Denise Lopretto - ¿Sueñan los androides con tareas domésticas?

El cuento ¿Sueñan los androides con tareas domésticas?, de Denise Lopretto resultó finalista en el Segundo Concurso de cuento de tema libre Revista Archivos del Sur


¿Sueñan los androides con tareas domésticas?


Cómo terminé en medio de una pelea a muerte con un robot humanoide es algo difícil de creer, incluso para mí. Pero eso fue exactamente lo que pasó.

Un día, al volver del trabajo, abrí la puerta de casa, ¿y qué veo? Una chica de un metro y medio de alto más o menos, muy bien formada aunque de contextura pequeña, vestida con ropa mía de entrecasa. Tenía el cabello rubio claro, lacio, largo hasta la cintura; los ojos, cerrados, y el rostro, inexpresivo. Era hermosa, pero no pude evitar sentir un escalofrío.

Un movimiento detrás de ella me hizo saber que Bruno, mi marido, estaba haciéndole algo; tan concentrado estaba que ni se había percatado de mi llegada. Carraspeé un poco y hablé.

-¿Y esto?

Asomó la cabeza por un costado, alegre como un chico el día de su cumpleaños.

-¡Llegaste antes! Estaba terminando de configurarla. ¿Te gusta?

-¿Qué es esto?

Se enderezó, puso la mano en el hombro de la cosa ésa, fuera lo que fuera, y dijo:

-¿Te acordás cuando dijiste que querías que alguien te ayudara con las cosas de la casa?

-Sí, pero con "alguien" me refería a vos…

Sin prestarme la más mínima atención, dio un paso hacia atrás, estiró los brazos abriendo las manos hacia el robot y dijo:

-Taráaaaaan!! ¿Qué te parece?

Con tal de no lavar los platos es capaz de cualquier cosa, pensé, aunque sabía que igual habría terminado construyendo algo por el estilo tarde o temprano. Yo sólo le había dado la excusa. Y mejor uno pequeño y constructivo, que uno gigante que destruya todo el barrio. No quise parecer desagradecida, así que traté de ocultar mi consternación lo mejor que pude. Después de todo, quién sabe los años que le había llevado. Di una vuelta alrededor del robot, y vi que en una muñeca tenía escrito R.O.B.O.T.I.N.A. # 5.

-Es muy bonita, amor… ¿Qué significa la sigla?

-Robot Ogareño Blindado Omnímodo Transformable Inteligente Naturalmente Adaptable. Es la quinta versión. El primer prototipo totalmente funcional.

Volví a mirarla, tratando de alegrarme.

-Muy, muy linda… Pero "hogareño" va con hache, amor.

Le levantó un mechón de cabello detrás de la oreja izquierda y presionó un botón. El robot se enderezó y comenzó a mover las articulaciones. Habría pasado por una persona real de no haber sido por el ligero chirrido de los servos.

-Los muchachos de la fábrica me ayudaron a construirla: el Chino hizo toda la parte de diseño y el Flaco programó la inteligencia artificial. Yo solo habría tardado el doble de tiempo. Igual, lo más difícil fue mantenerlo en secreto para que no te enteraras. A que es el mejor regalo sorpresa del mundo, ¿no?

El robot abrió los ojos y habló:

-Di-ga-la-de-no-mi-na-ción.

Una voz femenina muy suave, sin ningún tipo de inflexión. El cabello de la nuca se me erizó. Sus ojos miraban más allá de mí con una inquietante expresión de vacío. Me sentí transparente.

-Quiere que le des un nombre, Ana.

Durante unos instantes, permanecí de pie en la sala, con el bolso en la mano y la campera todavía puesta mientras Bruno esperaba mi respuesta. Pero mi mente, para variar, iba atrasada en la conversación.

-Pará, ¿dijiste "inteligencia artificial"?

-Sí, aprende y se adapta re fácil, podría hacer los mandados si quisieras.

Pero yo tenía suficiente ciencia ficción encima como para saber que tal cosa sólo podía terminar mal.
-¿Pero vos estás loco? No aprendió nada viendo Matrix, pensé. -¿No te acordás de que el Flaco contó que sus I.A. hacían cosas raras? Vos mismo decías que…

-No te preocupes, me dijo que corrigió todo eso; ahora es perfectamente seguro. agregó, señalando al robot. Lo miraba con tanto cariño que era casi conmovedor. Como si no tuviera una hija ya, pensé.

Dale, ponele un nombre volvió a decir.


Ahora tenía otra, pero nacida de su cabeza.

-Minerva.

-Más horrible no se te ocurrió, ¿no?

-Mi-ner-va. Di-ga-su-de-no-mi-na-ción.

-Ana.

-A-na.






A la larga me acostumbré y llegué a pensar que el Flaco tenía razón. Minerva era dócil y eficiente, y aprendía muy rápido. En un mes limpiaba, lavaba y ordenaba exactamente como yo le había enseñado, e incluso mejor. Y como tenía las piernas y los brazos extensibles, adopté la costumbre de pedirle que me alcanzara las cosas en lugar de subirme a las sillas. Pronto olvidé mis aprensiones del comienzo, más que nada por el hecho de que tenía más tiempo para dedicarle a Zoe, al trabajo, al jardín, a mis amigas... Bruno también se vio beneficiado, pues a menudo se la llevaba al taller para que lo ayudara en sus proyectos, y siempre decía que era la asistente ideal. Incluso Zoe la había aceptado como niñera las pocas veces que la dejábamos con ella.

Pronto se convirtió en un miembro más de la familia.






