Rodolfo Modern
De serpentibus e mulieribus
¿Quieren datos, quieren precisiones? ¿Datos y precisiones, precisiones y datos? En nombre de mis congéneres yo, hembra emancipada entre las serpientes de coral (¿no poseemos una piel adorable, que resalta en carteras y zapatos de mujer?), asumo la responsabilidad de mis dichos. Que me compete también como miembro fundador y presidente vitalicio de la SOCDERCOMUNISER (Sociedad por los derechos de la comunidad universal serpentaria), cuya personería jurídica se encuentra actualmente en trámite. Pero ya se sabe lo que es la burocracia. Hasta entre nosotras. Calumniadas, difamadas, vilipendiadas, odiadas, despreciadas, sojuzgadas, torturadas, perseguidas, postergadas, pisoteadas, tal es nuestro presente. Datos, precisiones, mil veces sí. Porque no fuimos nosotras quienes iniciamos las hostilidades, quienes creamos los mitos, vale decir, las mentiras, difíciles de sostener por una mente medianamente racional y normal. Como ocurre en un libro gordo, me contaron, donde se nos asigna un papel de seductoras y tentadoras respecto a ese despreciable, artera y específicamente venenosa especie de bípedos tontos, pero capaces de engatusar por momentos de debilidad a su superior. A pesar de nuestra aparente sinuosidad, nosotras, las serpientes, no somos vuelteras, sino francas, abiertas, lineales, aunque las líneas se plieguen, siempre armónica y graciosamente, en sugerentes posturas cúrvicas.
Los autores, sean quienes fueran, de ese libro, respetable por otros motivos que ahora no vienen al caso, nos causaron un daño irreparable, tan injusto como gratuito. Pero hay que ser honestos, no es de ellos la culpa. La culpa la tiene esa así llamada Eva, esa obesa, esa obsesa sexual de largas pestañas, mirada lánguida y turbadora, experta en el meneo de caderas, en frases melosas y carentes de sustancia. Que no sólo hizo recaer todo el desastre sobreviviente (¿cuántos miles de millones de bípedos hay?) en mi indefensa y sorprendida antecesora, sino que hasta se llevó a la cama (excúseme la cruda expresión) a ese palurdo infeliz, alelado, lleno de pelos, y que nadie sabe si realmetne era su legítimo marido, tras haberle hecho ingerir, según se refiere, un plato lleno de puré de manzanas.
¡Anatema sobre esa mujer infausta! ¡Anatema! Y anatema sobre todas sus descendientes, quienes heredaron y perpetraron los frutos de esa calumnia atroz. En cuanto a mí, tengo plena conciencia de no hacer mal a nadie, salvo en caso (autorizado por la ley) de legítima defensa. O cuando el hambre me acosa de un modo irresistible y he superado las cuotas asignadas a mi dieta. Acurrucada entre las piedras y la espesura, oculta, hecha un incómodo ovillo, en tantas ocasiones entre la espada y la pared, por decirlo así, clavo entonces mis colmillos (para eso están) en bichos en verdad despreciables, absolutamente dañinos o inútiles. Los enumero: ratas, ratoncillos, lauchas, sapos, comadrejas, lagartijas y murciélagos cuando no queda otro remedio, y pare de contar. Un instante, el proceso es rapidísimo, y ¡zás!, todo se acabó. No siempre es así. Por ejemplo, los pesados del género, las boas, esa mezcla de Charles Atlas y Schwarzenegger en cuanto a la musculatura, están meses y meses a dieta (la de ellas es forzosa). Y cuando los retortijones del hambre llegan a ser insoportables, sólo entonces engullen, lenta y dolorosamente, al albo y ensortijado corderillo, que andaba medio distraído en su cercanía. ¡Y cuánto tardan en digerirlo! De sólo pensarlo, da calambres. Bien, eso es todo o casi todo en nuestra existencia reptílica. No somos unas arrastradas, como vulgarmente se cree, pero la naturaleza se impone, no hay nada que hacerle. Como cuando asimismo empollamos pacientemente, henchidas de amor maternal, los huevos, una consecuencia de la mayor fuerza física de los machos, cargosos, insistentes, y que viven, vagos como son, con una sola idea fija.
