Adán de Maríass
foto: Miguel Ángel Colán Ramos
El jugador
Él le dice a todo el mundo que no es un adicto, (a mí la verdad no me ha dicho nada) y que simplemente juega lo necesario.
Así con ese énfasis, que cada día que transcurre se va estirando como el chicle, que tiene cautivado dentro de la boca, juega y vuelve a jugar.
Sale de trabajar -es empleado bancario- a las cinco de la tarde, y puntualmente llega al casino media hora después.
Entre su centro de trabajo y el casino, hay como cuatro kilómetros y medio de distancia. No quiere que ningún conocido o chismoso lo vea entrar al casino, piensa que le trae mala suerte. De lunes a sábado la vida de Alonso Montt es la misma descrita líneas arriba, sin necesidad de añadir algún vicio más. Mayormente pierde pero él insiste que insiste, y siempre se dice lo mismo: para otra vez será. Hasta que un día de esos, por fin la suerte entró sin resistencias en los bolsillos de su destino, ya le tocaba, ganando repetidamente en el juego del tragamonedas, feliz se embolsilló como dos mil soles, las monedas caían como pequeñas frutas maduras de las ramas de un árbol supersticioso. Minutos antes de las once de la noche salía del casino no por el camino acostumbrado sino por otro camino que la policía investigaría mucho después con disciplinada minuciosidad. Ya habían estudiado milimétricamente todos sus movimientos. A tres cuadras del casino, lo esperaron ocultos detrás de un quiosco, sin miramientos los rateros lo tiraron al suelo, le buscaron y rebuscaron pero nada, la plata se hizo humo, no puede ser dijo el otro, nos datearon mal, y locos de ira empezaron a golpearlo como si fuera cualquier cosa...
Cuando recuperó la conciencia, se vio desvalido en la sala de un vetusto hospital, y lo primero que pidió no fue algo para aliviar el dolor sino un espejo, por eso del pudor ya ustedes saben. La enfermera le trajo el espejo, la mitad de un vaso con agua, dos grageas, y el anuncio de una visita inesperada: Antonella Ovalle.
Años atrás se conocieron en un café contiguo a una escuela de ballet, previa presentación por parte de un amigo del trabajo. Al principio no fluía la conversación, porque se respiraba timideces, luego Antonella tocó el tema de un viaje a USA, ah te vas a Las Vegas reaccionó él, no, es que soy fotógrafa y voy a presentar por primera vez en New York mi exposición fotográfica que resume un breve ciclo de cinco años fotografiando todos los rincones de mi querido Perú. ¿Y tú qué haces?, juego, respondió él inmediatamente, y ojo que no es fácil jugar, entiendo, dijo ella, mirándolo como si estuviera fotografiando una página en blanco, un agresivo vacío, un desdén existencial.
Se contaron cositas, intentando un diálogo fluido, correcto, interesante, pero se aburrieron entre tantas pausas. Ella fijando su punto de mira en los ojos de párpados caídos de Alonso Montt, mientras en la naturaleza insinuante del ambiente flotaban las melodías de Frank Sinatra, y él fijando la maliciosa luz de sus ojos en el atrevido escote de Antonella, que deja ver la deliciosa entrada de unos senos comestibles.
Él no tuvo la postura final del galán, de acompañarla hasta la puerta de su casa y decirle algunas cariñosas ocurrencias al oído. Bajó del microbús sin ningún apuro, tarareaba alguna canción quizás la de Frank, sacó un juego de llaves del bolso marrón, y caminó unos cuantos pasos hasta entrar al edificio que por fin apareció. Por supuesto que él no vio nada, porque el microbús arrancó con una prisa endemoniada.
La segunda vez no fue una cita, sino un encuentro casual en la Librería, ambos buscaban del mismo autor dos libros diferentes. Lo que pasa es que la sobrina de Antonella que se llama igual que ella, tenía una tarea más que literaria: leer a Dostoievski. Y tiene tan sólo una semana para leerlo.
Salieron de la Librería con el ánimo muy dispuesto, Antonella muy tempranamente lo invitó a su amplio y moderno departamento, sabe que le quedan tan solo diez días para irse a USA. Pasa, siéntete cómodo, deja tu saco aquí por favor, ah claro, dijo él. ¿Un traguito?, le sirvió media copa de vino tinto y ella apenas dos dedos de la copa. Miraba sin entusiasmo todos los limpios espacios del comedor pero seguía pensando en el casino, mientras Antonella continuaba hablándole, él proyectaba las figuras triplicadas de su próximo juego bajo la anuencia de un presentimiento amigo.