No sé cuándo comencé a pensar que pasaba algo raro. Quizás fue una acumulación gradual de detalles que de pronto se hicieron notar, o sólo se le había quemado un circuito de un día para el otro. El caso es que de repente me obsesionaba la idea de que Minerva me odiaba. Me parecía que hacía de mala gana lo que yo le pedía. A veces se me ocurría que pasaba demasiado tiempo con Bruno. Me puse paranoica. Comencé a vigilarla constantemente, revisaba lo que hacía, buscaba cualquier excusa para salir de la casa con tal de no quedarme sola con ella.

Traté de tranquilizarme; me dije que era sólo mi imaginación, que había leído demasiados cuentos de Asimov, pero no sirvió de nada. Por supuesto que cuando le comuniqué mis inquietudes a Bruno, no me creyó. "Vos y tus cuentos apocalípticos", me decía, "Es perfectamente segura." Pero no llegaba a convencerme.

Hasta que una vez abrí los ojos a mitad de la noche y la vi de pie, de mi lado de la cama, observándome, si es que puede decirse tal cosa. Creo que desperté a toda la cuadra con el grito que di. Tuve un ataque de nervios, de modo que Bruno se la llevó al taller y la desactivó. Volvió con una taza de tilo bien cargado, y me calmó diciéndome que llamaría al Flaco para que revisara la I. A. cuanto antes.

Al día siguiente me fui a trabajar. Minerva había quedado encendida para limpiar el sótano, donde Bruno tenía su taller. Él se había llevado a Zoe a lo de su madre, ya que se había tomado la tarde libre, y me había prometido que estarían en casa antes que yo para que no tuviera que quedarme sola con el robot.

Sin embargo, al volver, me di cuenta de que aún no habían llegado. Minerva había salido del taller y estaba junto a la biblioteca, destruyendo sistemáticamente mis libros. Una montaña de hojas de papel desgarradas le cubría los pies. Me quedé helada en la puerta sin poder creer lo que veía. Ella giró la cabeza, y por un instante nos miramos en silencio, hasta que soltó el volumen que tenía en las manos y se lanzó hacia mí.

Me derribó e hizo que me golpeara la cabeza contra la puerta. Creo que me desvanecí por unos segundos, porque recuerdo despertarme y sentir que alguien me arrastraba del brazo derecho por las escaleras. Tuve la suerte de tomar a tiempo la escoba, que había quedado a un lado, y le di en la cabeza a Minerva con toda la fuerza de que era capaz. Siguió arrastrándome. Volví a golpearla donde podía, tres, cuatro veces, hasta que logré que me soltara.

Caí por los pocos escalones que había subido y me incorporé. El hombro derecho me dolía horrores, pero tomé la escoba con las dos manos y me puse en guardia. Minerva no se movió. Sólo estiró sus brazos hacia mí con una velocidad tal que apenas pude esquivarla. Las manos siguieron de largo y atravesaron la puerta. Ella permaneció inmóvil, salvo por sus brazos, que retrocedieron haciendo caer algunos trozos de madera y se volvieron hacia mí otra vez, como serpientes.

Una y otra vez siguió atacándome, y yo la evitaba como podía, defendiéndome con la escoba. Los golpes apenas le hacían mella, así que me vi obligada a improvisar. Mientras continuaba eludiendo sus embates, me las arreglé para subir las escaleras, sujetar a Minerva de los hombros y hacerme a un lado justo antes de que sus manos me alcanzaran. Se golpeó en pleno rostro y la solté para dejar que rodara escaleras abajo.

Se había dañado gran parte de la cabeza, por lo que había perdido el control de sus extremidades, pero así y todo seguía moviéndose. Sus brazos y piernas, ahora también extendidas, serpenteaban por toda la sala destruyendo lo poco que había quedado entero.

Me acerqué con cuidado y la golpeé hasta que dejó de funcionar.






Bruno llegó media hora después, con Zoe en brazos, pues se había quedado dormida. Yo estaba medio recostada en el umbral de la casa, tal como había quedado de la pelea. Había gastado la poca energía que me quedaba arrastrando a Minerva escaleras arriba hasta el dormitorio para arrojarla por la ventana a la calle, sólo para desquitarme. Algunos vecinos rodeaban el montón de metal y cables, como si eso fuera a darles algún tipo de explicación. Ninguno se me había acercado. Después de un combate a muerte con mi propio Terminator, no me sentía con ganas de conversar con nadie, y probablemente se me notaba en la cara.

Los ojos de Bruno, al ver el desastre, no podían abrirse más:

-¿Qué pasó?

-Nada respondí-, que ni a los robots les gusta hacer las tareas domésticas.



(c) Denise Lopretto

Temperley

Provincia de Buenos Aires

 

Denise Lopretto nació en la ciudad de Buenos Aires el 25/02/1983. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Desde 2013 vive en Temperley, provincia de Buenos Aires. En octubre de ese mismo año comenzó a participar del taller de escritura "Móntame una escena", de Literautas.com. En abril de 2014 creó el blog literario "Primera Naturaleza", donde publica la mayoría de sus relatos.

"Canción de medianoche" - Finalista en el concurso "La lupa ediciones 2013"

"Déjà vu" - Publicado en la 2º antología del taller "Móntame una escena" 2013 - 2014

"Ajo a todo" - Publicado en la antología "Vislumbrando horizontes 2014" de la editorial Libróptica







Comentarios

JMLM ha dicho que…
Muy buen relato, la A.I tiene límites pero el humor es siempre infinito. :-)

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