El poeta del jazmín en la solapa - Washington Daniel Gorosito Pérez
A la memoria de Amado Nervo (México 1870-Uruguay
1919)
A
100 años de su fallecimiento (1919-2019)
Aquella tarde, al igual que otras, Don Giusseppe cargaba su canasta de jazmines en el brazo izquierdo. La rambla montevideana se extendía hasta perder su serpentear en el horizonte.
Era domingo, ese
día tan especial añorado durante toda la semana. No con el objetivo de las
parejitas jóvenes que veía pasear alegremente de la mano y lanzarse miraditas
provocativas y susurros al oído. Pero, ¿Qué hacía él ahí?
Su pregón con acento siciliano,”jazmine, jazmine, jazmine, jazmine”; no sonaba extraño en un joven país que había abierto de par en par sus puertas a la inmigración. Por momentos la ciudad, se comparaba con la Torre de Babel. Chispazos llegaban a su mente de la pobre infancia insular, una adolescencia en los olivares trabajando a brazo partido. Luego, la gran decisión: ir a hacer “la América”. Los comentarios vertidos en las cartas por los ya idos, se hacían gigantes en las repeticiones de las madres del pueblo.
El viaje, él y Antonieta solitos con su amor y sus sueños hacia tierras extrañas, al poco tiempo, el accidente en la fábrica. Su saldo: la pérdida de la mano izquierda.
Adiós al trabajo, bienvenidas las necesidades.
Y como si fuera poco, inmediatamente la enfermedad de Antonieta. Los pocos
ahorros se fueron en medicinas, doctores, y para colmo de males, un desenlace
trágico.Sólo le quedaba el consuelo de haberla amado como a nadie. La soledad
se hacía insoportable, los recuerdos más…
Al ver esas parejas de jóvenes no se le despertaba envidia; era un hombre bueno; pero el pensamiento era “que no fueran a sufrir como él”. El domingo significaba buenas ventas y el recuerdo de las caminatas por la rambla con Antonieta. Sin importar clases sociales, la sociedad montevideana se encontraba allí en pleno las tardes de domingo. Los galanes obsequiaban blancos jazmines a sus amores.
Corría el mes de abril de 1919, en Uruguay se vivían años de bonanza, exportando materias primas al viejo continente. La clase alta a través de frecuentes viajes a Europa, adquiría un modelo de vida, a imagen y semejanza del parisino de la época, conocido como ”Belle Époque”. Montevideo, su capital, se erguía junto a su hermana Buenos Aires de allende el Plata, en centro económico y cultural del momento. Y Giusseppe aportaba jazmines…
Éste, se inclinó
sobre la canasta, le entregó un peso oro, tomó un jazmín y lo colocó en la
solapa derecha del saco.
Y entró en el
Parque Hotel.
Giusseppe
sonrió, tomó su canasta; la llegada del misterioso cliente coincidía con las
últimas luces del día; un sol carmesí, moribundo, se reflejaba en el agua del
Río de la Plata. Se fue caminando lentamente con el peso de los años a cuestas.
Al día siguiente, decidió caminar por la rambla, la brisa se sentía fría,
pronóstico de un invierno crudo y tempranero. Esta era la peor época del año
para las ventas.
Su amigo Mario,
el florista, después del accidente lo
había metido en el negocio “Venda jazmines, es como la flor nacional, a todos
les encanta”. Había tomado la canasta que estaba arrumbada en un rincón del dormitorio; bueno era un decir,
era la única habitación multifuncional, exceptuando el baño.
Esa canasta era
la que Antonia usaba para vender “Pannetone” casero, que amasaba con sus
propias manos. ¡Cómo extrañaba aquellos olores!
Con esos recuerdos en su mente y sin darse cuenta llegó frente al Parque Hotel.
Se sentó en el muro de cemento frío, la canasta a su lado parecía estar
rebosante de copos de nieve.
Éste miró
atentamente una bandera en la solapa izquierda del saco del hombre. Tenía
los mismos
colores que los de su lejana Italia, se diferenciaban por lo que parecía ser un
águila en el centro.
No se atrevió a
preguntar.
Mueren los días,
la brisa se convierte en frío, la acompañan lloviznas. El agua corre raudamente
por los cristales de la ventana.
Giusseppe decide
visitar a Gianni, un Paisano que vende periódicos. Con él practica el trueque.
Después de platicar sobre sueños no realizados y la muy lejana Italia, le deja
un ramo de jazmines para su esposa y trae periódicos viejos con los que
envolverá su mercancía.
Ha pasado el
mediodía, sube al tranvía y regresa a casa. No ha parado de
llover, otro día
perdido. Deja los periódicos sobre la mesa, se prepara un té y se
sienta a
ojearlos. Toma al azar un ejemplar del diario “El Día”, el del Partido
Colorado. Al ver la primera página, sus brazos se ponen tensos, la respiración
se entrecorta,
aprieta el
periódico.
Ve la foto del
hombre de mirada triste, el caballero misterioso; el titular a varias columna rezaba:
Al amanecer de este día, los médicos rodeaban su lecho”. Entre ellos no había
consuelo: lo inevitable era inminente. La dolorosa noticia circuló inmediatamente
por toda la ciudad de Montevideo, el poeta Amado Nervo había fallecido en
Uruguay. Se conoció la triste noticia en su patria lejana, el hermoso México y
en el mundo.
Nubes oscuras epilogaban
la jornada. Continúa lloviendo muy penosamente. Levantó los ojos del periódico
en los que tenía de verdad. Era él. El poeta del jazmín en la solapa.
¡Estaba muerto!
(c) Washington Daniel Gorosito Pérez
México, D.F.
Washington Daniel Gorosito Pérez es un escritor y periodista de origen uruguayo radicado en Méxio
El cuento El poeta del jazmín en la solapa resultó ganador del Primer Premio en el Concurso Dr. Alberto Manini Ríos, (Montevideo, marzo de 2024) con el seudónimo: Mario Camilo Blanes
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