¿Juegas con la cámara?, sí, claro, es que no le encuentro sentido artístico a lo que haces si no juegas con las imágenes, la posición es la antesala de la inspiración, ¿poeta también?, dijo Antonella con una media sonrisa, no, lo que pasa es que yo le doy mucha importancia al juego, soy muy lúdico, sí, ya me di cuenta, ¿y a la hora de hacer el amor, juegas tan bien? Alonso no dejó pasar la respuesta pero tampoco mostró asombro, él es así, muy calculador. «Juego con ventajas y desventajas». Eso me parece muy interesante, respondió ella deshaciéndose del moño, soltándose la amplia cabellera rubia. En el momento más vaporoso sonó el celular, que no es de Alonso ni de Antonella, sino de la sobrina, que olvidó llevárselo un día que estaba apurada por irse a bailar con sus amigas.
-¿Te puedo tomar unas fotos?
-Si tú crees conveniente, hazlo, pero por favor no te demores mucho porque soy un poquito nervioso, y además ya me tengo que ir, el juego me espera.
Antonella le tomó doce fotos en los distintos espacios de su departamento, y le regaló unos caramelos licoreados para el camino, él le prometió que iría a visitarla al regreso de su viaje, si es que no se queda. Ya estando afuera Alonso la imaginó desnuda, y mientras subía a un taxi con dirección al casino la posicionó en su mente como quiso.
Dentro del casino ya lo conocen como el tipo que no habla con nadie, medio raro, creen que es mudo, porque cuando quiere algo lo escribe, «es mi cábala». Hoy no ha ganado en estas cuatro horas de juego, y ya no quiere insistir, bebe los últimos sorbos de un vaso de cerveza a medio helar, que una guapa anfitriona le invitó.
Llega a su casa, y no enciende las luces, prefiere estar así, dueño de su propio desánimo, apenas un rayo de luz entra sin permiso por la ventana de la cocina y se dispersa sobre la mesa como quien arroja naipes, se sienta en esta silla, y destapa el plato donde todavía humea, el estofado de pollo que le ha preparado Julia la empleada de la casa, quien además de tener las llaves de la casa, hace el amor con Alonso cuando ella quiere, y él cuando está de buen humor que no es siempre. Lo extraño es que Julia se parece físicamente a Antonella, sólo que es un poco más baja, maniática del orden, y amante del dinero bien ganado. No es de aquí es de Concepción, de la sierra central del Perú, pero Alonso la trajo a Lima convenciéndola después de una larga batalla de dudas mezcladas con el fuerte cañazo que bebieron hasta altas horas de la madrugada, bailando, zapateando, gritando eufóricos, hasta que se la llevó a la cama una vez más en uno de esos discretos hoteles de provincia.
-Pasa-le dijo con algo de extrañeza.
Antonella Ovalle dejó su liviano saco de otoño, y su bolso ya no tan marrón en aquella mesita de estar, ya no lo miraba como quien fotografía, sino como una escultura no terminada por arbitraria decisión de un destino contrario.
-Pobrecito, mi vida, qué animales, cómo te han dejado, y todo por la maldita droga.
-Tengo que seguir esperando, ya vendrán tiempos mejores-dijo Alonso mirando hacia arriba-. ¿Y cómo supiste que estaba aquí?
-Un pajarito chismosón me lo contó.
-Así, no me digas, espero que no hayas traído tu cámara fotográfica, no sólo por el pudor sino por la prudencia, tú sabes. No es ninguna novedad decirte que, ay…, ayayay…, perdón, es que no puedo hablar mucho, me duele todo, hasta el aire que respiro.
-Mejor descansa, ya tendremos tiempo de sobra para platicar.
-Antonella hazme un favor... anda a mi departamento... y dile a mi… empleada Julia... que me traiga comida... porque no me gusta… la que hacen aquí.
-Voy.
Tocó el timbre. La puerta demoró en abrirse. Vio a una mujer con facha provinciana, no mal vestida pero un poquito despeinada, parece que está limpiando la casa, lo dice por la escoba que ella sostiene sin muchas ganas.
-Sí, que desea.
-Vengo de parte del señor Alonso Montt, quiere que le lleve comida al hospital.