Pero existe otra faceta entre nosotras. La esencial, diría yo. Pues si bien ese pueblo, meritorio y valioso, por muchas otras razones, nos ha hecho objeto de su repudio, otras etnias, posiblemente más iluminadas, más sagaces, nos han erigido en emblemas de prudencia, de astucia previsora y, sobre todo, de imagen indiscutible de la Dama sabiduría. Nuestra cabeza es chica, comparativamente hablando, pero lo que verdaderamente importa cabe allí. Me refiero al pensamiento, nada menos, al pensamiento puro, abstracto, ése que está fuera de la extensión y del tiempo. Nosotras pensamos, yo pienso, no sólo sobre la cosa en sí, sino sobre todo, sobre la cosa en mí, lo que le agrega a ese acto sublime una carnadura específica. De ahí parte del objeto de mi fundación, de la que he sentado las bases y sobre la que se erigirá el templo sacro que nuestra sacrificada existencia exige, y que conlleva, inexorablemente, el lema del eterno retorno.
Nosotras, yo, no somos esclavas de la divagación. Nuestros silogismos no son mero aire que tiende a disiparse. Apuntan a algo sólido, a eso que a falta de un término mejor llamamos Vida. Y todo eso sucede a pesar de nuestra mudez física, o de esa carencia de extremidades, (oh, si tuviéramos pulgar, qué es lo que no haríamos), y que al parecer le sobraban a la tal Eva.
Lo que me lleva, por vez última y definitiva, a volver a ocuparme de mi enemiga auténtica, la mujer. Me indigna, nos indigna, entonces, que en ciertos lenguajes humanos se nos identifique exclusivamente con lo femenino. Se habla de "la" serpiente. No somos
sexistas ni prejuiciosas, pero hay que saber distinguir. Por una parte están los machos, con sus desagradables y monótonas exigencias naturales. Por la otra, entre ratón y ratón, nosotras estamos abocadas al sublime pensamiento, dejando a un lado la inevitable crianza de nuestros polluelos. Nuestras elucubraciones pueden ser complejas, lo admito, pero los resultados, con toda evidencia, son inteligibles. Siempre añadimos un estrado al magno edificio del saber. En cambio, el cerebro de la mujer, de mayor tamaño que el nuestro y más pesaado, alberga pensamientos simples pero incongruentes, contradictorios, incomprensibles. Esto se lo he escuchado hasta el cansancio a todas sus parejas con las que han ejercido la convivencia.
También es cierto, para concluir, que nosotras somos bífidas y en ocasiones, pero sólo en ocasiones, ponzoñosas. En cambio las mujeres con una sola lengua hacen estragos, y son causa de úlceras y otros achaques mayores en sus interlocutores forzosos. Y ellas tienen la pretensión (resulta, en el fondo hasta gracioso), de llamarnos "víboras" a nosotras, como también muestran hacia nosotras su odio, su completa ausencia de compasión y comprensión. Para no referirme a su desprecio.
Señores del jurado, pongamos las cosas en su lugar. Algún defectillo, es cierto, nos cabe, pero invirtamos los juicios, por favor.
Las serpientes somos una cosa, las mujeres otra e infinitamente más nocivas. Para resumir, ya estamos hartas, lo que se dice hartas, también de su parloteo estéril y de su imperdonable frivolidad. Honorable jurado, ahora sólo queda aguardar el fallo, que, sin la más mínima duda, reivindicará nuestro honroso puesto en el cosmos. Que es lo que se quería demostrar.
