Araceli Otamendi
Origen de los pájaros
Ella lloró mucho hasta quedar seca. El especialista la decepcionó, le quitó toda esperanza. Entonces todo dio vueltas y giró mil veces a su alrededor hasta que se quedó dormida, casi muerta. Nunca podría tener hijos.
Ella lloró mucho hasta quedar seca. El especialista la decepcionó, le quitó toda esperanza. Entonces todo dio vueltas y giró mil veces a su alrededor hasta que se quedó dormida, casi muerta. Nunca podría tener hijos.
Iba a escapar del tiempo, a vivir fuera de él. Se fue a vivir a un bosque donde siempre era otoño, a una pequeña casa de madera y techo de vidrio. A través del cristal se podían ver las estrellas titilantes, burbujeantes, todo estaba tan cerca. Se podía alcanzar una estrella estirando la mano. Le pareció escuchar una respuesta y como si alguien le dictara al oido buscó arcilla del río y la trajo a su casa. Esperaba que se fuera el sol y cuando se encendían los grillos iniciaba su paciente tarea. Primero la cabeza, luego las manos, el torso, los pies, las piernas, los brazos. Los niños de barro nunca tenían sexo. Hizo miles y miles. Los cocía en un horno de barro y los apilaba dentro de la casa.
Así durante años. Hasta que fue casi vieja y sus manos se agrietaron de tanto modelar arcilla y la piel le ardía hasta quedar en carne viva.
Sabía que el sueño se iba a terminar, tenía que hacerlo durar hasta la eternidad. Entonces se
bañó varios días con agua de lluvia y se cubrió con pieles que había cerca de la casa y otra vez
le pidió a Dios que no la dejara sola. Fue entonces que cayó una estrella muy cerca de donde estaba y la bañó llenándola de luz. Y fue otra vez joven y llena de vida. Enseguida supo qué hacer. Juntó todas las flores silvestres que crecían en el prado cerca del bosque y preparó una pócima muy dulzona de color amarillo intenso y la bebió durante varios días hasta que no hubo más. Caminó por el bosque con rumbo incierto hasta que cayó en un sueño más profundo todavía. Su cuerpo se cubrió de hojas que caían de los árboles, así que estaba vestida con un manto de ocres y sobre ella dormían los pájaros.
Llegó la primavera y éstos tuvieron que hacer sus nidos y comenzaron a sacarle los pelos. Pero como éstos eran de luz de la estrella, los nidos brillaban arriba de los árboles y cada nido se llenaba de huevos de dónde nacían los pájaros más maravillosos del universo.
Así durante años. Hasta que fue casi vieja y sus manos se agrietaron de tanto modelar arcilla y la piel le ardía hasta quedar en carne viva.
Sabía que el sueño se iba a terminar, tenía que hacerlo durar hasta la eternidad. Entonces se
bañó varios días con agua de lluvia y se cubrió con pieles que había cerca de la casa y otra vez
le pidió a Dios que no la dejara sola. Fue entonces que cayó una estrella muy cerca de donde estaba y la bañó llenándola de luz. Y fue otra vez joven y llena de vida. Enseguida supo qué hacer. Juntó todas las flores silvestres que crecían en el prado cerca del bosque y preparó una pócima muy dulzona de color amarillo intenso y la bebió durante varios días hasta que no hubo más. Caminó por el bosque con rumbo incierto hasta que cayó en un sueño más profundo todavía. Su cuerpo se cubrió de hojas que caían de los árboles, así que estaba vestida con un manto de ocres y sobre ella dormían los pájaros.
Llegó la primavera y éstos tuvieron que hacer sus nidos y comenzaron a sacarle los pelos. Pero como éstos eran de luz de la estrella, los nidos brillaban arriba de los árboles y cada nido se llenaba de huevos de dónde nacían los pájaros más maravillosos del universo.
(c) Araceli Otamendi
imagen: fotografía intervenida (c) Araceli Otamendi
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