-Ya-le dijo la empleada cerrándole la puerta sin más explicación-. En ese instante Antonella se sintió como una estatua, la empleada no le dio tiempo para decirle algo más. Sospecha que en ese monosílabo tan directo, hay un acento de infidelidad.
Dos semanas después, Alonso Montt por fin regresaba a su exclusivo departamento. Tuvo que pedir vacaciones adelantadas a su jefe. Llegó en silla de ruedas acompañado de Antonella quienes al entrar al ascensor oprimieron los dos al mismo tiempo el botón del sexto piso, riéndose ambos de la ocurrencia. Y al llegar encontraron la puerta abierta, el departamento estaba vacío, ni rastro de sus pertenencias, y de Julia la empleada, esperaba al menos que estuviera presente. Sí, no se equivocó, estaba presente, tirada en el suelo frío del baño, en medio de un charco de sangre, y una pistola empuñada en su mano izquierda, describiendo un aparente suicidio. La policía no demoró en iniciar las pesquisas. Extrañamente ningún vecino oyó nada. Nerviosamente Antonella le soltó la mano a Alonso Montt.
Pasaron los meses, y el click entre ambos perdió imagen y sonido. Todo se fue desconfigurando. Él no puede aún olvidar a Julia. Mientras Antonella vio unas siete veces más a Alonso Montt, más por llamadas telefónicas que por otra cosa. Estando en el avión, dejó caer todos los recuerdos que le asocian a él.
En fin, Alonso Montt es el típico perdedor en todo, lo digo porque un mes después sufrió un inesperado paro cardiaco, y se fue de este mundo como vino en el principio: calato.
Así con ese énfasis, que cada día que transcurre se va estirando como el chicle, que tiene cautivado dentro de la boca, juega y vuelve a jugar.
Sale de trabajar -es empleado bancario- a las cinco de la tarde, y puntualmente llega al casino media hora después.
Entre su centro de trabajo y el casino, hay como cuatro kilómetros y medio de distancia. No quiere que ningún conocido o chismoso lo vea entrar al casino, piensa que le trae mala suerte. De lunes a sábado la vida de Alonso Montt es la misma descrita líneas arriba, sin necesidad de añadir algún vicio más. Mayormente pierde pero él insiste que insiste, y siempre se dice lo mismo: para otra vez será. Hasta que un día de esos, por fin la suerte entró sin resistencias en los bolsillos de su destino, ya le tocaba, ganando repetidamente en el juego del tragamonedas, feliz se embolsilló como dos mil soles, las monedas caían como pequeñas frutas maduras de las ramas de un árbol supersticioso. Minutos antes de las once de la noche salía del casino no por el camino acostumbrado sino por otro camino que la policía investigaría mucho después con disciplinada minuciosidad. Ya habían estudiado milimétricamente todos sus movimientos. A tres cuadras del casino, lo esperaron ocultos detrás de un quiosco, sin miramientos los rateros lo tiraron al suelo, le buscaron y rebuscaron pero nada, la plata se hizo humo, no puede ser dijo el otro, nos datearon mal, y locos de ira empezaron a golpearlo como si fuera cualquier cosa...
Cuando recuperó la conciencia, se vio desvalido en la sala de un vetusto hospital, y lo primero que pidió no fue algo para aliviar el dolor sino un espejo, por eso del pudor ya ustedes saben. La enfermera le trajo el espejo, la mitad de un vaso con agua, dos grageas, y el anuncio de una visita inesperada: Antonella Ovalle.
Años atrás se conocieron en un café contiguo a una escuela de ballet, previa presentación por parte de un amigo del trabajo. Al principio no fluía la conversación, porque se respiraba timideces, luego Antonella tocó el tema de un viaje a USA, ah te vas a Las Vegas reaccionó él, no, es que soy fotógrafa y voy a presentar por primera vez en New York mi exposición fotográfica que resume un breve ciclo de cinco años fotografiando todos los rincones de mi querido Perú. ¿Y tú qué haces?, juego, respondió él inmediatamente, y ojo que no es fácil jugar, entiendo, dijo ella, mirándolo como si estuviera fotografiando una página en blanco, un agresivo vacío, un desdén existencial.
Se contaron cositas, intentando un diálogo fluido, correcto, interesante, pero se aburrieron entre tantas pausas. Ella fijando su punto de mira en los ojos de párpados caídos de Alonso Montt, mientras en la naturaleza insinuante del ambiente flotaban las melodías de Frank Sinatra, y él fijando la maliciosa luz de sus ojos en el atrevido escote de Antonella, que deja ver la deliciosa entrada de unos senos comestibles.