(c) Rodolfo Modern
¿Quieren datos, quieren precisiones? ¿Datos y precisiones, precisiones y datos? En nombre de mis congéneres yo, hembra emancipada entre las serpientes de coral (¿no poseemos una piel adorable, que resalta en carteras y zapatos de mujer?), asumo la responsabilidad de mis dichos. Que me compete también como miembro fundador y presidente vitalicio de la SOCDERCOMUNISER (Sociedad por los derechos de la comunidad universal serpentaria), cuya personería jurídica se encuentra actualmente en trámite. Pero ya se sabe lo que es la burocracia. Hasta entre nosotras. Calumniadas, difamadas, vilipendiadas, odiadas, despreciadas, sojuzgadas, torturadas, perseguidas, postergadas, pisoteadas, tal es nuestro presente. Datos, precisiones, mil veces sí. Porque no fuimos nosotras quienes iniciamos las hostilidades, quienes creamos los mitos, vale decir, las mentiras, difíciles de sostener por una mente medianamente racional y normal. Como ocurre en un libro gordo, me contaron, donde se nos asigna un papel de seductoras y tentadoras respecto a ese despreciable, artera y específicamente venenosa especie de bípedos tontos, pero capaces de engatusar por momentos de debilidad a su superior. A pesar de nuestra aparente sinuosidad, nosotras, las serpientes, no somos vuelteras, sino francas, abiertas, lineales, aunque las líneas se plieguen, siempre armónica y graciosamente, en sugerentes posturas cúrvicas.
Los autores, sean quienes fueran, de ese libro, respetable por otros motivos que ahora no vienen al caso, nos causaron un daño irreparable, tan injusto como gratuito. Pero hay que ser honestos, no es de ellos la culpa. La culpa la tiene esa así llamada Eva, esa obesa, esa obsesa sexual de largas pestañas, mirada lánguida y turbadora, experta en el meneo de caderas, en frases melosas y carentes de sustancia. Que no sólo hizo recaer todo el desastre sobreviviente (¿cuántos miles de millones de bípedos hay?) en mi indefensa y sorprendida antecesora, sino que hasta se llevó a la cama (excúseme la cruda expresión) a ese palurdo infeliz, alelado, lleno de pelos, y que nadie sabe si realmetne era su legítimo marido, tras haberle hecho ingerir, según se refiere, un plato lleno de puré de manzanas.
¡Anatema sobre esa mujer infausta! ¡Anatema! Y anatema sobre todas sus descendientes, quienes heredaron y perpetraron los frutos de esa calumnia atroz. En cuanto a mí, tengo plena conciencia de no hacer mal a nadie, salvo en caso (autorizado por la ley) de legítima defensa. O cuando el hambre me acosa de un modo irresistible y he superado las cuotas asignadas a mi dieta. Acurrucada entre las piedras y la espesura, oculta, hecha un incómodo ovillo, en tantas ocasiones entre la espada y la pared, por decirlo así, clavo entonces mis colmillos (para eso están) en bichos en verdad despreciables, absolutamente dañinos o inútiles. Los enumero: ratas, ratoncillos, lauchas, sapos, comadrejas, lagartijas y murciélagos cuando no queda otro remedio, y pare de contar. Un instante, el proceso es rapidísimo, y ¡zás!, todo se acabó. No siempre es así. Por ejemplo, los pesados del género, las boas, esa mezcla de Charles Atlas y Schwarzenegger en cuanto a la musculatura, están meses y meses a dieta (la de ellas es forzosa). Y cuando los retortijones del hambre llegan a ser insoportables, sólo entonces engullen, lenta y dolorosamente, al albo y ensortijado corderillo, que andaba medio distraído en su cercanía. ¡Y cuánto tardan en digerirlo! De sólo pensarlo, da calambres. Bien, eso es todo o casi todo en nuestra existencia reptílica. No somos unas arrastradas, como vulgarmente se cree, pero la naturaleza se impone, no hay nada que hacerle. Como cuando asimismo empollamos pacientemente, henchidas de amor maternal, los huevos, una consecuencia de la mayor fuerza física de los machos, cargosos, insistentes, y que viven, vagos como son, con una sola idea fija.
