Araceli Otamendi
La familia disparate*
Las dos mujeres están reunidas en una habitación mientras los dos niños juegan. Mientras una de las mujeres, Diana, anota algo en un papel, la otra, Patricia, ensaya una música en el yamaha y tararea "a mi me vuelve loca tu forma de seeerrrrrr, a mi me vuelve loca tu forma de seerrrrrr" (1).
—Pará aquí —dice Diana.
—¿Por qué?
—Porque ahora tiene que aparecer la tía, la tía gorda.
—¿Y quién va a hacer de tía?
—No sé, todavía nadie quiso el papel, cualquiera, cualquiera que quiera hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque ahora tiene que aparecer la tía, la tía gorda.
—¿Y quién va a hacer de tía?
—No sé, todavía nadie quiso el papel, cualquiera, cualquiera que quiera hacerlo.
Hace más de dos horas que ensayan la obra que representarán en la escuela de los niños. Ya han escrito los diálogos, diseñado la escenografía y el vestuario y han elegido la música de Los Decadentes.
Patricia está entusiasmada con el yamaha, hace tiempo que aprendió a tocar música ahí pero el hombre con el que estaba casada, un médico, no era justamente un hombre alegre y no le gustaba que su mujer se dedicara a las artes. Patricia también estudia cine, tiene una cámara de video y le encanta grabar lo que sea: al hijo en los actos escolares, en los cumpleaños, algunas escenas en la calle. En cambio Diana escribe, solamente escribe, ha terminado varias novelas y cuentos y aún no ha publicado una línea. Las dos mujeres se dedican además a criar a los niños que están ahí, en la habitación de al lado, jugando. Cada tanto se escucha algún golpe y las dos mujeres corren para ver qué ha pasado. Los niños, de alrededor de tres años ensayan todo tipo de juegos con unos muñecos de plástico. Cada tanto juegan a la pelota y la golpean contra la puerta.
—Esta casa es muy chica —dice Patricia—. Desde que Martín se mudó a mi casa con su nueva mujer y yo me vine aquí con Nicolás.
—¿Por qué no hicieron al revés? ¿Ellos se quedaban aquí y ustedes allá?
—Porque la mujer de Martín está embarazada y quiso cambiar de casa, dice que necesita más lugar para cuando nazca el bebé.
—No te veo muy feliz.
—Tampoco era feliz con Martín, me aburría. Ahora voy al teatro cuando quiero, estudio cine.
—Pero estás sola.
—Sola con mi hijo. ¿Qué voy a tener, un amante? ¿A esta altura? Tendría otro marido, y sino, mejor nada. Los fines de semana voy a bailar, al teatro, salgo con mis amigos ¿para qué quiero más?
—¿Por qué no hicieron al revés? ¿Ellos se quedaban aquí y ustedes allá?
—Porque la mujer de Martín está embarazada y quiso cambiar de casa, dice que necesita más lugar para cuando nazca el bebé.
—No te veo muy feliz.
—Tampoco era feliz con Martín, me aburría. Ahora voy al teatro cuando quiero, estudio cine.
—Pero estás sola.
—Sola con mi hijo. ¿Qué voy a tener, un amante? ¿A esta altura? Tendría otro marido, y sino, mejor nada. Los fines de semana voy a bailar, al teatro, salgo con mis amigos ¿para qué quiero más?
Las dos mujeres se habían quedado en silencio. Patricia preparó café para las dos y leche con chocolate para los niños. Sentadas en el living las dos mujeres seguían conversando.
—¿Y no será exagerado lo que hacemos? Después de todo es un acto en la escuela y nada más —dijo Patricia.
—Sí, es un acto en la escuela pero no te olvides que no es cualquier escuela.
—Sí, es un acto en la escuela pero no te olvides que no es cualquier escuela.
Era cierto, a esa escuela iban los hijos de directores de cine, de los escritores, de los actores. Las madres y los padres que iban a llevar a los hijos a la escuela se saludaban con gente que veían en otros horarios en la televisión, en el cine o en el teatro. Los temas de conversación eran casi siempre sobre los niños, espectáculos o libros.
Patricia y Diana estaban agotadas, llevaban días y días preparando la obra de teatro, una comedia donde cada miembro de una familia cumplía un rol disparatado. Así había una madre que compraba caramelos y chocolates para los hijos en lugar de comida, un abuelo sordo que miraba televisión y escuchaba música al mismo tiempo, una tía gorda que no pasaba por la puerta y llevaba un vestido relleno de globos entre otros personajes. También habían ensayado en la escuela varias veces, las actrices serían otras madres.