Él no tuvo la postura final del galán, de acompañarla hasta la puerta de su casa y decirle algunas cariñosas ocurrencias al oído. Bajó del microbús sin ningún apuro, tarareaba alguna canción quizás la de Frank, sacó un juego de llaves del bolso marrón, y caminó unos cuantos pasos hasta entrar al edificio que por fin apareció. Por supuesto que él no vio nada, porque el microbús arrancó con una prisa endemoniada.
La segunda vez no fue una cita, sino un encuentro casual en la Librería, ambos buscaban del mismo autor dos libros diferentes. Lo que pasa es que la sobrina de Antonella que se llama igual que ella, tenía una tarea más que literaria: leer a Dostoievski. Y tiene tan sólo una semana para leerlo.
Salieron de la Librería con el ánimo muy dispuesto, Antonella muy tempranamente lo invitó a su amplio y moderno departamento, sabe que le quedan tan solo diez días para irse a USA. Pasa, siéntete cómodo, deja tu saco aquí por favor, ah claro, dijo él. ¿Un traguito?, le sirvió media copa de vino tinto y ella apenas dos dedos de la copa. Miraba sin entusiasmo todos los limpios espacios del comedor pero seguía pensando en el casino, mientras Antonella continuaba hablándole, él proyectaba las figuras triplicadas de su próximo juego bajo la anuencia de un presentimiento amigo.
¿Juegas con la cámara?, sí, claro, es que no le encuentro sentido artístico a lo que haces si no juegas con las imágenes, la posición es la antesala de la inspiración, ¿poeta también?, dijo Antonella con una media sonrisa, no, lo que pasa es que yo le doy mucha importancia al juego, soy muy lúdico, sí, ya me di cuenta, ¿y a la hora de hacer el amor, juegas tan bien? Alonso no dejó pasar la respuesta pero tampoco mostró asombro, él es así, muy calculador. «Juego con ventajas y desventajas». Eso me parece muy interesante, respondió ella deshaciéndose del moño, soltándose la amplia cabellera rubia. En el momento más vaporoso sonó el celular, que no es de Alonso ni de Antonella, sino de la sobrina, que olvidó llevárselo un día que estaba apurada por irse a bailar con sus amigas.
-¿Te puedo tomar unas fotos?
-Si tú crees conveniente, hazlo, pero por favor no te demores mucho porque soy un poquito nervioso, y además ya me tengo que ir, el juego me espera.
Antonella le tomó doce fotos en los distintos espacios de su departamento, y le regaló unos caramelos licoreados para el camino, él le prometió que iría a visitarla al regreso de su viaje, si es que no se queda. Ya estando afuera Alonso la imaginó desnuda, y mientras subía a un taxi con dirección al casino la posicionó en su mente como quiso.
Dentro del casino ya lo conocen como el tipo que no habla con nadie, medio raro, creen que es mudo, porque cuando quiere algo lo escribe, «es mi cábala». Hoy no ha ganado en estas cuatro horas de juego, y ya no quiere insistir, bebe los últimos sorbos de un vaso de cerveza a medio helar, que una guapa anfitriona le invitó.
Llega a su casa, y no enciende las luces, prefiere estar así, dueño de su propio desánimo, apenas un rayo de luz entra sin permiso por la ventana de la cocina y se dispersa sobre la mesa como quien arroja naipes, se sienta en esta silla, y destapa el plato donde todavía humea, el estofado de pollo que le ha preparado Julia la empleada de la casa, quien además de tener las llaves de la casa, hace el amor con Alonso cuando ella quiere, y él cuando está de buen humor que no es siempre. Lo extraño es que Julia se parece físicamente a Antonella, sólo que es un poco más baja, maniática del orden, y amante del dinero bien ganado. No es de aquí es de Concepción, de la sierra central del Perú, pero Alonso la trajo a Lima convenciéndola después de una larga batalla de dudas mezcladas con el fuerte cañazo que bebieron hasta altas horas de la madrugada, bailando, zapateando, gritando eufóricos, hasta que se la llevó a la cama una vez más en uno de esos discretos hoteles de provincia.
-Pasa-le dijo con algo de extrañeza.
Antonella Ovalle dejó su liviano saco de otoño, y su bolso ya no tan marrón en aquella mesita de estar, ya no lo miraba como quien fotografía, sino como una escultura no terminada por arbitraria decisión de un destino contrario.