Pero existe otra faceta entre nosotras. La esencial, diría yo. Pues si bien ese pueblo, meritorio y valioso, por muchas otras razones, nos ha hecho objeto de su repudio, otras etnias, posiblemente más iluminadas, más sagaces, nos han erigido en emblemas de prudencia, de astucia previsora y, sobre todo, de imagen indiscutible de la Dama sabiduría. Nuestra cabeza es chica, comparativamente hablando, pero lo que verdaderamente importa cabe allí. Me refiero al pensamiento, nada menos, al pensamiento puro, abstracto, ése que está fuera de la extensión y del tiempo. Nosotras pensamos, yo pienso, no sólo sobre la cosa en sí, sino sobre todo, sobre la cosa en mí, lo que le agrega a ese acto sublime una carnadura específica. De ahí parte del objeto de mi fundación, de la que he sentado las bases y sobre la que se erigirá el templo sacro que nuestra sacrificada existencia exige, y que conlleva, inexorablemente, el lema del eterno retorno.
Nosotras, yo, no somos esclavas de la divagación. Nuestros silogismos no son mero aire que tiende a disiparse. Apuntan a algo sólido, a eso que a falta de un término mejor llamamos Vida. Y todo eso sucede a pesar de nuestra mudez física, o de esa carencia de extremidades, (oh, si tuviéramos pulgar, qué es lo que no haríamos), y que al parecer le sobraban a la tal Eva.
Lo que me lleva, por vez última y definitiva, a volver a ocuparme de mi enemiga auténtica, la mujer. Me indigna, nos indigna, entonces, que en ciertos lenguajes humanos se nos identifique exclusivamente con lo femenino. Se habla de "la" serpiente. No somos
sexistas ni prejuiciosas, pero hay que saber distinguir. Por una parte están los machos, con sus desagradables y monótonas exigencias naturales. Por la otra, entre ratón y ratón, nosotras estamos abocadas al sublime pensamiento, dejando a un lado la inevitable crianza de nuestros polluelos. Nuestras elucubraciones pueden ser complejas, lo admito, pero los resultados, con toda evidencia, son inteligibles. Siempre añadimos un estrado al magno edificio del saber. En cambio, el cerebro de la mujer, de mayor tamaño que el nuestro y más pesaado, alberga pensamientos simples pero incongruentes, contradictorios, incomprensibles. Esto se lo he escuchado hasta el cansancio a todas sus parejas con las que han ejercido la convivencia.
También es cierto, para concluir, que nosotras somos bífidas y en ocasiones, pero sólo en ocasiones, ponzoñosas. En cambio las mujeres con una sola lengua hacen estragos, y son causa de úlceras y otros achaques mayores en sus interlocutores forzosos. Y ellas tienen la pretensión (resulta, en el fondo hasta gracioso), de llamarnos "víboras" a nosotras, como también muestran hacia nosotras su odio, su completa ausencia de compasión y comprensión. Para no referirme a su desprecio.
Señores del jurado, pongamos las cosas en su lugar. Algún defectillo, es cierto, nos cabe, pero invirtamos los juicios, por favor.
Las serpientes somos una cosa, las mujeres otra e infinitamente más nocivas. Para resumir, ya estamos hartas, lo que se dice hartas, también de su parloteo estéril y de su imperdonable frivolidad. Honorable jurado, ahora sólo queda aguardar el fallo, que, sin la más mínima duda, reivindicará nuestro honroso puesto en el cosmos. Que es lo que se quería demostrar.
(c) Rodolfo Modern
Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Rodolfo Modern nació en Buenos Aires.
Primer Premio Nacional, Primer Premio de la Ciudad de Buenos Aires, Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, Premio de Honor de la Fundación de la Poesía Argentina, Miembro titular de la Academia Argentina de Letras, Miembro correspondiente de la Real Academia Española
Rodolfo Modern nació en Buenos Aires, en 1922.
Ha publicado 14 libros de poesía, 7 de narrativa, 12 de ensayos y 3 de piezas de teatro.
Primer Premio Nacional, Primer Premio de la Ciudad de Buenos Aires, Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, Premio de Honor de la Fundación de la Poesía Argentina.
Es miembro titular de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Ha publicado en la revista Archivos del Sur los cuentos Acerca de Cloto y De serpentibus e mulieribus
Comentarios