Araceli Otamendi - Cuentos chinos apócrifos -El dragón de los sueños
Cuentos chinos apócrifos
El dragon de los sueños
El detective Ronald Briten movió suavemente las páginas del Libro de los sueños del reino de Chu, publicado en el siglo IV a.c. y leyó lo siguiente:
En el siglo IV a.c. los habitantes del reino de Chu tenían por costumbre escribir los sueños y armar con esos escritos unidos grandes cometas de papel que cosían con hilos de seda. Algunos de los habitantes preferían colorear los cometas con azul, otros con amarillo, otros con naranja o rojo.
Después los hacían volar y los exhibían en fiestas en honor del emperador. Así creían los habitantes de ese reino que los sueños se cumplirían. Era una creencia antigua.
En pueblos distantes de ese reino, algunos estudiosos se ocupaban de leer y descifrar los sueños de los habitantes del reino de Chu. Ya los conocían bastante bien y así iban pasando los años.
Durante una época de gran sequía en el reino de Chu los pastos se secaron y muchos animales murieron. Fue entonces que el emperador consultó a los adivinos y a los magos. Éstos aconsejaron armar un enorme cometa con forma de dragón con los sueños de todos los habitantes del reino. Así lo hicieron. El día que estuvo listo el cometa con forma de dragón, una comitiva subió a la cumbre más alta de las montañas y lo hizo volar como un pájaro. El espectáculo en sí era extraordinario. En el reino de Wei Wei, los habitantes sintieron envidia del magnífico cometa del reino de Chu, incluso lo temían, porque pensaban que los sueños se podían cumplir. Enviaron entonces un enorme cometa de fuego para devorar al dragón de los sueños del reino de Chu. El fuego devoró al cometa con forma de dragón y en ese momento se largó una lluvia intensa sobre el reino de Chu. No se había visto lluvia igual en los últimos diez años. Había terminado la sequía.
Los habitantes del reino de Chu festejaron con alegría, durante varios días y varias noches.
Pasado el júbilo, los habitantes del reino de Chu olvidaron los sueños que habían escrito y temieron no volver a soñar. Desde ese entonces tomaron por costumbre no escribir más los sueños ni las fantasías ni decirlos en voz alta. Establecieron así, como regla de vida, no contar ni escribir jamás los deseos ni los sueños.
(c) Araceli Otamendi
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