-Pobrecito, mi vida, qué animales, cómo te han dejado, y todo por la maldita droga.
-Tengo que seguir esperando, ya vendrán tiempos mejores-dijo Alonso mirando hacia arriba-. ¿Y cómo supiste que estaba aquí?
-Un pajarito chismosón me lo contó.
-Así, no me digas, espero que no hayas traído tu cámara fotográfica, no sólo por el pudor sino por la prudencia, tú sabes. No es ninguna novedad decirte que, ay…, ayayay…, perdón, es que no puedo hablar mucho, me duele todo, hasta el aire que respiro.
-Mejor descansa, ya tendremos tiempo de sobra para platicar.
-Antonella hazme un favor... anda a mi departamento... y dile a mi… empleada Julia... que me traiga comida... porque no me gusta… la que hacen aquí.
-Voy.
Tocó el timbre. La puerta demoró en abrirse. Vio a una mujer con facha provinciana, no mal vestida pero un poquito despeinada, parece que está limpiando la casa, lo dice por la escoba que ella sostiene sin muchas ganas.
-Sí, que desea.
-Vengo de parte del señor Alonso Montt, quiere que le lleve comida al hospital.
-Ya-le dijo la empleada cerrándole la puerta sin más explicación-. En ese instante Antonella se sintió como una estatua, la empleada no le dio tiempo para decirle algo más. Sospecha que en ese monosílabo tan directo, hay un acento de infidelidad.
Dos semanas después, Alonso Montt por fin regresaba a su exclusivo departamento. Tuvo que pedir vacaciones adelantadas a su jefe. Llegó en silla de ruedas acompañado de Antonella quienes al entrar al ascensor oprimieron los dos al mismo tiempo el botón del sexto piso, riéndose ambos de la ocurrencia. Y al llegar encontraron la puerta abierta, el departamento estaba vacío, ni rastro de sus pertenencias, y de Julia la empleada, esperaba al menos que estuviera presente. Sí, no se equivocó, estaba presente, tirada en el suelo frío del baño, en medio de un charco de sangre, y una pistola empuñada en su mano izquierda, describiendo un aparente suicidio. La policía no demoró en iniciar las pesquisas. Extrañamente ningún vecino oyó nada. Nerviosamente Antonella le soltó la mano a Alonso Montt.
Pasaron los meses, y el click entre ambos perdió imagen y sonido. Todo se fue desconfigurando. Él no puede aún olvidar a Julia. Mientras Antonella vio unas siete veces más a Alonso Montt, más por llamadas telefónicas que por otra cosa. Estando en el avión, dejó caer todos los recuerdos que le asocian a él.
En fin, Alonso Montt es el típico perdedor en todo, lo digo porque un mes después sufrió un inesperado paro cardiaco, y se fue de este mundo como vino en el principio: calato.
(c)Adán de Maríass
Lima
Perú
Adán de Maríass [seudónimo de Miguel Ángel Colán Ramos] nació en Lima, Perú el 15 de abril de 1960, y estudios no concluidos en la Universidad San Martín de Porres en la Facultad de Educación, y Literatura en La Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pertenezco a la A.N.E.A. y a la Asociación Peruana de Autores y Compositores desde 1990. En julio de 1987 empiezo a escribir el poemario titulado «Sol de Madrugada», y «Júbilo», que fueron publicados como un solo libro gracias al auspicio de CONCYTEC en 1989 a través de un Premio de subvención. He participado en varios prestigiosos concursos de Poesía como el Premio Casa de las Américas, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 2004, el Premio Internacional de Poesía Copé, el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe en 2006 con mi poemario «Donde apenas empezaba a ser yo» que ha sido publicado por Editorial Obrapropia en edición electrónica así como mi otro libro de poesía «Poemas de Blog», y también mi primer libro de cuentos titulado «Zona Vip». Actualmente he colaborado con textos en diversas revistas literarias como Cinosargo, Revista Culturamas de España [donde escribo mis artículos] Revista Archivos del Sur, Revista Papirolas, Matemáticas y Poesía, AuroraBoreal.net. Escribo en seis blogs, uno de ellos Blog de Adán de Maríass en Bligoo, el otro en La Comunidad del diario El País España como Desde Adán de Maríass, Adán de Maríass en Transbordo, Adán de Maríass.Blog en Wordpress, en Wattpad, y en Textale.
imagen: fotografía intervenida (c) Araceli Otamendi
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