me dijo que las colocara allí porque ése era el lugar donde pasaba más tiempo. Me alegro que le hayan gustado tanto...
-Le encantaron. ¿Las viste en la capilla? Todavía hoy siguen hermosas -dijo. Y con los ojos llenos de lágrimas se alejó sin decir nada más.

Me quedé un rato más en la funeraria, saludando a los amigos y conocidos que se acercaban a darle el pésame a los familiares de Rebeca. Entre lo que más comentaban estaba lo rápido que había sido todo y lo monstruoso que puede ser desarrollar una alergia tan repentina y con resultados tan fulminantes. Había un cierto halo de misterio y superstición en el ambiente, a pesar de que los médicos diagnosticaron un shock alérgico al picante que Rebeca había comido en el almuerzo de ese día. Esa fue la versión oficial de la muerte de Rebeca y su bebé.

Camino al cementerio fui recordando uno a uno los momentos que Rebeca y yo pasamos juntos a lo largo de tantos años. Los juegos inocentes de nuestra infancia, las charlas interminables de nuestra juventud, las confidencias guardadas. ¡Cuánta falta me haces ya, querida amiga!

Una vez reunidos alrededor de la tumba, mientras rezábamos por su alma, rompí en llanto. Era demasiado para mí. No podía dejar de pensar en ella; su hermoso cabello castaño oscuro con visos rojizos, los ojos negros, grandes y profundos, y el aroma de su piel que me robaba el aliento. Toda mi vida estuve enamorado de esa mujer; siempre cerca, ayudándola y compartiendo sus sueños. Sin embargo, y a pesar de que conocía mis sentimientos, Rebeca siempre me trató como a un gran amigo y solía decir que me quería “como a un hermano”. Nunca me quiso dar una oportunidad. ¿Por qué, Rebeca? ¿Qué podía ofrecerte Enrique que no pudiera darte yo? Mira qué bello el arreglo de claveles que hice especialmente para ti, como muestra de mi amor incondicional. Incluso disolví tres aspirinas en el agua para que las flores se conservaran frescas por más tiempo. ¿Qué pasó, Rebeca? ¿No podías respirar? Así mismo me sentí yo durante ocho largos años. Pero no te preocupes, que ahora todo será mejor. Y para que nunca me olvides, el mismo Enrique arrojó a la fosa esos claveles frescos y perfectos que tanto te habían gustado, mi amor.

Desde ahora, mis visitas a Rebeca serán en el cementerio; las circunstancias lo ameritan.


(c) Patricia Schaefer Röder







Puerto Rico





Acerca de la autora:

Patricia Schaefer Röder nació y se crió en Caracas, Venezuela, donde obtuvo la Licenciatura en Biología y publicó sus primeros ensayos. Vivió en Heidelberg, Alemania y en Nueva York, EEUU. Allí retomó el oficio de escribir y se dedicó a la traducción y las artes editoriales. Desde el año 2004 vive en Guaynabo, Puerto Rico, donde dirige su propia empresa de traducción y producción editorial. Los escritos de Patricia han sido merecedores de premios nacionales e internacionales, apareciendo publicados en diversos medios. En 2011 recibió el Primer Premio en narrativa del XX Concurso Literario del Instituto de Cultura Peruana (ICP) en la ciudad de Miami en Florida, Estados Unidos, con su cuento “Ignacio”. El cuento “Rebeca” obtuvo Mención de Honor en la XV edición del Concurso del ICP en 2006. Su antología de relatos cortos Yara y otras historias, publicada en julio de 2010 por Ediciones Scriba NYC, es su trabajo más reciente. http://yarayotrashistorias.blogspot.com/.
Patricia tiene su propio blog literario, donde cada miércoles publica sus escritos: http://patriciaschaeferroder.blogspot.com/


Premio de narrativa

Patricia Schaefer Röder, venezolana ganadora del Premio del Instituto de Cultura Peruana
La escritora Patricia Schaefer Röder ha resultado ganadora del Primer Premio en narrativa del XX Concurso Literario del Instituto de Cultura Peruana en la ciudad de Miami en Florida, Estados Unidos. Este año, el concurso se llevó a cabo en honor al escritor Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010. El primer premio de este concurso consiste en pasajes Miami-Lima-Miami. Además, el cuento ganador, titulado “Ignacio”, será publicado en la antología Poetas y Narradores del 2011, editada por el Instituto de Cultura Peruana.




El Instituto de Cultura Peruana, ICP, es una institución no lucrativa fundada en 1991 en la ciudad de Miami, Florida. Su objetivo es promover en Norteamérica la rica cultura peruana, cuyas raíces se remontan a las civilizaciones preincaicas con más de 10,000 años de antigüedad. Con este propósito organiza conferencias, exhibiciones, publicaciones, concursos anuales de Poesía y Narración y otras actividades, con la libre participación de los interesados de cualquier nacionalidad. Los trabajos premiados en los concursos literarios se reproducen en forma de libro, inmediatamente después del certamen, a fin de difundirlos como la expresión artística de la comunidad hispana en Norteamérica.

Comentarios

Patricia Schaefer Röder ha dicho que…
mil gracias araceli, por incluir mi cuento "rebeca" en archivos del sur narrativa. me siento muy honrada y complacida. recibe un gran abrazo,

patricia
Araceli Otamendi ha dicho que…
¡gracias! a vos, Patricia, por colaborar con la revista, un abrazo desde Buenos Aires

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