Patricia y Diana estaban agotadas pero se veían felices ensayando y dirigiendo una vez más la obra. De pronto sonó el timbre y Patricia atendió.
Patricia y Diana estaban agotadas, llevaban días y días preparando la obra de teatro, una comedia donde cada miembro de una familia cumplía un rol disparatado. Así había una madre que compraba caramelos y chocolates para los hijos en lugar de comida, un abuelo sordo que miraba televisión y escuchaba música al mismo tiempo, una tía gorda que no pasaba por la puerta y llevaba un vestido relleno de globos entre otros personajes. También habían ensayado en la escuela varias veces, las actrices serían otras madres.
Patricia y Diana estaban agotadas pero se veían felices ensayando y dirigiendo una vez más la obra. De pronto sonó el timbre y Patricia atendió.
—Es Marcela, mi hermana —dijo Patricia.
Marcela estudiaba letras, venía de la facultad, era más joven que Patricia y que Diana. Marcela saludó a Patricia y a Diana y enseguida se puso en la órbita de las dos mujeres y presenció el ensayo.
Diana leía el texto y hacía la voz de cada personaje mientras Patricia musicalizaba en el yamahaa. Marcela las miraba atenta, y casi con seguridad apuntando algo en su mente. Cuando cesó la música y Patricia se sentó, Marcela soltó una carcajada.
Diana leía el texto y hacía la voz de cada personaje mientras Patricia musicalizaba en el yamahaa. Marcela las miraba atenta, y casi con seguridad apuntando algo en su mente. Cuando cesó la música y Patricia se sentó, Marcela soltó una carcajada.
—Danos tu veredicto —dijo Patricia.
—Está bien, es divertida pero diganmé; ¿por qué se matan así para que salga todo perfecto?
—Queremos que salga bien, que los niños y los padres y madres se diviertan.
—Pero las cosas no son tan así —afirmó Marcela.
—¿Y entonces cómo las harías vos? —preguntó Patricia mientras Diana miraba atentamente a Patricia y después a Marcela.
Marcela encendió un cigarrillo inhaló el humo y después lo exhaló:
—Está bien, es divertida pero diganmé; ¿por qué se matan así para que salga todo perfecto?
—Queremos que salga bien, que los niños y los padres y madres se diviertan.
—Pero las cosas no son tan así —afirmó Marcela.
—¿Y entonces cómo las harías vos? —preguntó Patricia mientras Diana miraba atentamente a Patricia y después a Marcela.
Marcela encendió un cigarrillo inhaló el humo y después lo exhaló:
— Diganmé ¿no estarán frustradas ustedes dos?
Patricia y Diana se miraron durante algunos momentos y la risa de Marcela contagió a las dos.
Desde la habitación de los niños llegó de nuevo el sonido de una sirena y las tres mujeres vieron aparecer un auto de juguete, color amarillo con una luz dando vueltas en el techo que se acercaba a toda velocidad.
Algunos días después Patricia y Diana dirigían y musicalizaban "La familia disparate" en la escuela, ante un público compuesto por niños, maestros, directores y padres. Hubo tortazos de crema, un tomate en la cabeza de Patricia y la satisfacción de mirar el brillo de alegría en los ojos de los niños.
(1) Letra de la canción de Los Decadentes "Loco (Tu forma de ser)"
Desde la habitación de los niños llegó de nuevo el sonido de una sirena y las tres mujeres vieron aparecer un auto de juguete, color amarillo con una luz dando vueltas en el techo que se acercaba a toda velocidad.
Algunos días después Patricia y Diana dirigían y musicalizaban "La familia disparate" en la escuela, ante un público compuesto por niños, maestros, directores y padres. Hubo tortazos de crema, un tomate en la cabeza de Patricia y la satisfacción de mirar el brillo de alegría en los ojos de los niños.
(1) Letra de la canción de Los Decadentes "Loco (Tu forma de ser)"
*La familia disparate pertenece a la serie de cuentos Tardes de madres, de la autora
© Araceli Otamendi - todos los derechos reservados
imagen: (c) Joaquín Torres García (Muestra Juguetes transformables, Malba)
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